Nuestros
actos permanenecen en la memoria de nuestros hijos y amigos
aun cuando nosotros ya no estemos. |
Relato |
Algo
de mayor valor
Por Ray Taylor |
Cuando escogí el cuadro del Salvador, algunos de mis
hermanos y hermanas se rieron en tono de burla; todavía
quedaban cosas que ellos consideraban de mucho más
valor entre las pertenencias de papá y mamá.
Estábamos reunidos en nuestro hogar de la infancia,
donde mamá residía al momento de fallecer hacía
unas semanas. Papá había fallecido cinco años
antes, en 2001. Había llegado el momento de repartirnos
sus pertenencias, así que sacamos números y
escogimos objetos: el que sacara el número más
bajo escogía primero.
Los muebles del dormitorio fue lo primero que eligieron; luego
el refrigerador, el juego de comedor con la
mesa y las sillas y el auto de modelo antiguo. Yo elegí
el piano, aunque no lo sé tocar. En nuestro hogar habíamos
disfrutado de la música mientras crecíamos,
y papá en muchas ocasiones sirvió como director
de música del barrio; además, nuestros padres
cantaban bien. Mi padre, un hombre grande y con una voz potente,
nunca rechazaba ninguna oportunidad de cantar. El piano significaba
mucho para mí, tal como el cuadro del Salvador. Cuando
elegí la pintura, la cual estaba encuadrada junto con
una copia de “El Cristo Viviente: El testimonio de los
Apóstoles”, el cuadro estaba colgado en una pared
de la sala familiar, donde nos encontrábamos sentados.
En aquel momento no podía evitar pensar en el Salvador,
el plan de salvación y en cuánto significaban
mis padres para mí; y no podía evitar sentir
gratitud por la forma en que nos habían criado, el
Evangelio que nos
habían enseñado y el ejemplo que nos habían
dado, incluso su buena disposición para servir.
Cuando llamaron a papá como obispo, él le recordó
al presidente de estaca que tenía setenta años.
“Creo
que ha cometido una equivocación”, dijo.
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“¿Cuántos
años piensa que tienen las Autoridades Generales de
Salt Lake City?”, le contestó el presidente de
estaca. “Usted no fue la primera persona en la que pensamos,
ni tampoco fue la segunda; usted fue la persona a la que el
Señor escogió”.
Papá supo que Dios lo había llamado y se convirtió
en un buen obispo. No había nada llamativo en él
ni era un experto en las Escrituras: simplemente era un hombre
sencillo que mostraba mucha empatía por los miembros
del barrio. Al mismo tiempo que papá servía
como obispo, yo servía como consejero de otro obispado
de nuestra estaca. Al asistir juntos a reuniones de liderazgo,
nuestra relación se centró en Cristo y llegué
a conocer su lado espiritual. Cuando llamaron a papá
como obispo en 1994, él tenía problemas de salud.
“¿Me garantiza este llamamiento cinco años
más de vida?”, le preguntó en tono de
broma al presidente de estaca. Dos años después
de ser relevado, falleció.
Pensaba en todos esos recuerdos mientras terminábamos
de repartirnos las pertenencias de mis padres.
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Después
de regresar a mi casa, busqué el lugar apropiado para
colgar el cuadro del Salvador. Al darle vuelta, para mi sorpresa,
me di cuenta de que le habían hecho una dedicatoria
a mi padre: “Siempre recordaremos al obispo Taylor como
un hombre grande que tenía un corazón hecho
a su medida”.
Tenía las firmas de nuestra presidencia de estaca:
“Presidente Cory, presidente Carter y presidente Stubbs”.
De pronto, el cuadro se convirtió en algo de mucho
más valor para mí. Hoy, se encuentra colgado
en una pared de mi hogar sobre el piano de mis padres. Todavía
quedan algunas cosas en nuestro antiguo hogar, las cuales
elegí pero todavía no he ido a buscar. Pero
no importa; tengo las cosas de mayor valor.
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Tomado de Liahona septiembre 2009 |
Conceptos
para aplicar |
- Nuestras
enseñanzas deben ser respaldadas ampliamente por
nuestros hechos
- Los
tiempos conjuntos con nuestros hijos y amigos tienen una
riqueza incalculable
- Nuestro
ejemplo de servicio tendrá una gran repercusión
en nuestra descendencia
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Escrituras |
- Efesios
6:1-3
- 1 Nefi
1:1
- Enós
1:1
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Cita |
“A
fin de edificar un cimiento lo suficientemente fuerte para
sostener una familia en este mundo lleno de problemas, se
requiere la colaboración máxima de cada uno
de nosotros: padres, abuelos, tíos, primos, etc. Cada
uno de ellos debe contribuir con energía y tesón
para hincar pilotes que lleguen al lecho de roca del evangelio
hasta que los cimientos sean lo suficientemente fuertes y
perduren por las eternidades. Estableced tradiciones en vuestras
familias que os unan, y que puedan demostrar vuestra devoción,
amor y apoyo los unos por los otros. Por cada uno de los miembros
de vuestra familia, estas ocasiones incluirían bendiciones
de niños, bautismos, otras ordenaciones al sacerdocio,
graduaciones, despedidas o bienvenidas de misioneros y, por
supuesto, casamientos. Si la distancia, misiones o problemas
de salud os impiden que vayáis a reuniros con la familia,
escribid una de esas cartas especiales que forman parte valiosa
de las historias familiares. El compartir estas ocasiones
como familia nos ayudará a edificar sobre la roca.”
(Elder L. Tom Perry, Liahona abril 1985, pág. 23)
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