Los impactos nocivos de la rumia en la familia

La tendencia a rumiar problemas, murmurar y quejarse permanentemente puede tener efectos significativos tanto en nuestra salud espiritual como física

Rumiar, en un sentido figurado, significa dar vueltas constantemente a un pensamiento, problema o preocupación en la mente, de forma persistente y repetitiva.

Si bien los tiempos cambian, los padres de antes y los actuales enfrentan problemas muy similares en lo que respecta a la personalidad y carácter de sus hijos. No podemos elegir el tipo de hijo que llegará al hogar como si estuviéramos seleccionando de un catálogo, y aunque quisiéramos ser padres perfectos (si eso fuera posible), esto no garantizaría tener hijos perfectos. Lo que funciona bien con un hijo puede no funcionar con otro. Esto hace que el desafío de ser padres resulte sumamente entretenido.

Aunque los hijos se casen y nos liberen de algunas responsabilidades, nuestros lazos perduran en el tiempo y nuestros actos tienen una trascendencia eterna. Los malos hábitos que no se corrigen a tiempo no solo afectan nuestra felicidad personal y familiar, sino también podrían ser la causa de aflicciones y sufrimientos en nuestra descendencia, incluso cientos de años después.

A modo de ejemplo hago referencia a la familia de Lehi y Saríah, 600 años antes de Cristo, un matrimonio fiel, buenos padres (1 Nefi 1:1), obedientes a los mandatos del Señor y con un compromiso al máximo nivel, al punto de estar dispuestos a dejar todo y viajar al desierto con rumbo incierto. De hecho, un profeta del Señor. Uno podría pensar que, de semejantes padres, sus hijos serían modelos para seguir, pero no es así.

Lehi y su esposa Sariah viajan al desierto siguiendo el mandato del Señor

Lamán, el hijo mayor, por los ruegos de su padre uno entiende que no era muy recto (1 Nefi 2:9).
Lemuel, el segundo hijo, tampoco era constante en cumplir con los mandamientos (1 Nefi 2:10).
Y los dos se caracterizaban por su rebeldía, murmurar y rumiar todo el tiempo, sin importar el motivo (1 Nefi 2:11). No creían y cuestionaban a su padre permanentemente.
Solo obedecían por temor (1 Nefi 2:14). Con el paso del tiempo, lejos de madurar y aprovechar las enseñanzas de Lehi y de Nefi, y las visitas de ángeles, potenciaron su rebeldía en sus respectivas familias

Nefi, por el contrario, era un hijo que llenaba de satisfacciones a sus padres. Además de ser obediente, se preocupaba por ganar su propio testimonio de las verdades que su padre les enseñaba, a través de la oración y la obediencia (1 Nefi 2:16).

Sam fue fiel al Señor y enseñable; escuchó a su padre y a Nefi, y siguió su ejemplo.

Jacob y José, nacidos en el desierto, soportando las incomodidades del viaje, fueron obedientes como Nefi. Siendo adultos, fueron “consagrados sacerdotes y maestros del pueblo, por mano de Nefi” (Jacob 1:19).

Es probable que el mayor problema de Lamán y Lemuel no haya sido ser rebeldes, tener diferencias de opinión o problemas con algunos mandamientos. Tuvieron muchas oportunidades para arrepentirse sinceramente, aun visitas de ángeles. Pero prefirieron seguir por el camino fácil de justificarse, culpar a su padre, a su hermano y aún al Señor, de todo lo que les pasaba. Esta actitud de quejarse, murmurar y rumiar permanentemente los volvió resentidos, despertó un odio que afectó mucho la paz familiar y traspasó generaciones por cientos de años.

En el año 63 antes de Cristo, en un intercambio de epístolas entre el capitán Moroni y Ammorón, éste le respondió: “Pues he aquí, vuestros padres (refiriéndose a Nefi) agraviaron a sus hermanos, al grado de robarles su derecho a gobernar, cuando justamente les pertenecía” (Alma 54:17). Más de 500 años después, mantenían un odio alimentado por la historia tergiversada de un conflicto familiar.

