La fórmula P-A-G-A

Por el élder Sterling W. Sill (1903 – 1994)

En el sermón más notable que jamás se ha predicado, la persona más sobresaliente que jamás ha vivido, expresó lo que probablemente es la idea más importante que jamás se ha comunicado. Se refiere al hecho de atesorar para nosotros bienes en los cielos (Mateo 6:20). Aun en la tierra, este asunto de atesorar bienes aquí tiene tantas ventajas, que dedicamos la mayor parte de nuestras vidas a ello.

Sin embargo, Jesús hizo algunas comparaciones interesantes a favor de los tesoros en el cielo. Indicó que son mucho más satisfactorios y permanentes. “La polilla y el orín” no se conocen el cielo; ni tampoco “los ladrones minan y hurtan”. Si lo pensamos un poco, podremos descubrir algunas otras ventajas que vienen de hacer tesoros en el cielo, entre ellas, la musculatura espiritual que consiguientemente desarrollaríamos.

Hay dos razones principales por las que no siempre adquirimos aquí en la tierra los tesoros que quisiéramos. Una de ellas es que a veces no escogemos la profesión adecuada, y la otra es que no somos tan eficaces en nuestro trabajo como deberíamos ser. Estos mismos problemas son los que probablemente tendremos que resolver antes que nuestros tesoros en el cielo tengan valor alguno.

Concerniente a la primera razón, no hay duda que la ocupación más benéfica a que podemos dedicarnos para ganar los tesoros en el cielo es la que Jesús llamó “los negocios de mi Padre” (Lucas 2:49).
Nuestro Padre Celestial es un Personaje sumamente rico en todo respecto. Ha convenido en que entremos en sociedad con Él, prometiendo que nada les retendrá a los que se muestren dignos y capaces. El Señor mismo le declaró a John Whitmer lo que era mayor beneficio: “…la cosa que te será de mayor valor… a fin de que traigas almas a mí” (DyC 15:6).

Esta es la empresa a la que el propio Dios dedica su tiempo entero. Todo personaje grande, incluyendo a Dios, manifiesta su grandeza en su obra.

¿Hemos calculado alguna vez cuánto costaría vivir para siempre en el reino celestial? Para empezar nuestro cálculo, investiguemos cuánto costaría vivir para siempre en el mejor hotel que hay en esta tierra. Entonces hagamos nuestra propia comparación con el reino celestial. Cuando hayamos convertido en efectivo el costo de vivir para siempre en el reino celestial, dividamos esa suma por las pocas horas que dedicamos a trabajar para llegar allí. Probablemente descubriremos que el esfuerzo y trabajo que dedicamos a los “negocios de nuestro padre” nos es pagado a razón de incontables millones de dólares por hora.

Para dar principio a nuestro proyecto, la primera alma que una persona debe traer a Dios, es la propia. Pero el Señor ha dicho además, que si trabajamos todos nuestros días en su servicio y sólo le traemos una alma, nuestro galardón sobrepujará toda nuestra comprensión. Pero con un poco de destreza, podemos hacer mucho más que traerle un alma.

Esto nos lleva nuestra segunda proposición de cómo llevar a cabo “los negocios de nuestro padre” más eficazmente. Para esto se requiere toda la ciencia de la habilidad para dirigir.

Una de las mejores fórmulas que yo conozco se compone de cuatro letras, que con un poco de imaginación puede referirse a los tesoros que estamos buscando, La fórmula es la siguiente:

PAGA

Estas letras significan:

Práctica – Actitud – Genio – Aptitud

Tomemos estas divisiones principales de la habilidad para dirigir y analicémoslas.

La Práctica

La práctica es para el éxito lo que los rieles son para la locomotora

Se ha dicho que fuerza más grande del mundo es la fuerza de la costumbre, el hábito o la práctica. Es más fuerte que la disciplina o la fuerza de voluntad. La práctica es para el éxito lo que los rieles son para la locomotora; así como los rieles apoyan y guían la locomotora, así también la práctica apoya y dirige nuestro éxito.

Tratemos de identificar los hábitos que son esenciales para lograr el éxito como grandes directores. ¿Cuáles son, y cómo podemos adquirirlos?

