Construyendo relaciones
Todos buscamos construir relaciones que sean duraderas y el desafío no será entender el amor como un todo, sino aprender a reconocerlo.
La última vez que estuve en Tandil, como de costumbre, me junté con mis viejos amigos, aquellos con quienes comparto recuerdos desde la adolescencia. A lo largo del día fui percibiendo distintas formas de amor: el fraternal, el romántico, el propio y el universal.
Antes de irme, me acerqué al cuarto de mis padres para avisarle a mamá que ya me iba, tal como habíamos acordado. Al entrar, la encontré dormida, y papá, que también dormía, estaba girado hacia ella, sosteniéndole la mano. Aquel gesto sencillo, pero tan profundo, me llenó de ternura.
Pensé en ese amor romántico del que tanto se habla y se escribe. No es solo un sentimiento, sino la historia de dos personas que, entrelazando sus pasados, construyen un futuro lleno de aventuras. Porque esa es la verdad: cuando alguien elige a otra persona para recorrer el camino de la vida, las memorias compartidas comienzan a dar forma a algo nuevo. Antes eran líneas paralelas que, en algún momento, decidieron curvarse para encontrarse y convertirse en una sola. El amor es eso: una construcción de historias.
Amor romántico
Este amor romántico es el más idealizado de todos. Nos han enseñado que debería sentirse de cierta manera, que debería ser intenso, arrollador, casi mágico. Pero ¿y si el amor no siempre es como nos contaron?
A veces, el amor romántico es tranquilo. No siempre hay mariposas en el estómago, sino más bien una sensación de hogar. A veces es un “avisame cuando llegues”, un mate preparado en la mañana, una caricia en la espalda en un día difícil. El amor romántico no es solo pasión, también es constancia.
Pero aquí volvemos a lo mismo: ¿Cómo nos gusta recibir el amor? No todos lo expresamos de la misma manera. Para algunos, el amor es palabras. Para otros, es contacto físico. Para otros, actos de servicio. Y ahí es donde el amor se vuelve un reto: ¿sabemos recibir el amor en el idioma del otro sin desvalorizarlo solo porque no es como lo esperábamos?
Porque el amor puede estar ahí, frente a nosotros, pero si lo esperamos de una forma específica, puede que no lo veamos. Y podemos ver que en la siesta, el amor estaba sosteniendo la mano de ambos.
Amor universal
Luego, al salir de casa, me crucé de vereda para esperar el colectivo en la sombra. Ni bien pisé la vereda de enfrente, una señora suspiró tan fuerte por el calor que tenía que me asustó, y juntas nos empezamos a reír. Ella salía de estar entre las plantas, luego de regarlas y acomodar la tierra, aprovechando que no daba tanto sol.
Ambas nos pegamos tremendo susto, porque ninguna esperaba encontrar a la otra, pero de inmediato empezamos a hablar de la naturaleza, algo tan simple y que siempre tenemos enfrente de nuestras narices y algunas veces no la valoramos. Esto nos llevó a la empatía de la gente del barrio con los árboles de las veredas, los jardines y, así, una cosa llevó a la otra, y terminamos hablando de lo mucho que ha crecido el barrio.
Así terminé pensando en el amor que trasciende lo personal: el amor universal, que no está dirigido a una sola persona, sino a la vida en sí misma. Amar el mundo, amar lo que hacemos, amar lo que nos rodea. Es el amor que nos conecta con el otro sin necesidad de conocerlo. Es la empatía con un desconocido, la ayuda sin esperar nada a cambio, el respeto por el otro solo por el hecho de que existe.
En un mundo donde muchas veces el amor parece condicional, donde damos esperando recibir, ¿qué pasaría si amáramos sin expectativas? No por obligación, sino porque nos nace hacerlo.
Amigos y familia
Hacía mucho calor, pero al fin llegué a la casa de mi amiga. No solo la vi a ella feliz con sus niñas y su pareja, sino que la hija mayor, que tiene 2 años, me recibió con un abrazo que me llenó el corazón.