Cuando Lehi y Saríah quizás habrían pensado –como sucede con nosotros al ver casados a nuestros hijos– que era tiempo de descansar un poco habiendo cumplido su tarea, tuvieron que seguir preocupándose recordando convenios y enseñanzas a sus hijos que se alejaban cada vez más (1 Nefi 18:17-18).

Si bien puede parecer una situación extrema de una época lejana, al analizar nuestras vidas, familias, sociedades y países, probablemente encontraremos perfiles y situaciones similares. Al analizarlo, a veces me he comportado como Lamán y otras como Lehi o Nefi. En algunas oportunidades mi esposa actuó como Saríah, preocupada por el bienestar de sus hijos. También sé lo que es rumiar problemas, enojos o injusticias, y aprendí de la necesidad de erradicar con urgencia ese hábito por mi salud espiritual, física y mental (y la de la familia). 

Satanás es un experto en generar contención y sabe que a través de ella logra que la luz en nuestras vidas pierda brillo hasta dejarnos en la oscuridad total. La rumiación mantiene vivo el conflicto, real o supuesto, en nuestra mente y termina marcando un norte erróneo. 

La contención agrava el conflicto y nos hace perder a Jesucristo como centro

Las adversidades de Lehi y su familia en sus esfuerzos por vivir cumpliendo los mandatos del Señor fueron muchas y comunes a todos los integrantes del grupo familiar. La actitud de cada uno marcó la diferencia. Mientras algunos se fortalecieron y vivieron experiencias increíbles, otros se limitaron a quejarse, murmurar y rumiar, perdiendo a Jesucristo como centro de sus vidas.

La tendencia a rumiar problemas, murmurar y quejarse permanentemente puede tener efectos significativos tanto en nuestra salud espiritual como física, y repercutir directamente en la armonía familiar, en nuestras relaciones sociales y laborales. Estos patrones de pensamiento y comportamiento, que a menudo van de la mano, pueden dar lugar a una serie de consecuencias negativas que afectan mucho más de lo que podemos imaginar.

En términos de nuestra salud personal, el acto de rumiar problemas y quejarse constantemente puede tener un impacto profundo en el bienestar emocional y físico de una persona. La rumiación prolongada puede alimentar sentimientos de ansiedad, estrés y depresión, lo que a su vez puede afectar la calidad del sueño, el estado de ánimo y la salud mental en general. Además, la queja constante puede convertirse en un hábito que refuerza la percepción negativa de la realidad, generando un ciclo perpetuo de insatisfacción.

A nivel familiar, estos patrones de comportamiento afectan la armonía del hogar de varias maneras. Pueden crear un ambiente de tensión, ansiedad, descontento, rencor y odio, que, de no ser controlado, puede transmitirse de generación en generación. La queja crónica puede crear un ambiente cargado de negatividad que no solo afecta a la persona que se queja, sino también a quienes la rodean.

Si nos referimos a la salud espiritual, murmurar y rumiar nos desvía de la senda de los convenios, interfiere en nuestra comunicación con el Señor, cambia nuestras prioridades e intoxica nuestra alma. 

Es cierto que los tiempos, como ha sucedido siempre, exigen que hagamos frente a desafíos complejos y que enfrentemos adversidades que nunca buscamos. El verdadero problema al que nos enfrentamos como padres es ayudar a nuestros hijos a confiar en las promesas del Señor, a buscar los milagros que la situación requiera y mantener siempre una actitud proactiva y conciliadora. Debemos fomentar el lema “cero contención” y asegurarnos de que la rumiación no se convierta en un hábito en nuestras vidas. La fidelidad nos permite recibir la luz necesaria para comprender el problema y la orientación para encontrar las soluciones. Pero la actitud es decisión nuestra

Es crucial comprender que la rumiación, la murmuración constante y la queja crónica no solo afectan nuestra salud personal y familiar, sino que también repercuten en nuestras relaciones sociales y laborales. Pueden generar consecuencias negativas que van más allá de lo que imaginamos. Es fundamental tomar conciencia de este impacto y trabajar activamente en erradicar estos hábitos tóxicos de nuestras vidas. Al hacerlo, no solo fortaleceremos nuestra salud emocional, física y espiritual, sino que también contribuiremos a generar un entorno armonioso y positivo para nosotros mismos y para quienes nos rodean. ¡Decide con firmeza no rumiar!

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