La escuela de la vida
Todos participamos de clases que la escuela de la vida ofrece mientras avanzamos por un laberinto de pasillos cultivando vínculos valiosos
Sigo aprendiendo de esta escuela de la vida y debo confesarte que, en este corto periodo de existencia, cada día me sorprende más. Quedo asombrada por todo lo que podemos aprender aquí. Existen infinitas variedades de colores, personas, olores, ruidos y texturas, y cada una de ellas me hace experimentar sensaciones diferentes. Algunas pueden parecerse, pero al analizarlas, todas son únicas.
Todos participamos de estas inagotables clases que la vida ofrece. Empezamos acompañados, muchas veces confundidos, sin saber qué decir o hacer. A medida que avanzamos, nuestra apariencia cambia, al igual que nuestro rostro, y nunca dejamos de enfrentar los desafíos de estas lecciones, que nos obligan a desarrollar habilidades y actualizarnos constantemente.
He visto las huellas de los momentos difíciles que atravesamos, y me genera curiosidad saber qué se aprende en esas situaciones. Sin embargo, al verlos en tales angustias, no puedo evitar ponerme en su lugar, independientemente de lo que estén sintiendo. Me produce una sensación indescriptible, casi prefiriendo no experimentar esa clase, y seguir avanzando por los pasillos de la vida, en busca de aulas con materias más atractivas.
Graduación y despedida
Es imposible explicar completamente lo que nos sucede y lo que sentimos; resulta realmente complicado verbalizar las vivencias que nos conmueven profundamente, especialmente en aquellos momentos que nos afectan hasta el último nervio del cuerpo. La graduación en esta escuela terrenal, a diferencia de las escuelas tradicionales, ocurre en momentos que no controlamos en absoluto. En esas ocasiones, las emociones juegan un papel crucial para comprender lo que está sucediendo y los vínculos que hemos forjado cobran importancia.
Nuestras lágrimas ante la muerte simbolizan la tristeza por la separación, por el vacío que nos deja, por las experiencias que ya no se podrán vivir. Nuestros padres seguirán siendo padres y nuestro cónyuge seguirá siendo cónyuge, pero lo que cambia abruptamente para quienes seguimos en la vida es la imposibilidad de seguir construyendo junto al otro.

Duele permanecer de este lado, seguir el camino sin la compañía, con un espacio lleno de recuerdos detenidos en el tiempo y la imposibilidad de crear nuevos momentos. El dolor no radica solo en la ausencia del ser querido, sino en la transformación de lo que éramos con ellos, en la ruptura de ese lazo que nos definía.
La pérdida nos despoja de algo que quizás no éramos plenamente conscientes de tener, hasta que ya no está. Me surgen preguntas al observar sus pasos y sus rostros: ¿Cómo se sigue adelante con esa ausencia? ¿Cómo se llena el vacío que se ha generado?
Quizás lo que más aterra no sea la muerte en sí, sino el cambio que provoca en aquellos que seguimos viviendo día a día. La vida continúa, el tiempo avanza, pero ya no somos los mismos. A menudo llevamos cicatrices invisibles pero profundas.
Laberinto de pasillos
La escuela de la vida es como un laberinto de pasillos que nos lleva de una aula a otra, donde a veces pasamos de año o simplemente nos enfrentamos a nuevas pruebas. Aunque esto pueda parecer agotador, me di cuenta de que también hay momentos de descanso y diversión. En ocasiones, recibimos regalos en forma de caricias al alma que son profundamente reconfortantes.
Mientras todo está lleno de matices, momentos intermedios y transiciones, la muerte es definitiva: es blanco o negro, vida o ausencia. Tal vez la ausencia de matices nos desconcierta, estamos acostumbrados a cambios graduales, a los “casi” o “quizá”. Sin embargo, la muerte nos impone una realidad sin retorno, donde no hay espacio para grises que habitualmente nos consuelan.
El valor de los vínculos
Los vínculos me hicieron reflexionar sobre las personas que han cruzado al otro lado del velo: quizás ese vecino al que saludabas cada día, aquel que veías barrer la vereda, o el chofer del micro que reconocías porque lo tomabas a menudo. Podemos marcar un punto y aparte cuando se trata de un amigo que ya no está. Faltarán sus saludos, mensajes, bromas, quedarán conversaciones inconclusas, pero la vida seguirá. Nuevos amigos llegarán y construirás nuevos vínculos. Un día seremos nosotros los que partamos, y serán nuestros amigos quienes experimenten lo que hoy sentimos.
¿Qué sucede con esas relaciones irreemplazables? ¿Podemos seguir viviendo sin ellas? Cuando un hijo se va, ¿puede otro llenar ese vacío, sustituir ese vínculo? ¿Y qué pasa con la muerte de nuestros padres? Son relaciones insustituibles. Lo mismo ocurre con un cónyuge: esa relación se fue forjando y llenando de recuerdos, risas, hijos, quizás nietos. Aunque al principio eran desconocidos, decidieron unir sus vidas y formaron una sociedad llena de memorias. La partida de uno detiene la relación terrenal; uno cruza otro plano y el otro queda aquí. Esta ausencia se hace difícil de soportar, especialmente si se ha compartido más tiempo juntos que con los padres. Imagino la soledad al acostarse en una cama de dos plazas con un vacío difícil de llenar.
Qué loco pensarlo, ¿no? Muchos han pasado por esto y eventualmente todos lo viviremos. Es común que no seamos conscientes de los vínculos que estamos formando, ni de la importancia de nutrirlos con recuerdos y disfrutarlos plenamente, porque nunca sabemos cuándo llegará el último suspiro.