  1. La práctica o hábito de estudiar. Sabemos que muchos hombres han podido efectuar grandes cosas porque apartaron quince minutos de cada día para hacer un estudio bien orientado y concentrado sobre algún tema particular. Pero el estudio solo de por sí no es suficiente; lo importante es establecer la práctica de estudiar.
  2. La práctica de trabajar. No hay excelencia sin trabajo. Hay muy pocas cosas que uno puede hacer bien sin que su musculatura las haya aprendido de memoria. Podemos escuchar instrucciones sobre la manera de jugar al básquet o fútbol desde ahora hasta que nos hagamos viejos, pero si nuestros músculos no lo han aprendido de memoria, jamás llegaremos a ser buenos jugadores.
  3. La práctica de pensar. Lamán y Lemuel, hermanos de Nefi, pensaron impropiamente. Algunos de nosotros apenas nos ocupamos de pensar. Thomas Edison, el gran inventor dijo: “No tiene límite lo que un hombre haría con tal de no tener que pensar.”
    La mayor parte de nuestros problemas surgen porque no pensamos correctamente, sencillamente porque no pensamos. Antes que podamos lograr que otros piensen, nosotros mismos debemos aprender a pensar. Muchas personas han aprendido a pensar con la pluma en mano.
    Escribamos nuestras ideas, entonces repasémoslas la semana entrante y veamos en qué forma podemos mejorarlas. Aprendamos a pensar mientras leemos. Escribamos nuestros pensamientos en el margen del libro y entonces pongámoslos a trabajar.
  4. La práctica de formar planes. Dios hace planes. Si deseamos llegar a ser “como Dios es”, aquí es el mejor lugar donde empezar. El asunto de formar planes es un aspecto muy importante del hacer tesoros en el cielo.
    Hay también otras prácticas o hábitos que podemos adquirir para mejorarnos a nosotros mismos. Muchas cosas admirables que podemos acostumbrarnos a hacer. ¿Por qué no tomar nuestra pluma y hacer una lista de las otras prácticas que quisiéramos incorporar a nuestra vida? Al lado de cada una de estas cosas, escribamos los métodos que nos proponemos usar para establecerlas firmemente y hacer que funcionen eficazmente todo el tiempo.

La Actitud

La mayor parte de nosotros quisiéramos alterar nuestras circunstancias, pero no queremos cambiarnos a nosotros mismos.

Walter Dill Scott, por muchos años presidente de la Universidad de Northwestern, dijo en una ocasión que la “actitud mental” era más importante que la “capacidad mental”. Otro punto a favor de esta superioridad es que la actitud mental puede mejorarse fácilmente. Un hombre muy erudito dijo: “El descubrimiento más grande de mi generación es que uno puede alterar sus circunstancias con tan sólo modificar su actitud mental”.

La mayor parte de nosotros quisiéramos alterar nuestras circunstancias, pero no queremos cambiarnos a nosotros mismos. No podemos ser mejores directores de lo que somos como individuos. Lamán y Lemuel no tenían la capacidad, como directores, que tenía su hermano menor, Nefi. La diferencia no estribaba en su herencia, ni en su educación, intelecto u oportunidad, sino era más bien la diferencia en su actitud. La misma cosa pasa con nosotros. Somos ambiciosos o perezosos, interesantes o fastidiosos, fieles o desobedientes, leales o inconstantes, logramos el éxito o malogramos, según nuestra actitud. Los tesoros que esperamos hacer en los cielos dependen de la actitud.

Lamán y Lemuel tenían tenían una actitud negativa. Tenían miedo de no poder obtener las planchas; tenían miedo de perecer en el desierto; creían que su padre era un visionario. Carecían de actitud positiva.
En una oportunidad, una importante organización comercial analizó cien fracasos. Las razones que los causaron fueron casi las mismas que habían causado el fracaso de Lamán y Lemuel 2500 años antes. Fueron las siguientes:

  1. 37% fracasó por motivo del desánimo
  2. 37% fracasó por carecer de diligencia
  3. 12% fracasó porque no obedecían las instrucciones

Las causas de estos fracasos y los de Lamán y Lemuel son idénticas. El desánimo es una actitud, al igual que la falta de diligencia y el desobedecer las instrucciones. En estas actitudes predomina una visión negativa.
He aquí, pues, un lugar muy bueno donde podemos empezar a analizarnos. ¿Cuál es nuestra disposición o actitud? ¿Cuán positivos somos?

El Genio

“Algunos hombres me han estimado como un genio, pero todo el talento que tengo estriba en esto: Cuando tengo delante de mí un asunto, lo estudio profundamente”.
Alexander Hamilton

Uno de los significados de genio es: “facultad intelectual nacida del conocimiento”. Lord Bacon, el filósofo inglés dijo: “ El conocimiento es poder.” ¡Cómo se llena uno de ánimo cuando encuentra a alguien que sabe lo que está haciendo, lo que piensa hacer y cómo pretende lograrlo! Mucho más emocionante es encontrar alguien que conoce “los negocios de su Padre”. Si subdividimos el genio, hallamos cuatro palabras que empiezan con la letra P:

