¡Auxilio! Pasé a la Sociedad de Socorro

El paso de Mujeres Jóvenes a la Sociedad de Socorro puede tener sus matices más o menos trágicos y divertidos.

Finalmente llegó el día tan esperado por seis largos años, en la reunión sacramental el obispo nos entregará a las jovencitas el certificado que da cuenta de nuestro paso por la organización recordando cómo la guía para jóvenes de Desarrollo Personal, nos ayudó a alcanzar nuestras metas. 

Confiadas y muy contentas caminamos por el pasillo del salón para buscar el reconocimiento por tanto esfuerzo. Aunque admitimos que sin la ayuda de nuestras maestras hubiera sido difícil que lo lográramos, el mérito igual es nuestro.

Terminamos una etapa llena de actividades en donde nos sentimos el centro del mundo con las llamadas de nuestras maestras para saber de nosotras cuando no podíamos ir a la capilla. Con los encuentros en la casa del obispo para ver todos una película o ir a la pileta. Con las reuniones para decidir qué queríamos hacer como actividad cada semana. Siendo los organizadores de un circuito de venta de servicios para juntar el dinero que necesitábamos para el PFJ (venta de empanadas, lavar autos, cuidar chicos, cortar pasto, limpiar las ventanas de alguna hermana de la iglesia). Participando de los encuentros cada día en Seminario, estudiando con amigos las escrituras y aprendiendo a enfrentar este mundo tan complejo con maestros que ya habían aprendido a leer nuestros corazones. Recordando cada semana, al repetir el lema de la organización lo importante que somos, pues soy una hija amada de nuestros padres celestiales.

Pasamos de chiquillas de 12 años a convertirnos en “jóvenes adultas”, algo que suena a “joven envejecida” o “todavía no sos ni esto ni aquello”.

La alegría de haber sobrevivido a varios veranos en el PFJ pensando en que ahora estamos más que listas para ser consejeras JAS en ese evento, se ve opacada a medida que transcurre nuestra primera clase en la Sociedad de Socorro.

El salón está bien ordenado, con láminas, carteles, manteles en la mesa y sobre el piano cerrado, hermosas flores provenientes de algún jardín cercano. Las hermanas sentadas se saludan y se pasan las últimas novedades. Nada diferente a lo que pasaba en nuestra clase de mujeres jóvenes.

Ese domingo la presidenta de la organización nos recibe con una hermosa tarjeta firmada por las hermanas presentes. Al comenzar la reunión, quien la dirige, nos hace poner de pie en nuestro carácter de “nueva”, dándonos la bienvenida. Una hermana del fondo comenta:”-¡Pensar que la conozco desde que estaba en la panza de su mamá!” Otra pregunta si tenemos novio y ante nuestro silencio nos dice que somos muy jovencitas para tenerlo. 

Y nos incluyen en ese momento en el grupo de WhatsApp en donde las mismas hermanas que firmaron la tarjeta comienzan con un frenesí extraordinario que durará todo el día, a enviar mensajes, gifs, emojis y por supuesto la pregunta para saber si alguien vio el tupper naranja que los misioneros le perdieron.

Nos consolamos cuando una amiga nos cuenta que tiene silenciado el grupo y no siente culpa. 

Luego sigue la presidenta con una larga lista de anuncios de actividades y pedidos especiales. Entre ellos se destaca el de voluntarias para cuidar a una hermana internada. Y allí las vemos en acción, poniéndose de acuerdo con horarios, explicaciones sobre por cuál escalera hay que subir para ver a la enferma (no sea cosa que terminen en otro lugar), número de la habitación, aclaraciones de la enfermedad (no pudimos saber de qué estaba enferma), la última noticia sobre la internada y una extraña discusión sobre quién tiene el último parte médico.

Luego de “ponerse de acuerdo”, pasamos a cantar un himno a pedido de la maestra de la clase, para ponernos en sintonía. No hay música; sólo las voces de mujeres que parece que no escuchan muy bien, el llanto de varios bebés y un cuchicheo de hermanas que preguntan la dirección del hospital y la aclaración de la escalera.

Comienza la clase, por suerte tan bien preparada como la de nuestra maestra anterior. Mientras tanto, recibimos en nuestras manos un calendario para poner nuestros nombres. Lo miramos desconcertadas tratando de adivinar de qué se trata, cuando un alma caritativa nos susurra: “Anotate para darle de comer a los misioneros”. Pasamos el calendario porque tenemos que consultar con mamá. 

