Servicio
Apacienta mis ovejas

Podemos ser instrumentos en las manos del Señor en la ardua tarea de cuidar y fortalecer a otras personas

Relato
El verano de los corderos
por Jayne B. Malan

Un verano, mi padre nos dijo a mi hermano y a mi que tenía un trabajo para nosotros. Señalando el campo donde estaban los corderos, nos dijo que si los cuidábamos, nos daría parte del dinero que recaudara de la venta en el otoño.
Mi hermano y yo nos pusimos muy contentos. Había unos 350 corderos, y lo único que teníamos que hacer era alimentarlos. Pero ninguno de los corderos tenía madre, ya que éstas, ya esquiladas, habían muerto de frío en una gran tormenta.
Alimentar a uno o dos corderos no es gran cosa, pero alimentar a 350 es algo muy diferente. Había bastante hierba, pero los corderos necesitaban leche, porque todavía no tenían dientes. Entonces hicimos comederos de madera en forma de V, llevamos un recipiente grande de latón, molimos grano y le añadimos leche para diluirlo. Llevamos los corderos hasta los comederos y señalándoles la comida les dijimos: "Coman". Pero se quedaban allí, mirándonos. Tratamos de empujarles el hocico en la leche a fin de que la probaran y desearan más; también nos mojamos los dedos con leche para ver si así los chupaban, pero sólo tuvimos éxito con unos cuantos porque los demás se alejaron corriendo.

Muchos de los corderitos estaban muriéndose de hambre, y la única manera de asegurarnos de que comieran era tomarlos en brazos, dos a la vez, y alimentarlos como a un bebé.
Por las noches había coyotes que se sentaban en lo alto de la colina y aullaban. A la mañana siguiente podíamos ver el resultado de su trabajo nocturno, y teníamos que enterrar a dos o tres corderos.
Mi hermano y yo pronto nos olvidamos de la idea de hacernos ricos, ya que lo único que nos importaba era salvar a los corderos.

Lo más difícil fue cuando murió uno al que yo le había puesto nombre; siempre andaba entre mis piernas. Además, conocía mi voz. Una mañana lo llamé, pero no vino. Más tarde, ese mismo día, lo encontré muerto entre los sauces, cerca del arroyo.
Llorando, lo tomé en los brazos y me fui en busca de papá. Al verlo le pregunté: "Papá, ¿no hay alguien que nos ayude a alimentar a los corderos?
" 
Después de una larga pausa me dijo: "Jayne, hace muchos años, alguien pronunció unas palabras muy parecidas, pero las repitió tres veces. El dijo: 'Apacienta mis ovejas... pastorea mis ovejas... apacienta mis ovejas'." (Juan 21:15-17) Papá me abrazó y me dejó desahogar por unos momentos, después de lo cual me acompañó a enterrar al corderito.
No fue sino hasta muchos años después, mientras meditaba el pasaje que se encuentra en Moisés 1:39, que llegué a comprender totalmente el significado de las palabras de mi padre. La escritura dice: "Porque, he aquí, esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y vida eterna del hombre".
Al reflexionar en la misión de nuestro Salvador, recordé aquel verano de los corderos y, por unos breves momentos, creo que pude sentir lo que el Salvador ha de sentir con tantas ovejas que apacentar... tantas almas para salvar, y sentí en mi corazón que El necesitaba mi ayuda.
Tomado de Liahona junio de 1991
Conceptos para aplicar
  • Nuestro Padre Celestial ama a todos sus hijos
  • Él nos da la oportunidad de cuidar a algunos de ellos
  • Mediante el servicio podemos cuidar y fortalecer a las personas
Escrituras
  • Moisés 1:39
  • Juan 21:15-17
  • Mosiah 2:17
Cita

“Es preciso que ayudemos a aquellos a quienes servimos a saber que Dios no sólo los ama sino que también se ocupa de ellos y de sus necesidades...
Dios nos tiene en cuenta y vela por nosotros; pero por lo general, es por medio de otra persona que atiende a nuestras necesidades. Por lo tanto, es vital que nos prestemos servicio unos a otros en el reino.”
(Pte. Spencer W. Kimball, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia, pág. 92)

Himnos
Canciones para los niños 
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74 - Amad a otros
38 - Cristo me manda que brille
Himnario
139 - Ama el pastor las ovejas
172 - Cuando enseñe a tus hijos
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