Los maestros de la Iglesia
Salvadores de generaciones

Por Karina Michalek

De todos los recuerdos que atesoro en mi mente, son especiales aquellos en los que aparecen mis maestras en el Evangelio, especialmente las que tuve en la Primaria y Mujeres Jóvenes.
Todavía guardo la imagen del salón de “Estrellitas” en donde mi maestra Nini desplegaba todos los recursos que ofrecía el manual, todo su buen humor y todo su cariño. No puedo recordar ninguna clase en particular, pero no olvido el ‘televisor de caja de zapatos’ que ella preparaba para contarnos historias. ¡Era fantástico! Ella dibujaba la historia sobre un papel que luego enrollaba y que todos ayudábamos a mover según nuestra reverencia en la clase.
La maestra de HLJ, Noemí, fue quien mejor nos enseñó sobre el servicio. Durante el tiempo que estuvo con nosotros nos contaba de su preparación para salir a la misión. Y desde allí se ocupó de seguir cuidando a sus alumnos al enviarnos cartas contándonos de otros niños a los que les enseñaba el evangelio.
Pero sin dudas la maestra que marcó un hito en la vida de muchos niños de Barrio 2 (ahora Ramos Mejía, de la estaca Buenos Aires Oeste) fue la hermana María Luisa Bustos, de la clase de “Punteros” (ahora Valientes). Con su rodete bien estirado, prototipo de maestra de grado como era, no dejó material por ofrecer. Preparaba cada semana cosas sorprendentes para comprender la vida de los pioneros y querer a los profetas. Nos hizo caminar descalzos por el pasto para saber qué sentían los niños pioneros al cruzar el desierto, claro que nosotros lo hacíamos en pleno verano y era todo una fiesta.
Armó unas letras gigantes, dos W W enormes, para decirnos que esa era la clave del secreto de un profeta, Wilford Woodruf. Entonces las dio vuelta convirtiéndolas en M M y nos dijo: “¡Maravilloso Misionero!”
Una vez llevo una taza de loza muy brillante y nos la hizo pasar de mano en mano con su platito correspondiente, teniendo cuidado de no romperla. Mientras tanto nos contaba de cómo las mujeres pioneras cuidaban su vajilla en los viajes en barco y carreta porque eran cosas muy frágiles. De pronto puso la taza con su plato en una bolsa y con una maza las rompió. Todos quedamos petrificados, con los ojos bien abiertos. Del susto yo tenía ganas de llorar. Entonces la hermana Bustos nos dijo que así como nos sentíamos nosotros debían haberse sentido las hermanas en Kirtland cuando rompieron su loza para formar el estuco de las paredes del Templo. Pero ellas estaban contentas porque sus tazas iban a estar en las paredes de la Casa del Señor y nosotros teníamos que estar dispuestos a hacer sacrificios parecidos “porque algún día vamos a tener un templo en Argentina”, decía (Ella vivió para verlo).
Siempre recordé esa historia durante la construcción de los templos de San Pablo, Brasil y Buenos Aires, Argentina. Por supuesto hice mis sacrificios para no defraudar a mi maestra.
Dominga fue la maestra de los últimos años en la Primaria, quien nos invitó a formar hábitos de higiene, a ser serviciales en el hogar enseñándonos a hacer scons y mousse de chocolate. Quien nos regaló un espejo en donde veríamos siempre reflejada a una Hija de Dios. Y a quien le tocó la parte más difícil, la de que aprendiéramos los 13 Artículos de Fe de memoria. Y lo hicimos!! Nos llenó de premios por estudiarlos. Pero los premios eran tan sencillos que aun siendo una nena me sentía conmovida al pensar que ella los había hecho con sus propias manos.
De mi paso por Mujeres Jóvenes, todas las maestras dejaron su marca. Tal vez pueda reunir en una de ellas a todas, porque fue el mejor ejemplo de amor que vi en el servicio al Señor. Paradójicamente no recuerdo su nombre, fue mi primera maestra de “Abejitas”.
La primera clase me explicó que ella nunca había enseñado, que no sabía leer muy bien y que lo que le pidió el obispo era lo más difícil de su vida y por lo que yo veía en su rostro debía haber vivido mucho tiempo ya.
Como única alumna pensé que tal vez lo mejor era pedir que me mandaran de vuelta a la Primaria. Muy enojada iba a mis clases a escuchar cómo leía mi maestra algunas partes de un tema que le costaba entender. Pero pasaron las semanas y algo cambió entre nosotras. Ella me contó que se había propuesto relatar lo que se acordase de la clase y que yo debía leer las escrituras.  
No puedo olvidarla, esa tarde en el mismo salón de mi clase de “Estrellitas”, mi maestra me enseñaba que siempre estamos a tiempo de aprender a servir al Señor, sin importar la edad. Pude sentir que ella me amaba a mí, su única alumna. Pude imaginarla en su casa leyendo todos los días la clase para recordar lo que me debía enseñar. Pude verla escribir en un papel las preguntas y marcar con cintitas de colores las escrituras.
Pasó el tiempo y juntas lloramos cuando le conté que tenía que asistir a otra capilla por una asignación de mi papá. Me abrazó y me dijo cuánto me quería porque conmigo había cumplido un sueño de su infancia, siempre había querido ser maestra.