Ignoramos qué ocurre al otro lado del velo y cómo continúa el camino de quien ha partido. Debemos aprender a proseguir nuestro recorrido sin esa relación presente. Al final, quizá la lección más valiosa que nos brinda esta escuela de la vida sea apreciar los vínculos que creamos. Aunque frágiles y finitos, nos sustentan cuando lo desconocido invade nuestros días. Más allá de la angustia y el vacío de la pérdida, queda lo vivido y compartido.
La Pascua
Después de haber hablado tanto de esta escuela que le suelen llamar vida y de los desafíos que presentan, y estando a pasos de la Pascua, es importante saber que hay una muerte que marcó de muchas maneras la vida de todos. Transformó a la humanidad, dio paso a una esperanza sanadora. La muerte de Jesucristo no sólo atravesó el umbral de la desaparición física, sino también trajo consigo la resurrección, un renacer que nos invita a mirar más allá del vacío y la oscuridad, a creer que lo que parece irreversible no lo es.
En 1 Corintios 15:20-22 se nos recuerda:
“20 Pero ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos; y llegó a ser primicias de los que durmieron.
“21 Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos.
“22 Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados”.
La resurrección de Jesucristo nos habla de la vida después de la muerte, pero no solo de una existencia que continúa en otro plano, ya que la muerte no es el final. A través de su resurrección, Jesucristo no solo venció a la muerte, sino que nos demostró que el amor es más fuerte que cualquier despedida.
Hoy, a las puertas de la Pascua, podemos reflexionar sobre esta promesa. La muerte en la cruz, aunque aparente una gran tragedia, fue la semilla de algo mucho mayor. La resurrección nos recuerda que, aunque enfrentemos pérdidas, el amor y la conexión persisten. En este mundo, aunque el dolor es tangible, la esperanza de una nueva vida es aún más real.

Vínculo con Jesucristo
La muerte nos deja repletos de preguntas, pero la fe en Jesucristo nos brinda la certeza de que hay algo más allá, y que el último aliento terrenal es solo un peldaño en nuestra proyección eterna.
En la Conferencia General de abril de 2021, en plena crisis de la pandemia por el virus Covid-19, el presidente Russell M. Nelson nos alentó a fortalecer nuestra fe en Jesucristo:
“Mi llamado a ustedes esta mañana de Pascua de Resurrección es que comiencen hoy a aumentar su fe. Mediante su fe, Jesucristo aumentará la capacidad de ustedes para mover los montes que haya en su vida, aunque sus desafíos personales puedan ser tan grandes como el monte Everest. Sus montes pueden ser la soledad, la duda, las enfermedades u otros problemas personales. Sus montes serán distintos, no obstante, la respuesta a cada uno de sus desafíos es aumentar su fe”. (Russell M. Nelson, Conf.Gral. Abril 2021, “Cristo ha resucitado; la fe en Él moverá montes“)
Y más adelante volvió a resaltar la importancia de una “fe floreciente” en Jesucristo:
“La fe en Jesucristo es el poder más grandioso que tenemos a nuestro alcance en esta vida. Todas las cosas son posibles a los que creen. Su creciente fe en Él moverá montes, no los montes de roca que embellecen la tierra, sino los montes de desdicha en sus vidas. Su fe floreciente les ayudará a convertir los desafíos en crecimiento y oportunidades incomparables”. (Russell M. Nelson, Conf.Gral. Abril 2021, “Cristo ha resucitado; la fe en Él moverá montes“)
Nunca estamos solos
No estamos solos en los momentos de tristeza al despedirnos de un amigo o un familiar. El élder Jeffrey R. Holland dijo al respecto:
“Hermanos y hermanas, uno de los grandes consuelos de esta época de Pascua de Resurrección es que debido a que Jesús caminó totalmente solo por el largo y solitario sendero, nosotros no tenemos que hacerlo. Su solitaria jornada proporciona una compañía excelente para la corta versión de nuestro sendero: el misericordioso cuidado de nuestro Padre Celestial, la infalible compañía de este Hijo Amado, el excelente don del Espíritu Santo, los ángeles del cielo, familiares a ambos lados del velo, profetas y apóstoles, maestros, líderes y amigos. Se nos han dado todos estos compañeros y más para nuestra jornada terrenal por medio de la expiación de Jesucristo y de la restauración de Su evangelio. La verdad que se pregonó desde la cima del Calvario es que nunca estaremos solos ni sin ayuda, aunque a veces pensemos que lo estamos. Ciertamente, el Redentor de todos nosotros dijo: “No os dejaré huérfanos. [Mi Padre y yo] vendr[emos] a vosotros [y moraremos con vosotros””. (Jeffrey R. Holland, Conf. Gral. abril 2009, “Nadie estuvo con Él”)
Vínculos eternos
La muerte es el final de una etapa terrenal pero no de la vida. Nos enseña a valorar aún más lo que realmente tenemos: el tiempo, las oportunidades y, muy especialmente, los seres que amamos. Teniendo una mayor comprensión y entendimiento que la vida no termina acá, sino que también continúa del otro lado. Las relaciones construidas se mantendrán y potenciarán a medida que avancemos en la senda de convenios que, aunque los hacemos en esta esfera, trascienden lo terrenal.
“Y la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá; pero la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos”. (Doctrina y Convenios 130:2)
Nuestro vínculo con Jesucristo también trasciende lo terrenal y día a día podemos fortalecerlo y disfrutarlo. Esta Pascua, solos y junto con nuestras familias y amigos podemos hacer que Él sienta nuestro amor y profundo agradecimiento.
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