La vida de la persona cristiana se compone de pequeños
actos buenos realizados a toda hora en el hogar, en el quórum,
y donde sirvamos. |
Relato |
La
caridad y el pastel del cíclope
Por Nikki O. Nelson |
Pocas
semanas después de la muerte inesperada de mi esposo,
llegué a casa del trabajo cansada y
deprimida. Mis hijos me recibieron en la puerta con dos noticias
interesantes: Todavía no teníamos agua
(nos habíamos quedado sin suministro durante la noche)
y en unas dos horas había un concurso y venta
de pasteles patrocinado por los Lobatos y los padres de éstos,
y ellos necesitaban un pastel.
Cuando entré en la cocina, pude ver que los platos
sucios se habían multiplicado de forma alarmante y
que apenas había espacio para preparar el pastel. ¡Y
todavía quedaba por solucionar el problema del agua!
Encontré una receta sencilla y asigné a un hijo,
contra su voluntad, para dar las instrucciones a sus
hermanos más pequeños. Me cambié de ropa,
busqué una llave inglesa por todo el garaje y descendí
al depósito del agua. Había visto a mi esposo
arreglar la bomba en varias ocasiones y no tenía duda
alguna de que en pocos minutos estaría funcionando.
Las conexiones parecían estar bien. Sacudí la
caja del interruptor para ver si podía hacerlo funcionar
y le di también unos golpecitos con la llave, pero
nada; le di una patada a la cañería, y tampoco
nada. Me golpeé
el dedo al intentar desatornillar el enchufe para cebarlo,
pero seguía sin arrancar. Nada funcionó.
Debo de haber pasado una hora en el depósito intentando
todo lo que se me ocurría y estaba desesperada.
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¿Qué
diablos estoy haciendo metida en este agujero golpeando esta
estúpida bomba cuando debería estar en una cocina
bonita y limpia actuando como una madre? ¿Por qué
mis hijos tienen que vivir la vida e ir a actividades de venta
de pasteles sin un padre? ¿Es eso justo?
Incapaz de arreglar el problema del agua, me di por vencida
y llegué a la reunión, aunque tarde. Me senté
en una silla al fondo de la sala y los niños llevaron
su triste y pequeño pastel a la mesa de exposición.
Había pasteles con la apariencia de los sombreros de
los Lobatos, pasteles con árboles y pájaros,
y con banderas de la patria. Y luego estaba el nuestro, el
que mis hijos habían decorado para parecerse a un cíclope,
con un ojo brillante hecho de azúcar glaseado de colores
escarlata y azul, al cual habían añadido montones
de zigzagueantes líneas rojas para darle la apariencia
de sangre.
Allí estaba yo sentada en la oscuridad, lamentando
mi suerte, y cuando ya no pude evitar más las lágrimas
de frustración, me escabullí al baño.
Una hermana de la Sociedad de Socorro vio que me marchaba
y me siguió, y no pasó mucho tiempo antes de
que le contara todo lo sucedido.
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Me
abrazó y me sugirió el nombre de un par de plomeros
de confianza. ¿Plomeros? ¡Qué gran idea!
Me parecía algo revolucionario.
Cuando el agua no funciona en una granja, se lo dices a tu
esposo y él intenta reparar la bomba por un rato
y todo anda bien. ¡Nunca me había pasado por
la mente la idea de llamar a un plomero! Me di cuenta de que
estaría bien tomar decisiones que fueran diferentes
al modo de como mi esposo lo hubiera hecho. Después
de todo, era posible que las cosas se arreglaran.
Hacia el fin de la tarde, dio comienzo la venta de pasteles.
Mis hijos se subieron sonrientes al escenario,
sosteniendo el grotesco pastel del ojo. Una dulce abuelita
terminó pagando un buen precio por él.
Cuando subió al escenario para recogerlo, dijo que
no sabía exactamente lo que representaba, pero que
le
gustaban los colores. Afortunadamente, mis hijos se limitaron
a sonreír y mantuvieron la boca cerrada.
Estas dos maravillosas mujeres conocían la caridad,
y de forma sencilla ambas vieron una necesidad
y espontáneamente pusieron manos a la obra para satisfacerla.
Probablemente ellas dirían que se
trataba de algo pequeño y dudo incluso que recuerden
el incidente, pero para mí no fue cosa insignificante.
Jesucristo nos mostró el ejemplo; Él nos enseñó
acerca de la caridad. Fue sensible a las necesidades de las
personas a quienes amaba, y nos ama a todos. De igual modo,
nos enseña a ser sensibles los unos con los otros,
a amarnos, consolarnos y edificarnos mutuamente. Creo que
ésa es parte de la razón por la que estamos
aquí.
Aquel día aprendí que a la hora de practicar
la caridad, a veces las cosas pequeñas pueden surtir
una gran influencia en nuestra vida.
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Tomado de Liahona febrero 2001 |
Conceptos
para aplicar |
- Debemos
ser sensibles a las necesidades de las personas que nos
rodean
- Pequeños
actos tienen una importancia significativa en las personas
- Si
estamos atentos al Espíritu podremos ser instrumentos
en Sus manos
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Escrituras |
- Mosíah
2:17
- 1 Corintios
13
- DyC
64:33
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Cita |
“No
hay una sola cosa grandiosa que se pueda hacer para obtener
la vida eternal y yo creo que la gran lección que debemos
aprender en el mundo actual es la de aplicar los gloriosos
principios del evangelio a los pequeños actos y deberes
de la vida cotidiana. No creamos que porque algunas cosas
hoy parecen pequeñas y triviales no tienen importancia.
La vida, después de todo, está hecha de cosas
pequeñas. Nuestra vida, nuestro ser, se mantiene con
pequeños latidos. Pero si ese corazón cesa de
latir, la vida en este mundo se termina. El sol es una fuerza
poderosa del universo, pero es una bendición para nosotros
porque lo recibimos en rayos pequeños, que, todos juntos,
llenan la tierra de luz solar. La oscuridad de la noche se
hace más llevadera por el resplandor de lo que parecen
ser pequeñas estrellas. Así también la
vida de la persona cristiana se compone de pequeños
actos buenos realizados a toda hora en el hogar, en el quórum,
en la organización, en la comunidad o en cualquier
lugar donde vivamos o sirvamos.”
(Pte. David O. McKay, Conference Report octubre 1914, pág.
87-88)
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