Si mi maestra no hubiera aceptado su llamamiento, yo no hubiera tenido la oportunidad de aprender del esfuerzo de seguir a Cristo, no hubiera sabido el significado del amor puro, no hubiera entendido que el Salvador ama a todos sus hijos y a todos les da la oportunidad de progresar.
 
Cuando me veo dando una clase, veo a mis maestras y su dedicación. Sigo sus ejemplos. Sus enseñanzas todavía las comparto con mis hijos o mis alumnos. Ellas son las grandes mujeres que el Señor preservó para instruir a sus hijos en los últimos días.
Los maestros de la iglesia son llamados para enseñar Su evangelio y no cualquier cosa. Se valen de la buena disposición a seguir Su guía y de perseverancia en la labor. Son quienes forman al joven misionero, al futuro obispo, a quien será maestro de seminarios y al secretario del quórum, a la maestra visitante que copiará sus tarjetitas y a la directora de música que enseñará con sus mismas técnicas. Cada uno aporta lo suyo y la influencia que ejercen no se puede medir.
Todos debemos ser buenos maestros, “salvadores de generaciones” como nos invitó a serlo el presidente Hinckley.1
Seguir al Salvador, al Maestro, es una gran responsabilidad. Pero no es imposible. Por eso, Él nos lo pide a todos.

1. Reunion Mundial de Capacitación de líderes, enero, 2004, pág. 21

 

Comentarios
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07 sep 2009
Saludos a todos los que hacen posible el boletín Estilo Sud y felicidades por su hermosa labor de enviarnos hermosos y motivantes mensajes para seguir adelante, en especial quiero agradecer por el mensaje de "Salvadores de generaciones" en el que la escritora o columnista relata y describe hermosamente el cuidado y enseñanza que recibió de sus maestras de la primaria y de mujeres jóvenes; realmente este mensaje me ha llegado en un momento en el que necesitaba algo así con ejemplos vívidos y tan descritptibles de lo que es y debe ser un(a) buen(a) maestro (a).
Gracias me han dado la herramienta necesaria para dar mi próxima capacitación a las presidencias y maestras de primaria en mi estaca... Afortunadamente ha llegado a mis manos este hermoso artículo del cual tomaré todo su contenido para compartirlo en la mencionada capacitación y ojalá logre transmitir ese espíritu tan bonito que logré tener al estar leyendo el contenido, que les seré franca, conmovieron mi corazón y movió fibras que me impulsaron a compartir esto con mis hermanas para que entre todas trabajemos por magnificar el llamamiento que hemos recibido para trabajar con los hermosos niños de la primaria.
Realmente todos los artículos que envían son hermosos y fortalecedores, gracias por compartirlos y ayudarnos a crecer y tener más material que nos ayuda en esta superación continua."
C
on afecto Gladys Angles Dávalos

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Estilo SUD, 04 setiembre 2009
 
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