Fidelidad
Guardar los convenios

Debemos dedicarnos a pensar más en las cosas sagradas y a comportarnos más como el Salvador espera que Sus discípulos lo hagan.

Relato
¿La Iglesia o mi novia?
Por Diego Ortiz Segura (Costa Rica)

Mi abuela materna se unió a la Iglesia en 1962. Sus hijos también se bautizaron, pero con el tiempo dejaron de ser activos. Años más tarde, uno de ellos, mi tía, se mudó de Costa Rica a los Estados Unidos y allí volvió a activarse en la Iglesia.
Durante mi adolescencia, fui a visitar a mi tía en 1991. En esta visita, me presentó a los misioneros de tiempo completo, y me reuní con ellos varias veces en la casa de mi tía. Me preguntaron si deseaba aprender más acerca del Evangelio, pero les dije que no me interesaba.
Regresé a mi casa en Costa Rica, y los misioneros volvieron a visitarme allí (mi tía les había dado mi dirección). Seguía sin tener interés alguno en su mensaje, así que les pedí que se marcharan.
Pasaron cuatro años. Yo estaba saliendo con una joven que había sido mi amiga durante muchos años, y nuestra relación nos condujo al compromiso matrimonial. Mientras pensaba en nuestro futuro juntos, mi
corazón se tornó hacia lo espiritual, y le dije a mi prometida que deseaba conocer a Dios. Decidimos que asistiría a la iglesia con ella para aprender de Él.

Mientras tanto, yo oraba en privado a Dios para tener oportunidades de llegar a conocerle.
Durante este periodo de búsqueda, los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días volvieron a llamar a mi puerta. Frustrado al ver que habían regresado, les dije que se marcharan y cerré la puerta. Sin embargo, en aquel mismo momento me vino un pensamiento a la mente:
“Has estado orando para conocer a Dios. ¿Y qué tal si estos hombres tienen algunas respuestas que darte?”
Abrí la puerta otra vez, llamé a los élderes y les invité a pasar y enseñarme.
Muy pronto descubrí el poder de las verdades que enseñaban, y acepté el Evangelio restaurado. Tres semanas más tarde, el 12 de marzo de 1995, me bauticé en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Mi novia no estaba contenta con mi decisión. Una noche, tres meses más tarde, me dijo que yo tenía que
escoger entre ella y la Iglesia. ¡Qué decisión tan dolorosa! Tras mucho meditar y deliberar, opté por la Iglesia. Sentía que había tomado la decisión correcta, pero los meses después del suceso fueron un periodo muy oscuro de mi vida. No obstante, hallé esperanza al vivir mi nueva religión, especialmente al llegar a conocer a mi Padre Celestial, como había pedido en mis oraciones.
Un año después de mi bautismo, serví en una misión de tiempo completo en Nicaragua. Mi servicio allí
me brindó mucho gozo, y aumentó mi conocimiento y amor por mi Padre Celestial. Varios meses después
de mi regreso de Nicaragua, conocí a Lili, la mujer que más tarde se convertiría en mi esposa.
Establecer el Evangelio como prioridad en nuestra vida no siempre resulta fácil. Las decisiones que tomé
fueron difíciles. No obstante, aprendí entonces, como sigo aprendiendo ahora, que cuando efectuamos sacrificios para conocer a nuestro Padre Celestial, Él nos revela Su voluntad para nosotros. La felicidad que viene de seguir Su plan y Sus mandamientos siempre merece la pena.

Tomado de Liahona setiembre 2009
Conceptos para aplicar
  • Al recibir revelación, debemos obrar de acuerdo a ella
  • A veces debemos sacrificar cosas temporales para seguir a Jesucristo
  • Todo lo que nuestro Padre nos pide es en pos de nuestra felicidad eterna
Escrituras
  • Josué 1:6-7
  • Alma 56:45
  • DyC 10:47,52
Cita

“Sigamos al Hijo de Dios en todo lo que hagamos y por todos los senderos de la vida. Que sea Él nuestro ejemplo y nuestro guía. Estamos en una época en la historia del mundo, así como en el progreso de la Iglesia, en que debemos dedicarnos a pensar más en las cosas sagradas y a comportarnos más como el Salvador espera que Sus discípulos lo hagan. En todo momento debemos preguntarnos: ‘¿Qué haría Jesús?’ y luego actuar con más valor de acuerdo con la respuesta. Debemos ocuparnos de los asuntos de Su obra como Él se ocupó de los de Su Padre. Debemos hacer todo el esfuerzo posible por llegar a ser como Cristo, el único ejemplo perfecto y sin pecado que este mundo jamás haya visto.”
(Pte. Howard W. Hunter, Liahona enero 1995, pág. 100)

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