  1. Conocimiento del Programa
    La mayor parte del que desempeña algún papel como director en la Iglesia fracasa porque no está familiarizado con el programa ni se rige por él.
    Es decir, no conoce lo que un comerciante llamaría conocer “su producto”. En los “negocios de nuestro Padre”, este “producto” se llama el evangelio o el plan de salvación, y es preciso que lo conozcamos al derecho y al revés. Necesitamos conocer el manual, ya que constituye nuestro proyecto para realizar la obra.
  2. Conocimiento de las Personas
    Necesitamos conocer aquellas “personas”, a quienes el plan tiene por objeto ayudar. Es necesario saber qué les hace falta y la manera de atender a estas necesidades debidamente. Necesitamos saber en qué forma podemos afectar la vida de estas personas con el evangelio.
  3. Conocimiento de la manera de Proceder
    La tercera bien podría llamarse la P psicológica. Necesitamos saber la mejor manera de “proceder”. El agente de ventas divide su sistema en esta forma: encontrar el interesado; investigar lo que necesita; prepara el “terreno” y hacer la presentación; contrarrestar las objeciones y concluir. Como directores de la Iglesia, también necesitamos saber en qué forma vamos a proceder.
    Para lograr el éxito en los “negocios de nuestro Padre” se requiere formar planes, ensayar, ser diligente, tener fe y entusiasmo, hacer visitas personales, preparar, realizar, etc.
  4. Conocimiento de la Personalidad del director
    Quizá la cuarta P sea la más importante, porque requiere que nos conozcamos a nosotros mismos. La hemos llamado la Personalidad del director.
    La cosa con que probablemente todos estamos menos familiarizados en este mundo, es nuestra propia individualidad. Podemos preguntarle a un hombre acerca de la ciencia, invención o historia, y nos da las respuestas. Mas si le pedimos que escriba un análisis de sí mismo, que nos haga saber las cualidades de su mente y alma, difícilmente obtendremos una contestación satisfactoria. Necesitamos saber cómo ponernos en movimiento, cómo plantar la convicción en nuestro corazón. Necesitamos saber cuál es la causa de nuestro desánimo y cómo vencerla. Hay que saber cómo podemos integrar nuestra fe y obras. Hay que saber cómo evitar la falta desánimo, la fatiga, la pereza y el descuido.

    Reflexionemos ¿Nos gustaría ser un genio en la obra de dirigir? ¿Un genio en los “negocios de nuestro Padre”?

    Muchos han dicho que Alexander Hamilton, uno de los más distinguidos estadistas norteamericanos, fue un genio. Analicemos su fórmula para lograr el éxito:
    “Algunos hombres me han estimado como un genio, pero todo el talento que tengo estriba en esto: Cuando tengo delante de mí un asunto, lo estudio profundamente. Lo tengo presente de día y de noche. Lo analizo en todos sus aspectos. Mi mente queda empapada en él. El resultado es lo que algunos suelen llamar el fruto del genio, cuando en realidad no es sino el fruto del estudio y del trabajo.”
    ¿No nos parece maravilloso? Y lo mejor de todo es que siempre produce resultados. Reflexionémoslo. ¿Nos gustaría ser un genio en la obra de dirigir? ¿Un genio en los “negocios de nuestro Padre”?

    El Sr. Hamilton nos ha dado un secreto del cual podemos depender en absoluto. Esta fórmula nunca dejará de producir, si nosotros no la desatendemos. Pues bien, juntando nuestra cuatro palabras tenemos la clase de conocimiento que siempre produce fuerza. Y efectivamente lo hará, si uno:
    1.- Conoce el programa, es decir, el producto para aplicar; y
    2.- Conoce a las personas: aquellas a quienes se aplica el programa; y
    3.- Conoce el procedimiento por medio del cual sea de aplicar; y
    4.- Conoce la personalidad del director que hace la aplicación.

    Al poner en práctica estas cuatro cosas, habremos dominado una parte principal de la fórmula para hacer tesoros en el cielo.

Aptitud

Uno podrá leer muchos libros sobre la navegación, pero su éxito verdadero dependerá de su aptitud para hacer fondear la nave.

El éxito depende siempre de la aptitud. La buena dactilógrafa sabe de memoria el teclado de la máquina de escribir; eso constituye su conocimiento. Desea ser buena dactilógrafa; eso constituye su actitud.
Sin embargo, su competencia verdadera y el sueldo que gana están basados en su habilidad para hacer bien el trabajo. La destreza viene de la práctica, la perseverancia y la determinación. Uno podrá leer muchos libros sobre la navegación, pero su éxito verdadero dependerá de su aptitud para hacer fondear la nave.
Nos simpatizan aquellos que se ponen a hacer cosas y las llevan a cabo. Hacen falta jugadores de básquet que tengan buen tino, misioneros que logren hacer convertidos y directores que sepan guiar. Para esto se requieren la aptitud y la destreza.

La destreza viene de la práctica, la perseverancia y la determinación.

El trabajador podrá tener conocimiento, pero destreza no; prudencia pero no competencia; poseer muchas herramientas, pero no saber usarlas.
Recordemos que el éxito en la obra del Señor, como en cualquier otro trabajo, está basado en la aptitud.
Analicemos nuestra aptitud para dirigir y determinemos qué puede hacerse para desarrollarla. Podemos hablar acerca de la fe, pero ¿podremos hacer que la gente la tenga?¿podremos lograr que la gente sea más activa, más honrada y mejores discípulos del Maestro? Si se puede, ¿cómo vamos a lograrlo? Si no ¿por qué no?

Debemos recordar siempre que nuestra oportunidad mayor consiste en hacer para nosotros tesoros en los cielos.
La fórmula P-A-G-A es la manera de lograr esta riqueza eterna. Preparemos nuestro programa con todo cuidado, y entonces sigámoslo hasta el límite.

Artículo publicado en la Liahona de septiembre de 1959

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