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El
don de Midas
Por el élder Sterling W. Sill
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Existe
una interesante leyenda en la antigua mitología griega que
narra la historia de Midas, rey de Frigia, pequeño estado
griego. Dionisio o Baco, uno de los dioses griegos, le concedió
al rey Midas su deseo de que cuanto tocase se convirtiera en oro.
Según la leyenda, este don resultó contraproducente,
y cuando hasta sus alimentos y su propia hija se convirtieron en
oro, el rey le rogó a Dionisio que le retirara esa facultad.
La idea de Midas
fue buena, y si el don sólo hubiese incluido algunas excepciones,
quizá habría logrado cosas sumamente notables. Midas
no ha sido el único a quien se le ha ocurrido esta idea.
Por muchos siglos los alquimistas quisieron encontrar la manera
de transformar los elementos más bajos en otros de mayor
valor, por ejemplo el hierro y el plomo en plata y oro. A pesar
del fracaso de los alquimistas y la desagradable experiencia del
rey Midas, no debe abandonarse por completo la idea.
Muchas veces he deseado que este don concedido por Dionisio pudiera
haberse otorgado sin ésta inclusión perjudicial tan
completa. Hubiera sido interesante ver en qué forma Midas
habría usado su poder extraordinario. Puedo imaginarme la
emoción que habría invadido el corazón de este
buen rey al ver cómo se convertían en oro brillante,
refulgente y de gran valor, las cosas inservibles al tocarlas.
Esta dádiva
de Dionisio a Midas fue de corta duración, pero hay personas
que han revivido los poderes de este don y actualmente poseen la
admirable facultad del rey Midas. Todos nosotros conocemos a personas
que tienen la gran habilidad de que parecen convertir en oro todo
lo que tocan. Todas sus empresas son felices; todo lo que inician
logra el éxito. Si emprenden algún negocio, todos
quieren invertir dinero en aquello, porque saben que prosperará.
Si a tal persona se le da una posición administrativa en
la Iglesia, uno sabe de antemano que esa organización particular
avanzará a grandes rasgos y que, como consecuencia, resultará
beneficiado todo el que tiene que ver con ella.
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El Rey
Midas y su hija,
convertida en oro |
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“El
don Midas” es un don maravilloso. ¿Nos gustaría
tenerlo?
El Señor nos ha dicho que debemos buscar los mejores dones.
Ciertamente éste ha de ser uno de los mejores. Los dones
de Dios siempre se basan en el mérito. La gente que tiene
el don de Midas es aquella que tiene la habilidad para pensar lógicamente
y trabajar arduamente. Son aquellos que tienen la facultad para
resolver sus propios problemas y ayudar a contestar sus propias
oraciones.
¡Qué emocionante es ver la obra productiva de un destacado
director de la Iglesia en quien se puede confiar, que tiene iniciativa,
pericia y valor! Uno sabe de antemano que se llevarán a cabo
todas las tareas y se terminarán. Los informes serán
exactos y se enviarán puntualmente, y se beneficiarán
todos los que estén relacionados con la empresa.
A veces nos imaginamos un cuadro mental de una luz dorada y refulgente
que despide el oro puro, y a la cual llamamos “brillo”.
Hay también algunas personas que poseen algunas de las mismas
cualidades. Irradian entusiasmo, valor, diligencia, servicio, buen
ánimo, aplicación y formalidad.
La noche de la traición de Benedict Arnold, todo estaba en
confusión y se sospechaba de la lealtad muchas personas.
El general George Washington le dio al padre de Daniel Webster el
puesto de guardia durante la noche. Le dijo: “Capitán
Webster, tengo confianza en usted”. El carácter de
este capitán contenía oro. Salomón se refirió
al que tiene oro en sus obras cuando dijo: “¿Has visto
hombre solícito en su obra? Delante de los reyes estará…”
(Proverbios22:29) |
Hay algunos
‘reyes’ en la actualidad que son para otros lo que los
rayos del sol son para la vegetación o el agua para un sembrado
sediento. Ya para terminar el otoño, un agricultor conducía
el agua del riego por una zanja, más allá de un campo
de alfalfa que se estaba secando. Por motivo de la escasez del agua,
había abandonado la alfalfa a fin de salvar y madurar cosechas
de más valor. Pero en dos o tres lugares, el agua se había
desbordado y corrido hacia el campo seco.
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Pocas
semanas después, se podía determinar, casi al centímetro,
hasta qué punto había llegado el agua, porque donde
aquellos dedos húmedos habían tocado el campo seco,
la alfalfa se veía alta, verde y vigorosa; mientras que a
donde no había llegado al agua, las plantas permanecían
marchitas y secas igual que antes.
Lo que el agua hace por la alfalfa sedienta, es lo que un buen director
hace por la gente. Dondequiera que va, la gente adquiere mayor altura
y utilidad que antes.
