La oración no contestada…

La oración del justo siempre es contestada con una bendición, aunque no sea la que imaginamos, pero sí la que necesitamos.

“Si en la tierra hay hambre, o pestilencia…, cualquier plaga o enfermedad…, toda oración y toda súplica que haga cualquier hombre,… cuando cualquiera sienta el remordimiento de su corazón, y extienda sus manos hacia esta casa, escucha tú en los cielos, en el lugar de tu morada, y perdona, y actúa, y da a cada uno conforme a sus caminos, cuyo corazón tú conoces (porque sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres)” 1 Reyes 8:37-39

Recuerdo el relato de una joven mujer que reflexionaba sobre los pedidos que uno hace al orar. Se preguntaba si pedir lo que uno más quería con el corazón era lo correcto, aún sabiendo que habría muchas probabilidades no recibir la respuesta deseada.

Muy sincera ella relató una experiencia cuando una terrible epidemia estaba haciendo estragos. En medio de una psicosis colectiva que atemorizaba a padres y confundía a los niños, cada noche muchos rogaban que la enfermedad no llegase a su hogar. Pero la misma no reconocía buenos de malos, lindos de feos, creyentes de incrédulos y pasó el umbral de la puerta de la casa de su familia.

Las oraciones y los ayunos se convirtieron en las únicas herramientas para soportar el dolor. La oración repetida mil veces pidiendo conservar la vida fue contestada, pero no de la manera que todos deseaban. La enfermedad había dejado su marca indeleble.

Las noches de llanto de los padres del niño, las oraciones entre lágrimas de sus abuelos, la sensación de injusticia de la joven tía removieron los más profundos sentimientos llevándoles su fe a una situación de crisis, que finalmente provocó el crecimiento de la misma. Una fe que empezó a ver una luz al final del camino, del arduo y tortuoso camino que seguirían como familia.

Las oraciones y los ayunos se convirtieron en las únicas herramientas para soportar el dolor.

Esta joven pensaba que el Señor había contestado mal su oración. Con el correr de los años, comprendió que la dificultad se había transformado en bendición para todos aquellos que conocieron al pequeño niño que vivía en el cuerpo de un hombre.

Hay otras oraciones que tampoco serán contestadas. La del niño que ruega con todo su corazón que sus padres vuelvan a vivir juntos, cuando ve cómo estos rearman sus vidas por separado o la de la joven esposa que descubre estar casada con el hombre que en apariencia era el de sus sueños, pero que se reveló como celoso de las cosas de los hombres más que de las de Dios y que no tiene deseos de cambiar. Tampoco la del líder que llora por su oveja convertida en lobo rapaz que toma la venganza como modo de vida, que elige ver sólo defectos y se aparta, decidido a luchar contra molinos de viento que traen dolor. Son las oraciones en las que pedimos que el tiempo vuelva hacia atrás, deseando empezar de nuevo, deseando tener mejores ojos y un mejor corazón para percibir y ayudar efectivamente a quienes amamos.

El Señor no puede volver el tiempo atrás. Sólo en algunas películas encontramos la opción de buscar otro final. Sin embargo el Señor sí las contesta. Nos dice que Él no puede cambiar el curso de la vida de las personas, que Él no es el responsable de quienes elijen endurecer sus corazones, que no puede cumplirnos el deseo de nuestra alma. Es ahí en donde nosotros nos quedamos congelados, y levantamos nuestra cabeza enojados ante la respuesta que no nos satisface. Es que el enojo no nos permite escuchar el final de esa respuesta y dando un portazo cerramos nuestra alma a cualquier susurro celestial.

Cuando la bronca se diluye dando lugar al entendimiento, nos damos cuenta que debemos aprender a escuchar el resto de la respuesta, lo que sigue al ‘no puedo hacerlo’. Porque el Señor sí puede hacer algo por nosotros, si estamos prestos a oír y a seguir su guía.

Como padres, líderes o maestros muchas veces nos veremos ante situaciones similares. Un corazón dolido necesita un buen ungüento. Ser ‘el bálsamo de Galaad’ será nuestra misión. No es fácil, pero somos instrumentos en Sus manos.

Ser la mano tendida del buen samaritano es saber escuchar y hacer preguntas para entender qué es lo que realmente produce dolor o tristeza. El curar con aceite las heridas será como nuestras palabras de consuelo que demuestren que entendemos su angustia. Levantarlo y llevarlo en brazos, será para nosotros orar para saber qué decir, buscando en la revelación personal y en las palabras del Salvador, aquellas que necesite escuchar el herido en el camino. Llevarlo al mesón será invitarlo a no desfallecer, a no sentir bronca ni vergüenza o pesar, a no dejar de recorrer el sendero. Pedirle al mesonero que lo cuide, ampliará el espectro de ayuda que puede recibir aquel que cree no ser escuchado.

Cuando los incrédulos somos nosotros, muchos se acercarán para tendernos una mano, curar como puedan las heridas y llevarnos al mejor lugar en donde podremos escuchar la respuesta que necesitamos: la Iglesia. Si no cerramos la puerta de nuestra alma, daremos lugar a que entren las mismas.
El niño no verá juntos a sus padres como la familia eterna de su infancia, pero verá a sus padres como aquellos a quienes siempre seguirá amando.

La joven esposa no podrá restituir el tiempo perdido en cosas banales, pero será mejor arquitecta al reconstruir, rescatando aquellos escombros que quedaron del hombre de sus sueños, ayudándolo a ser más fuerte, refundando los cimientos de la relación matrimonial; o podrá empezar una vida sin rencor.

El líder, el maestro que corre tras el lobo para convertirlo en oveja nuevamente, descubrirá otras maneras de actuar o entenderá que debe proteger a sus ovejas con más celo. La madre que no puede cambiar las circunstancias de su niño enfermo, descubrirá que ella realmente estaba preparada para afrontar la situación, que tenía las cualidades divinas de la paciencia y la fuerza.

La oración siempre es contestada. Sabemos que la oración del justo será contestada con una bendición. No la que imaginamos, sí la que necesitamos. Aunque el dolor nos paralice, aunque los ruegos nos dejen sin voz, aunque las rodillas nos duelan, el tiempo nos hará ver la respuesta. Sólo el tiempo nos ayudará a ver mejor. A la distancia entenderemos que al ‘no puedo hacerlo’ le siguió un ‘jamás te dejaré solo’.

“os bendeciré a ti y a tus descendientes… Y así obraré contigo, porque me has suplicado todo este largo tiempo.” Éter 1:43

A la distancia entenderemos que al ‘no puedo hacerlo’ le siguió un ‘jamás te dejaré solo’.

Los comentarios están cerrados.