Charlamos de todo, sacamos fotos, nos reímos y la hora de partir se acercaba; antes la ayudé para que pudiera bañar a sus niñas, lo cual me conmovió sin medida. Pensar que hace unos años atrás estábamos sentadas frente a un pizarrón recibiendo clases, y hoy ella estaba bañando a sus hijas. Mientras ella bañaba a una, yo le cuidaba a la otra. Me llenó de amor ver esa escena, de madre e hijas, y me llevó al amor de mis padres hacia mis hermanos y a mi.

El amor no es homogéneo
Sé, por lo vivido con mis hermanos, que el amor dentro de una familia no es homogéneo. Para nuestro papá, la distancia lo obliga a demostrar su amor de otra forma: mensajes, llamadas, recordatorios constantes de que está ahí. Desde afuera, puede parecer invasivo o inoportuno. Un mensaje en medio del día, una llamada a las 6:30 am. cuando todavía no arrancamos. Y sin embargo, cuando lo entendemos, cuando realmente vemos lo que hay detrás, la paciencia se convierte en una forma de amor también. Porque esa es su manera de decirnos que le importamos.
Mamá, en cambio, ama desde otro lugar. Ella prefiere no molestar. Nos dice que podemos llamarla cuando queramos, que siempre va a estar. Pero si la llamamos, si somos nosotros los que rompemos el silencio, se emociona. Porque no lo espera. Su amor no impone, pero anhela.
Ninguna de estas formas de amar está mal. Una es intensa y la otra silenciosa, pero ambas son válidas. Ahora bien, ¿cómo nos hace sentir esa diferencia? ¿Nos costó aceptarla alguna vez? ¿Moldea, sin darnos cuenta, nuestra propia forma de amar?
Lo mismo pasa entre hermanos. Aunque crezcamos en el mismo hogar, no nos gusta recibir amor de la misma manera ni lo damos de la misma forma. Cada uno absorbe algo distinto de la vida, de la infancia, de las heridas, de las pequeñas alegrías. Lo que para uno puede ser una muestra de cariño, para otro puede pasar desapercibido. Y ahí es donde volvemos al punto inicial: el amor es un lenguaje que cada uno habla a su manera.
Amor propio
Llegó la noche; solo tenía palabras de agradecimiento. Estar con las niñas de mi amiga me llena de amor y felicidad, pero si tras eso, puedo percibir pequeños actos de bondad, eso es mejor aún. Pero me faltó ver uno de los amores que suele ser difícil de conseguir, como todos en sí.
Uf… a este si que no todos lo tienen. Y es que cuesta obtenerlo. A quienes lo tienen, los sostiene. A quienes no, los hace sufrir. Difícil de construir y fácil de perder si no lo afirmamos bien. Estoy hablando del amor propio.
Dicen que el amor propio es la base de todo. Que sin él, es imposible amar bien a los demás. Pero, ¿es tan simple como suena? ¿Cómo se construye cuando el mundo nos llena de inseguridades? ¿Cómo aprendemos a amarnos si nadie nos enseñó?
Tal vez el amor propio no es algo que simplemente se tiene o no, sino algo que se trabaja todos los días. Una elección constante entre cuidarnos o abandonarnos, entre hablarnos con ternura o con dureza, entre aceptarnos o rechazarnos. Y si el amor en todas sus formas es un lenguaje, tal vez el amor propio es el idioma que primero deberíamos aprender.
Tan corto de escribir, tan liviano en el aire cuando lo pronunciamos y, sin embargo, tan denso cuando intentamos comprenderlo. Porque, seamos sinceros, no todos saben qué es. No todos lo dan de la forma en que al otro le gustaría recibirlo. Y ni hablar de cómo lo recibimos nosotros.