En medio de la clase, una hermana acota que ella no podría cuidar a la hermana enferma por la noche. Que prefiere ir bien temprano a la mañana. ¡Ese no es el tema de la clase!–pensamos confundidas.
Nuestra amiga nos aclara que es común mantener dos líneas de conversaciones en la clase.

De pronto vemos que alguien que está contestando una pregunta se pone a llorar porque se acordó de algo que no entendimos muy bien qué era. La maestra le agradece la participación pero la clase se detiene nuevamente para esperar a que encuentre los anteojos quién debe leer una escritura. No los encuentra y termina leyendo con los anteojos de la que estaba sentada delante suyo. Hacia el final, todas quieren participar y la maestra se desespera por terminar a tiempo.

Alguien se ofende porque no la dejaron hablar (cuando escuchamos su voz durante toda la clase), otra hace una pregunta por la internada en el hospital, la presidenta intenta ordenar el final de la reunión y nosotras nos preguntamos: “¿Esto es la Sociedad de Socorro?

Al terminar la clase, ya en el pasillo de la capilla, una madre joven se nos acerca y nos calma: “Espero que no te hayamos asustado, no siempre es así”.

Ingenuas creemos que ya pasamos lo peor. Pero no salimos del asombro cuando una amiga de mamá se acerca con un papelito y nos dice: “Estás encargada de ministrar a estas hermanas. Llamá a tu compañera y avisale que sos la nueva”. Leemos el “papelito” y no conocemos a ninguna de las hermanas que figuran ahí, ni siquiera a nuestra compañera.

La secretaria se nos acerca y nos pide que le informemos el domingo que viene si tuvimos algún contacto con las hermanas que debo ministrar. 

Una consejera nos pregunta si tenemos algún horario libre, ya que no estamos casadas, para ir a visitar a la internada y nos da el papelito con el número de habitación y la escalera correspondiente. Cuando apenas nos alcanza el tiempo para correr del trabajo a la universidad y de ahí a alguna clase de Institutos.

Quien está encargada de historia familiar nos invita al taller de genealogía y nos envía un PDF por whatsapp con el horario; ella es más organizada.

Y nuevamente la secretaria se nos acerca con otro papelito  para invitarnos a participar de otro taller  para aprender “cómo hacer una manta reciclando ropa”. Terminamos con un montón de papelitos que intentamos ordenar mientras sigue sonando el celular con mensajes de bienvenida. 

La primera vez puede ser atemorizante, aterradora y espeluznante. Pero con el tiempo comprobamos que las hermanas son encantadoras. Disfrutamos cuando vemos a la abuela de una amiga relatar su conversión al evangelio. Observamos asombradas la fortaleza de quien, recién bautizada, tuvo que sobreponerse a muchos desafíos de su entorno. Nos reímos junto a nuestra maestra de la Primaria, cuando comparte una experiencia sobre los llamamientos. Nos conmovemos con la congoja de una madre por su hijo adicto y cómo encuentra fortaleza al participar de la Santa Cena.

Disfrutamos del taller de tejido para hacer una manta para donar porque escuchamos tantas anécdotas de la vida como puntos tejidos. Nos anotamos en el taller de “Cocina para dos”, con la esperanza de ponerlo en práctica pronto. Enseguida asignan una maestra para tener nuestra clase aparte (es que afortunadamente somos muchas )  y nos juntamos varias jóvenes adultas con nuestra maestra quien se esfuerza por comprender las presiones que hoy nos rodean.

Aprendemos a organizarnos para ayudar a otros. Descubrimos que ministrar es una buena preparación para ir a la misión. Una de nuestras amigas es la líder de las jóvenes y ella organiza los viajes al templo, nos mantiene al tanto de los bailes, cursos de Instituto, PFJas, charlas y noches de hogar para los jóvenes adultos solteros del barrio.

Si bien el paso de Mujeres Jóvenes a la Sociedad de Socorro puede tener sus matices más o menos trágicos y divertidos, con el tiempo vemos que podemos salir edificadas al compartir tan diversas experiencias. Nos fortalecemos en el Evangelio al ayudarnos unas a otras y descubrimos así el significado de la caridad. Es la organización en donde vemos, sentimos y vivimos “la caridad” entendiendo su significado más ampliamente.

No será entonces tan difícil integrarnos a esta hermandad mundial, de mujeres consagradas a edificar el reino de Dios sobre la tierra. De mujeres que no toman en cuenta nuestro estado civil, ni social, ni cultural, para servirse mutuamente, porque todas “somos hijas espirituales de Dios amadas por Él”(1).

Es la organización en donde vemos, sentimos y vivimos “la caridad”…

1.- Declaración de la Sociedad de Socorro

Artículo escrito en el año 2013 y actualizado en marzo de 2024

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