El
mensaje que lleva la etiqueta que corresponde a un corazón
humilde es: “Señor, heme aquí”.
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Relato |
El
mensaje de una etiqueta
Por el Pte. Thomas S. Monson |
La
Galería Nacional de Londres, Inglaterra, es uno de
los grandes museos de arte del mundo. Durante una visita que
hice a la galería, me sorprendió encontrar en
un sitio muy prominente excelentes retratos y paisajes que
no llevaban el nombre del pintor.
Entonces noté que había una placa con la siguiente
inscripción: “La información que aparece
en las etiquetas de los cuadros muchas veces afecta... nuestro
juicio [opinión] sobre ellos; por eso,
hemos dejado a propósito los nombres en segundo plano,
con la esperanza de que los visitantes los lean después
de haber examinado las obras y estimado [juzgado] su valor
artístico”.
Así como las etiquetas de los cuadros, la apariencia
de algunas personas a menudo es engañosa. Hay aquellos
que, en apariencia, parecen faltos de talento. Así
era la etiqueta memorable que había debajo de una fotografía
de Abraham Lincoln siendo niño, de pie, frente a la
humilde cabaña de troncos donde nació. Decía:
“Despojado, mal vestido, desnutrido”. Sin imprimir,
estaba la verdadera etiqueta del niño: “Destinado
a la gloria inmortal”.
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Como
lo expresó un poeta: |
Nadie
sabe lo que vale un muchacho,
Es necesario esperar para ver;
Más detrás de todo hombre noble,
Está el muchachito que él una vez fue. |
El niño
Samuel debe de haber tenido el aspecto propio de cualquier niño
de su edad, al ministrar para el Señor en presencia de
Elí. Una noche, al acostarse, oyó la voz del Señor
que le llamaba. |
Samuel
pensó erróneamente que era el anciano Elí
quien le llamaba, y respondió:
“...Heme aquí” (1 Samuel 3:4). No obstante,
después de que Elí lo escuchó y le dijo
que se trataba del Señor, Samuel, siguiendo su consejo,
respondió al llamado en forma memorable, diciendo:
“...Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10).
El registro dice entonces que “Samuel creció,
y Jehová estaba con él... Y todo Israel, desde
Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta
de Jehová” (1 Samuel 3:19–20).
Siendo niño, a Jesús lo encontraron en el templo,
“sentado en medio de los doctores”, y ellos oían
y le hacían preguntas.
“Y todos los que le oían, se maravillaban de
su inteligencia y de sus respuestas” (Lucas 2:46–47;
véase Traducción de José Smith, Lucas
2:46). Para los eruditos doctores que estaban en el templo,
la etiqueta del niño pudo haber indicado un intelecto
brillante, aunque ciertamente no lo consideraron el “Hijo
de Dios y futuro Redentor de la humanidad”.
El mensaje que lleva la etiqueta que corresponde a un corazón
humilde es: “Señor, heme aquí”.
Existió en Samuel; lo experimentó Jesús.
Que sea la etiqueta con que se nos identifique siempre a cada
uno de nosotros.
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Tomado de Liahona marzo de 2005 |
Conceptos
para aplicar |
- Mostramos
nuestra humildad al obedecer los mandamientos del Señor
- Servir
diligentemente en los llamamiento que recibimos
- Debemos
buscar la voluntad del Señor y cumplirla
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Escrituras |
- 1 Samuel
3:1-20
- Lucas
2:46-47
- DyC
124:15
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Cita |
“La fortaleza
de esta Iglesia reside en los millones de humildes miembros
que se esfuerzan día a día por realizar la voluntad
del Salvador, un paso a la vez. Estos humildes miembros provienen
de todas las nacionalidades, de todos los niveles sociales
y de todas las situaciones económicas. Están
incluidos los que tienen mucha educación así
como los que viven en las aldeas más pequeñas
en las áreas más remotas del mundo, pero en
todos ellos late dentro de su corazón un vivo testimonio
de Jesucristo y el deseo de servir al Señor.
Al meditar sobre estos fieles miembros, me impresionan dos
cualidades que todos tienen. Primero: sin importar su situación
o posición económica, su humildad los lleva
ser sumisos a la voluntad del Señor. Y segundo: a pesar
de las dificultades y de las pruebas de la vida, son capaces
de mantener un sentimiento de gratitud por las bendiciones
de Dios y por la bondad de la vida. La humildad y la gratitud
son, en verdad, las características gemelas de la felicidad.”
(Obispo Richard C. Edgley, Liahona noviembre 2003, pág.
98)
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