La ciencia de la criminología dice que nadie puede pasar
por un cuarto sin dejar alguna evidencia de haber estado allí.
Podrá ser la huella del pie, o un aroma, o un cabello que
haya caído al suelo. Ahora pensemos en la gran cantidad de
evidencia que dejan aquellos que pasan por el mundo y con su tiento
implantan la grandeza en la gente a tal grado que sus vidas se desarrollan
y florecen y producen.
Por ejemplo,
conozco a un hombre que trabaja con los jóvenes del Sacerdocio
Aarónico. Por muchos años ha logrado que el cien por
ciento de estos jóvenes alcancen sus logros. Va a visitarlos
a sus casas; se sienten inspirados por sus lecciones; perciben la
sinceridad de su interés. Los jovencitos son como la alfalfa:
inmediatamente corresponden cuando las condiciones propias de fertilidad,
humedad y clima están presentes. Setenta de estos muchachos
que han estado bajo la influencia de este hermano han salido a la
misión. ¡Cuán agradecidos estarán porque
él pudo tocar sus vidas e hizo que su vitalidad espiritual
diera vigor a sus raíces! |
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Lo que el agua hace por
la alfalfa sedienta, es lo que un buen director hace por
la gente. |
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Usualmente
podemos entender mejor una idea cuando consideramos sus aspectos
negativos y positivos. Es decir, imaginemos una persona cuyo tacto
seca, marchita y destruye. El ejemplo por excelencia de este tacto
de muerte es Lucifer, que en otro tiempo fue el Hijo de la Mañana.
La rebelión empañó su propia vida, ejerció
su influencia satánica sobre sus amigos y se llevó
tras sí a la tercera parte de todas las huestes de los cielos
para que sufrieran por sus pecados. Alguien ha calculado que han
vivido ochenta mil millones de personas sobre la tierra desde nuestro
padre Adán.
Aun cuando esta cantidad no sea completamente exacta, nos ayuda
a comprender el vasto concurso de espíritus que estuvieron
presentes en el concilio celestial, de los cuales la tercera parte,
bajo la influencia de Satanás, perdieron su esperanza de
recibir un cuerpo y la redención. No podemos considerar a
Satanás como enteramente responsable, pues cada cual tendrá
que responder por sus propios hechos, pero fue su toque destructivo
lo que puso en marcha este procedimiento perjudicial.
Hay otras personas
que ejercen, en menor escala, esta influencia satánica en
sus semejantes, por motivo de su seductora influencia personal.
Por ejemplo, conozco aun joven de 29 años que hace poco llegó
a Salta Lake City en busca de trabajo.
Su apariencia era excelente y había tenido una educación
muy buena. Sin embargo, se había casado tres veces. Las tres
mujeres que fueron sus esposas, llenas de rencor, han pedido amparo
a la ley, que lo ha perseguido por todo el país, tratando
de obligarlo a mandar dinero para el sostén de sus hijos.
Pero él está resuelto a que pase lo que pase, no le
sacarán ni un centavo. No se le puede persuadir a obrar rectamente,
ni aun con los que ha ofendido.
Como consecuencia, estas tres mujeres han perdido su fe en la naturaleza
humana y sus hijos crecerán llenos de odio hacia su propio
padre. Durante los siguientes veinte años probablemente se
casará con varias otras mujeres, y dondequiera que vaya,
no es de dudar que dejará la marca de la marchitez y la podredumbre
en todo lo que toque. Dejará un rastro de pesar, de desilusión
y desesperación por donde pase.
Son muchas las
personas cuyas vidas tienden a ser así. Por ejemplo, el que
pide prestado dinero sin la intención de reponerlo, a menos
que lo obliguen. Si tratamos de ayudarlo, dará una mala interpretación
a nuestra intención. Le damos información , y él
la repite en forma tergiversada; depositamos nuestra confianza en
él y nos traiciona; nos fiamos de él y salimos burlados.
Dondequiera que pone sus manos impías, seca la felicidad
y mata el entusiasmo. Deja tras sus pasos cicatrices, podredumbre
y hediondez. Maleficia a la gente que conoce. Dios ha dicho, refiriéndose
a algunos: “Mejor hubiera sido para ellos no haber nacido…”
(DyC 75:32).
Es decir, aun Dios se resigna a la perdida de algunas personas.
Pues bien, después de esta consideración del aspecto
negativo, hagamos un análisis de nuestra propia habilidad
para dirigir. Probablemente no hay persona cuya maldad se tilde
de ser negra como el carbón, ni cuya bondad se considere
de ser de una blancura inmaculada. Lo más probable es que
nuestros hechos estén revestidos con unos matices del color
gris. En igual manera, nuestra habilidad para dirigir está
graduada.
