La lección de la agenda

A pesar de los muchos años que han pasado, aún recuerdo la lección aprendida después de la perdida de la pequeña y valiosa agenda.

Hace muchos años, cuando trabajaba en la importación de productos, viajaba con frecuencia a la ciudad de Mendoza para desaduanar los camiones que llegaban de Chile. Era también, una buena oportunidad para visitar a mis padres y hermanos que viven en esa provincia.

Una noche, al llegar a la casa de mis padres, luego de haber estado trabajando en el control de un camión en el Puerto Seco de esa ciudad, me di cuenta que en algún lugar había perdido la pequeña agenda de cuero en la que guardaba información de muchos años, de por sí, muy valiosa. Había números telefónicos, datos de clientes, claves de trabajo, anotaciones importantes, así como tarjetas de crédito y algún documento de identidad. También, en un bolsillo no muy a la vista, algo de dinero que siempre llevaba de reserva para emergencias. Todo me preocupaba, pero particularmente, la información que perdería de no recobrarla.

Lo primero que hice, una vez que recuperé un poco la tranquilidad, fue arrodillarme a orar en el dormitorio, compartir el problema y solicitar la ayuda divina. Necesitaba calmar mi mente y ordenar las ideas para saber qué pasos debía dar.

Comencé a analizar los lugares por donde había andado, y traté de determinar cuándo había sido la última vez que había estado en contacto con la agenda. Había llamado por teléfono a la empresa de transporte desde el Puerto Seco y por hábito, seguramente tendría que haberla guardado en el bolsillo nuevamente. Siempre llevaba la agenda en el bolsillo de mi campera. Esa tarde hacía frío y lloviznaba y en ningún momento me había sacado el abrigo. Llegué a la conclusión que el lugar de la pérdida, o sustracción, tenía que ser la inmensa playa para los camiones del Puerto Seco.

Fuimos de inmediato con mi hermano en el auto, pero sin muchas expectativas. El lugar era demasiado grande, había muchos camiones entrando y saliendo, era de noche y en el pavimento había cantidad de charcos de agua. Encontrar en esas condiciones una pequeña agenda azul oscuro, era algo sumamente fortuito. A pesar de ello, recorrimos los lugares por los que habíamos estado trabajando y transitando, preguntamos en las oficinas y a distintas personas del lugar, pero sin resultados positivos. Frustrados, decidimos que volveríamos a primera hora de la mañana siguiente para revisar con la luz del día.

De allí fuimos a la radio para que pasaran un aviso, hicimos la denuncia en la policía y llamé para denunciar como extraviadas las tarjetas de crédito. Antes de acostarme, volví a arrodillarme para orar y pedir intensamente su ayuda y orientación. A las 4 de la mañana me desperté, y volví a orar y pensar hasta que me quedé dormido nuevamente. A las 7, otra vez recurrí a la oración, y me preparé para cumplir con los planes que había hecho para esa mañana, concentrado en recuperar lo perdido, sabiendo que sin ayuda especial había muy pocas posibilidades de tener éxito.

Cuando estaba sacando el auto del garage de la casa de mis padres, se acercó un vecino y me dijo que alguien lo había llamado diciendo que había encontrado una pequeña agenda y, revisando los números telefónicos, había encontrado el suyo para que me avisara. Viendo mi cara de alivio y alegría, me dio la dirección de donde podía retirarla.

Sin poder creerlo, me subí al auto y, aunque no era cerca, en pocos minutos estuve en la casa de este señor, empleado de una empresa de transporte, que había recogido la agenda del piso, con serio riesgo de ser aplastada por los inmensos camiones que entraban y salían. Me pidió que la revisara y me asegurara que estaba todo, y que no faltaba nada. No le dije que no estaban los dos o tres billetes que llevaba escondidos de reserva. No quise hacerlo sentir mal; no era mucho dinero, y, la verdad, tampoco me importaba. Charlamos unos minutos y luego de agradecerle nuevamente, nos despedimos. Había que rehacer los planes para esa mañana. ¡La agenda había aparecido!

Manejaba y mi mente repasaba los acontecimientos. Así como horas antes el corazón había latido aceleradamente por susto y aflicción, ahora lo hacía, pero por alegría. Entonces, mezclado con los planes y recuerdos de hechos, recordé algo que me estaba olvidando: Agradecer. Y compartido con la atención en el manejo, hubo un sólo “Gracias Padre”, para luego, con el problema solucionado, seguir con la cantidad de cosas que tenía que hacer.

