No
importa dónde vivamos, siempre podemos encontrar buenos
amigos en la familia de la Iglesia |
Relato |
Una
nueva amiga
por Angie Bergstrom |
Mamá
me peinó el cabello suavemente y terminó de hacerle
la raya antes de ver mis ojos en el espejo.
“Esta mañana pareces estar de muy mal humor”,
dijo mamá muy contenta al reflejo de mi imagen en el
espejo.
“Es porque estoy de mal humor”, contesté
mientras fruncía el labio.
Mamá me giró y se arrodilló delante de
mí, mirándome a los ojos. “¡No
te preocupes! Harás amigas en este barrio”.
“¡Pero, mamá, a mí me gustaba
nuestro barrio anterior! ¡Me gustaban las amigas que tenía!
¿Por qué tuvimos que mudarnos?” Sentía
que las lágrimas me bañaban los ojos.
“¡Lo hicimos por el trabajo de papá!”,
dijo una voz que sonaba amable.
Mi hermana menor, Alison, miraba el baño a hurtadillas
desde el pasillo y puso la más grande de sus sonrisas,
tan grande que dejaba entrever el hueco donde le faltaban los
dientes de enfrente y los ojos casi le desaparecían,
dando la apariencia de ser medias lunas. Le puse mala cara. |
“Así
es”, le dijo la madre, y Alison sonrió todavía
más.
“¡Pero aquí no tengo amigos!”,
le dije a mi madre, haciendo caso omiso de mi hermana.
“¡Todavía me tienes a mí!”,
añadió Alison. La miré y vi que me sonreía
de oreja a oreja.
“Sólo eso me faltaba”. Y puse una
mueca de disgusto.
Ella frunció el ceño por unos segundos y luego
dijo: “¡Tú y yo somos las mejores amigas!”,
y se fue corriendo entre risas antes de que pudiera decirle
que no.
Un rato más tarde, mientras miraba a la gente en la reunión
sacramental, me di cuenta de que no conocía ni a una
sola persona en el barrio nuevo. Sólo llevábamos
unos días viviendo aquí. Por favor, Padre Celestial,
oré, ¿no podría hacer por lo menos una
amiga nueva hoy?
Estaba nerviosa al fin de la reunión sacramental cuando
mis padres nos llevaron a nuestras respectivas clases de la
Primaria, donde me senté sola y sin decir nada.
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Cuando
la clase se levantó para ir al aula de la Primaria para
el Tiempo para compartir, yo estaba asustada y me aferré
fuertemente a mis Escrituras mientras caminaba por el pasillo.
El aula de la Primaria estaba muy animada, con muchos niños
dentro, y la pianista estaba tocando una canción que
yo había aprendido en mi otro barrio. Me sentí
un poquito mejor.
No obstante, al mirar a mi alrededor, me di cuenta de que no
podía encontrar mi clase. No sabía a dónde
se habían ido todos y no tenía nadie con quien
sentarme.
Miré por el cuarto, mordiéndome el labio inferior
con nerviosismo y apretando las Escrituras contra el pecho.
Entonces, desde un rincón apareció una niña
sonriente que me hacía señas con la mano. Me indicaba
que me sentara con ella. Le devolví la sonrisa y puse
una mueca de disgusto. Ella me sonrió aún más,
hasta el punto de que dejaba entrever el hueco donde le faltaban
los dientes de enfrente y los ojos casi le desaparecían,
dando la impresión de que eran medias lunas.
Aquella niña pequeña me había salvado.
Era la amiga que mi Padre Celestial me había enviado.
Inmediatamente me hizo sentir bienvenida al momento de sentarme,
como si la hubiera conocido por muchos años. Aquel día
decidí que las hermanas son las mejores amigas. |
Tomado de Liahona febrero de 2002 |
Conceptos
para aplicar |
- Nuestro
Padre Celestial escucha nuestras oraciones
- Siempre
podemos hacer buenos amigos en la Iglesia
- Ser
amables nos convierte en instrumentos de nuestro Padre Celestial
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Escrituras |
- Alma
37:37
- DyC
38:24-25
- Jacob
2:17
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Cita |
“Debemos
ser más bondadosos los unos con los otros, mas tiernos
y tolerantes. Debemos ser tardos para la ira y más
prontos para prestar ayuda. Debemos extender una mano de amistad
y no buscar la venganza. En una palabra, debemos amarnos los
unos a los otros con el amor puro de Cristo, con caridad y
compasión genuinas y, si es necesario, compartir el
sufrimiento, pues es así como Dios nos ama.”
(Pte. Howard W. Hunter, Liahona julio 1992, pág. 67)
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