Es complejo, sí. Porque, aunque parezca simple, no lo es. No basta con sentirlo. También hay que traducirlo, moldearlo, adaptarlo a quien tenemos enfrente sin perder nuestra esencia. Y ahí aparece la gran palabra: empatía. Suena bien, ¿no? Pero aplicarla es otra historia.
Al mismo tiempo, amar no debería sentirse como una deuda ni una exigencia. Tiene que ser cómodo, tanto al darlo como al recibirlo. O sea, hablamos de un equilibrio que pocos consiguen, pero que es esencial para que el amor sea real. Para que no se sienta forzado, sino genuino.
El otro día, en una charla con personas cercanas, surgió esta pregunta: ¿Cómo saber si lo que sentimos y nos dan es sincero? Y ahí caímos en la cuenta de algo inquietante: nadie puede definir el amor con un punto final. Los grandes filósofos han intentado atraparlo en palabras, pero siempre se escapa. Porque el amor no es una fórmula, no es un concepto cerrado. Es un lenguaje vivo que cada uno habla con su propio acento, con sus propias pausas, con su propia intensidad.
La verdadera pregunta
Ahí está la verdadera pregunta: ¿sabemos amar en el idioma del otro sin olvidar el nuestro? Reflexionando sobre esto, llegué a uno de los amores más sublimes y, a la vez, menos comprendidos: el amor de Jesucristo. El Padre Celestial amó tanto al mundo que entregó a su Hijo, como lo declara Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”.
Ese amor del que hablan las Escrituras solo puede llenarnos de gratitud. Jesucristo sufrió por nosotros, como se describe en Alma 7:11-13: “Y él saldrá, sufriendo dolores y aflicciones y tentaciones de toda clase; y esto para que se cumpla la palabra que dice que él tomará sobre sí los dolores y enfermedades de su pueblo”.
Y en Éter 12:33 leemos: “Has amado al mundo, aun al grado de dar tu vida por el mundo, a fin de volverla a tomar, con objeto de preparar un lugar para los hijos de los hombres”. ¿Quién más entregaría su vida por amor a todos? ¿Quién amaría con tal intensidad, sin esperar nada a cambio?
El presidente Russell M. Nelson enseñó en la Conferencia General de abril de 2023: “Hermanos y hermanas, el amor puro de Cristo es la respuesta a la contención que nos aflige en la actualidad”. (Russell M. Nelson, Conferencia General abril 2023, “Se necesitan pacificadores“)
Y el élder Jeffrey R. Holland, citó al profeta Isaías para describir el amor del Salvador: “Cuando Isaías, al describir al Salvador, quiso explicar el amor de Jehová, utilizó la imagen de la dedicación de una madre y pregunta: ‘¿Acaso se olvidará la mujer de su niño de pecho?’. Da a entender que es absurdo, pero no tanto como pensar que Cristo alguna vez se olvidará de nosotros”. (“He ahí tu madre” Conferencia General octubre de 2015)
Pensar en ese amor me deja sin palabras. Porque si ya es difícil hablar del amor humano, ¿Cómo describir a Aquel que dio la vida por mí, por vos, por cada uno de los que habitan esta tierra?
Creo que pocos esperaban ese tipo de amor, que den la vida por vos, y es muchísimo, pero aun así, fue su muestra de amor, su lenguaje del amor, su idioma de demostrarnos que nos amaba por sobre todo.
El amor, ese lenguaje sin reglas
Después de todo esto, vuelvo a la misma idea con la que empecé: el amor no es un concepto cerrado. No tiene una única definición, ni una única forma. Es un idioma sin reglas fijas, un lenguaje que cada uno traduce a su manera.
Tal vez el desafío no sea entender el amor como un todo, sino aprender a reconocerlo en todas sus formas. A veces es un abrazo, a veces es un silencio, a veces es una llamada a las 6:30 am., es alguien que espera sin apurar, y otras veces, es alguien que da la vida por vos.
La pregunta no es si sabemos amar. La pregunta es si estamos dispuestos a aprender a hacerlo.
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