La lección aprendida

Horas después, reflexionando, me di cuenta de lo desagradecido que estaba siendo. Ante la urgencia del problema, había encontrado los tiempos a la noche, a las cuatro y a las siete de la mañana, para pedir y suplicar con intensidad la ayuda del Padre. No habían importado las ocupaciones ni el cansancio para pedir una y otra vez orientación y auxilio. Solucionado éste, sólo había dedicado un simple “Gracias Padre”, que ni cerca estaba de igualar la intensidad y el fervor del pedido.

Me arrepentí y me esforcé por reparar ese error, pero entendí mejor los sentimientos del Salvador cuando sanando a diez leprosos sólo uno volvió agradecido (Véase Lucas 17:11-19).

No siempre hay un equilibrio entre cuánto agradecemos y pedimos, o en la intensidad con que hacemos una y otra cosa. Si lo analizamos, deberíamos usar mucho más tiempo y emoción para agradecer que para pedir, porque son tantas las bendiciones que recibimos que, en el balance, dejaríamos pasar unas pocas aflicciones, que en definitiva, terminan siendo para nuestro progreso y desarrollo.

Hay muchas maneras en que podemos mostrar nuestro agradecimiento. En primer lugar, con palabras sinceras en nuestras oraciones. Agradecimientos puntuales, detallados y no sólo generales, y aunque sea difícil encontrar las palabras que expresen suficientemente lo que siente nuestro corazón, sabemos que El tiene la capacidad de entender los deseos de nuestro corazón. Pero las palabras también deben ir acompañadas por hechos que intenten devolver algo de lo mucho que recibimos y que muestren nuestro amor por Él. Estos pueden tener que ver con:

  • Cambios en nuestra vida,
  • Una mayor obediencia a los mandamientos,
  • Arrepentimiento de nuestros pecados,
  • Un mayor compromiso en los convenios realizados.

Otra manera de mostrar nuestra gratitud, es

  • Prestar servicio en Su obra. Un servicio serio y dedicado, sabiendo que sirviendo a nuestro prójimo lo servimos a El (Mosíah 2:17).

Somos agradecidos cuando no nos quejamos de todo lo que nos pasa, siguiendo los pasos de Lamán y Lemuel, que ni las visitas de ángeles lograron que dejaran de murmurar y quejarse. Nuestra relación con nuestro Padre Celestial y con Jesucristo no puede estar condicionada por el interés de recibir; cuando solamente nos acercamos, o nos acercamos más cuando necesitamos, mostramos que nuestro deseo de hacerlo no es por amor sino por interés.

“En los días de paz estimaron ligeramente mi consejo, mas en el día de sus dificultades, por necesidad se allegan a mí.”
(DyC 101:8)

La ingratitud es un pecado; por tal motivo, debemos cuidar que las cosas que consideramos y entendemos como necesidades y aflicciones no tengan la capacidad de nublar nuestra visión, y nos hagan perder la percepción de la eternidad y el plan de salvación. No importa que no entendamos el por qué de los problemas o presiones, no estamos solos y siempre hay cosas que agradecer.

Un análisis serio de las bendiciones que recibimos hará que nos demos cuenta de ello. “De cierto, de cierto os digo, sois niños pequeños, y todavía no habéis entendido cuán grandes bendiciones el Padre tiene en sus propias manos y ha preparado para vosotros; y no podéis sobrellevar ahora todas las cosas; no obstante, sed de buen ánimo, porque yo os guiaré. De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras. Y el que reciba todas las cosas con gratitud será glorificado; y le serán añadidas las cosas de esta tierra, hasta cien tantos, sí, y más”(D. y C. 78:17-19).

¿Hay motivo real para quejarse ante semejantes promesas? Él comprende que no entendamos, pero nos pide que nos mantengamos animados y cerca, porque Él nos guiará. Y la gloria que recibamos dependerá de la gratitud con que recibamos todas las cosas.

La pérdida de una insignificante agenda me enseñó una gran lección que todavía hoy, a pesar de los años que han pasado, todavía recuerdo, especialmente cuando llevado por los desafíos, me doy cuenta que empiezo a dedicar más tiempo en mis oraciones a pedir que agradecer.

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