Es de suma importancia saber si un director está perdiendo
el diez o el cuarenta o el ochenta por ciento de aquellos que podría
estar ganando. Es la cosa más sencilla culpar a algunos de
los factores contribuyentes, tales como un ambiente desfavorable
en el hogar, malos hábitos, etc., de aquellos que están
bajo nuestra dirección. Pero ante todas las cosas, la capacidad
para dirigir, si merece este nombre, debe ser el elemento responsable.
Las obras de aquellos que son guiados es casi la única vara
que tenemos para medir nuestra propia habilidad directora. ¿No
sería admirable si pudiésemos desarrollar la clase
de habilidad que lograra el 100% del éxito?
Hay algunos
que se aproximan a esta meta. Hay maestros orientadores que cumplen
con el 100% de sus visitas y siempre dejan a los miembros visitados
llenos de resolución , inspirados y activos. Hay otros líderes
que hacen lo mismo.
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Sin
embargo, Jesús es nuestro mejor ejemplo. Por medio de su
contacto, pecadores y publicanos se transformaron en santos y apóstoles.
Convirtió a un grupo de hombres comunes en misioneros y evangelistas
destacados. Todo el que siguió a Jesús salió
beneficiado; todos los que siguieron a Lucifer sufrieron una pérdida.
¿Qué lugar ocupamos entre estos dos extremos?
He aquí algunas ideas que podríamos meditar:
1) A Midas se le
otorgó el don porque lo deseaba. Este es el primer requisito
de cualquier cosa que se desea lograr. Jamás se otorgará
ningún don que valga la pena a aquellos que no lo deseen.
Pero sea cual fuere el don que deseemos, si es razonable, incluso
el don del rey Midas, lo podremos lograr, si este deseo tiene suficiente
intensidad.
2) Debemos prepararnos para recibir el don. Jesús dijo: “¿En
qué se beneficia un hombre a quien se confiere un don, si
no lo recibe?” (DyC 88:33) La mayor parte de nosotros fracasamos
porque no estamos preparados para recibir los dones que nos ofrecen.
Claro está que no se podría conceder mucha habilidad
a uno que fuese fraudulento, inmoral, perezoso, o que no tuviera
buena disposición o no quisiera estudiar. Debemos hacer los
preparativos para recibir el don en un terreno fértil, con
buen cultivo, humedad suficiente y el clima correcto.
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Podemos
transformar la escoria
de la vida en reluciente, hermoso y
brillante “oro” de gran valor |
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3)
Otra regla buena que podemos seguir es ver que de ahora en adelante,
empezando hoy mismo, nadie sufra una pérdida por causa de nosotros,
ya sea mental, moral, social, económica o espiritualmente.
Si nos gustaría tener el don del rey Midas, procuremos que
de hoy en adelante, resulte beneficiado todo aquel con quien nos asociemos.
Hay en los negocios comerciantes astutos que procuran obtener cuanto
pueden y dar lo menos posible. Raras veces alcanzan un éxito
permanente. Los hombres de bien son aquellos que han trabajado con
todas sus fuerzas y han tratado de prestar el mayor servicio; hacen
más de lo que les es pagado; caminan la segunda milla. |
Jacob luchó con
un ángel y no lo soltó hasta que éste le dio
una bendición. No abandonemos a ninguno de aquellos con quienes
nos asociamos hasta que les hayamos dado una bendición. Tal
vez podamos infundirles algunas ideas o un poco de ánimo.
Quizá podamos hacerles algún bien. ¿Quién
sabe si podemos inspirar su fe o darles un buen ejemplo o enseñarles
una verdad útil? Procuremos que Dios perciba una utilidad
de cada uno de sus hijos con quien tengamos que ver. Hagamos lo
que Pedro Marshall dijo en una oración: “Oh Señor,
ayúdanos a ser parte de la respuesta y no parte del problema”.
Los
alquimistas de la antigüedad no pudieron transformar los elementos
más bajos en otros de mayor valor; pero no hay razón
para que nosotros también fracasemos.
Se ha dicho que la Iglesia es una de iglesia de “cambios”.
Cambia a la gente. Su propósito mismo consiste en cambiar
lo malo en bueno, en elevar a la gente de un estado bajo a uno más
alto.
También nosotros podemos ser directores de “cambios”.
Podemos transformar los fracasos de las personas en éxitos.
Realmente el rey Midas tenía una buena idea. Aunque él
fracasó, nosotros podemos lograr el éxito. No hay
satisfacción más agradable, ni habilidad para dirigir
tan útil como tocar las vidas de nuestros semejantes con
ideas, fe y amor, y ver florecer esas vidas bajo nuestra mano. Podemos
transformar la escoria de la vida en reluciente, hermoso y brillante
“oro” de gran valor. |
Artículo publicado
en la Liahona de febrero de 1960 |
Estilo SUD, 13 diciembre
2008 |
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