Y esta es la vida eterna…

Conocemos verdaderamente a Jesucristo cuando nos esforzamos por convertir en obras el conocimiento que adquirimos y que nos asemejan a Él

En su oración intercesora, registrada en el capítulo 17 del evangelio de Juan, Jesús expresó: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). En estas palabras, el Salvador no se refería a un conocimiento superficial, o distante, algo en lo que pensamos muy de vez en cuando.

El rey Benjamín en su discurso, lo expresó más claramente aún: “Porque ¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para él, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su corazón?” (Mosíah 5:13).

Este tipo de conocimiento, está más bien entretejido finamente en nuestro ser, y es muy real y práctico. Como lo expresa un sencillo relato:

¿Conoces a Jesucristo?

Dos hombres habían muerto y se hallaban esperando ser entrevistados para entrar a la presencia del Señor. Se abrió la puerta, uno de los hombres fue llamado y la puerta volvió a cerrarse tras él.

El que había quedado esperando podía escuchar la conversación desde donde estaba. La persona encargada de la entrevista comenzó su interrogatorio:
—Dime si conoces a Jesucristo.

Dime si conoces a Jesucristo.

—Bueno, sé que nació de una virgen en Belén, y vivió treinta y tres años; los tres últimos los dedicó al ministerio, organizando su Iglesia, eligiendo los apóstoles para dirigirla, enseñando el evangelio para guiarnos en la vida.

Su interlocutor lo interrumpió:
—Sí, sí. Todo eso es verdad. Pero quiero que me digas si conoces al Señor.
—Bueno. . . sé que fue torturado y crucificado para que los hombres podamos tener la vida eterna. Tres días después resucitó para que todos podamos volver a la presencia de nuestro Padre Celestial.
—Sí, sí, eso también es cierto. Pero dime si conoces a Jesucristo.

El hombre, un tanto perplejo, comenzó otra vez:
—Y… Sí; sé que restauró el evangelio en su plenitud por medio de José Smith, que reorganizó su Iglesia y nos dio templos donde podemos hacer la obra por nuestros antepasados muertos.

También nos dio la oración familiar y las noches de hogar para que podamos mantener unida a nuestra familia. Además, nos dio el sacerdocio y algunas ordenanzas personales para nuestra salvación y exaltación.

Una vez más fue interrumpido por su interlocutor, que esta vez le dijo, indicándole la salida:
—Todo lo que me has dicho es verdad. Pasa por esta puerta.

Nuevamente la puerta de entrada se abrió para dar paso al hombre que había estado esperando. Este entró, y al acercarse a la persona que estaba en el cuarto, cayó de rodillas exclamando:
— ¡Maestro! ¡Mi Señor!
(Traducción libre. Autor desconocido) Liahona Julio de 1974.

En estas palabras, se deja ver que más que conocer algo, el Señor espera que nos convirtamos a nosotros mismos, que lleguemos a ser más semejantes a Él.

El gran desafío en nuestra vida

El rey Benjamín nos enseña además: “Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente infligir sobre él, tal como un niño se somete a su padre” (Mosíah 3:19).

Entonces, este conocimiento se torna activo, se convierte en nuestra brújula al tomar decisiones, al usar nuestro albedrío, al dar cada paso en la vida, y paso a paso, a medida que nos sometemos al influjo del Santo Espíritu, nos despojamos del “hombre natural”.

Nótese que lo que menciona el rey Benjamín, no es otra cosa que lo que Moroni testifica de manera impresionante, que él percibió personalmente en Jesús: “Y entonces sabréis que he visto a Jesús, y que él ha hablado conmigo cara a cara, y que me dijo con sencilla humildad, en mi propio idioma, así como un hombre lo dice a otro, concerniente a estas cosas” (Eter 12:39).

Esta descripción, tan breve, nos revela otra vez lo que el Salvador ha expresado en otras oportunidades, que nos invita a ser como Él es. Y esto es lo que significa venir a Cristo. Jesús se ha sometido a cuanto su Padre ha juzgado necesario que él realizara, y su voluntad, como enseñó el élder Neal Maxwell, “fue absorbida en la voluntad del Padre” . Éste es el gran desafío en nuestra vida diaria.

Cada semana durante la Santa Cena, hacemos convenio de “recordarle siempre, y guardar sus mandamientos que Él nos ha dado”, o en otras palabras, venir a Cristo, tenerlo presente en nuestros pensamientos y las intenciones de nuestro corazón.

Cada semana podemos tomar la Santa Cena y renovar los convenios que hemos hecho

Al hacerlo, inevitablemente sentiremos la cercanía con nuestro Padre Celestial, y esto nos fortalecerá para seguir tomando las decisiones correctas, por los motivos correctos.

El Libro de Mormón

La mejor herramienta que podemos usar para venir a Cristo, es el Libro de Mormón. El presidente Henry B. Eyring dijo: “El Libro de Mormón es otro testamento de Jesucristo y aprendemos de Él en sus páginas. Sabemos que tiene gran poder. Tiene el poder de cambiar vidas. Tiene poder para convertir a las personas al Evangelio y, si lo leemos con un corazón deseoso de aprender, sabremos que es la palabra de Dios y que es verdadero” (Henry B. Eyring, Liahona julio 2005, “Un análisis sobre el estudio de las escrituras”).

Sé que se nos ha dado el poder, a través del libre albedrío, para tomar las decisiones necesarias, y que la oración sincera nos ayudará en el proceso de conocer a nuestro Salvador aún más.

Moroni, en su despedida del lector del Libro de Mormón, dice: “Y ahora me despido de todos. Pronto iré a descansar en el paraíso de Dios, hasta que mi espíritu y mi cuerpo de nuevo se reúnan, y sea llevado triunfante por el aire, para encontraros ante el agradable tribunal del gran Jehová, el Juez Eterno de vivos y muertos. Amén” (Moroni 10:34). 

Es mi oración que, al igual que Moroni, nuestro encuentro futuro con nuestro amado Salvador sea un hecho agradable, deseado y emotivo, como el reencuentro con un viejo y querido amigo, al que conocemos y respetamos.

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