Pensar en nosotros

Elegir nuevas tradiciones navideñas podrá renovar nuestros deseos de querer estar en familia, con nuestros seres queridos, o con nuestros amigos de toda la vida.

Cuando empezamos a planear las actividades de fin de año, creemos que la única opción posible es cumplir con la tradición de nuestras familias y hacer las cosas como siempre las vimos hacer a nuestros padres y abuelos.

El tradicional encuentro familiar navideño suele verse amenazado de nubarrones de sólo pensar en las muchas cosas que tenemos que hacer para que el evento sea mejor que el del año pasado.
Desde noviembre empezamos a escuchar a nuestros padres y suegros hacer la tan temida pregunta: “¿Este año con quién van a pasar las fiestas?”–haciéndonos sentir culpables si el año anterior la pasamos con el otro lado de la familia.

Así empezamos a evaluar los viajes que debemos realizar según qué familiar ofrezca la casa, la hora de salida y la posible hora de regreso. A medida que nos hacemos grandes (no digamos viejos) no soportamos dormir en cama ajena y nos sentimos un poco incómodos si nos ofrecen quedarnos a dormir.
También tenemos en cuenta la cantidad de gente que deberá movilizarse, tíos, hijos (alguno con noviecito incluido), y decidir quién deberá ir a buscar a los abuelos porque no hay taxis por la noche.

Contando la cantidad de personas, tenemos que calcular la cantidad de comida que deberemos preparar para alimentar a toda la tropa. Entonces caemos en la cuenta que es el tercer año consecutivo que preparamos esa espectacular ensalada con fideos coditos fríos que aprendimos en una reunión de la Sociedad de Socorro y que ya es hora de preparar otra cosa.

Aunque nos resistimos a pensar en los regalos o atenciones que queremos obsequiar a parientes y amigos especiales no podemos dejar de preocuparnos por el tema. Y así asistimos a cuanto taller de regalería se dé en la capilla. Descubrimos que bordar toallas con cintas no era tan sencillo o rápido de realizar si calculamos que deberíamos bordar más de una decena.

Comprobamos que los kilos de dulce casero que preparamos a fines de temporada se vieron disminuidos por una tropilla de adolescentes que decidieron ver una película de terror en casa como actividad de una mutual. Ni siquiera intentamos ver el frasco de galletitas de almendra que vimos en manos de los mismos jóvenes al regresar de una charla en la capilla. Ya no conformamos a nuestros hijos con un cuento de tela, claro son adolescentes. Y nuestra madre pondrá esa cara de:-: “¡qué lindo regalo! (donde lo voy a poner???)”–el mismo gesto que veíamos en la infancia, cuando le regalemos una bandeja pintada por nosotras mismas. Claro, era una bandeja con flores que termina siendo una bandeja con muchos deditos agregados que tratamos de disimular pintándoles pétalos.

Nuestras propias tradiciones familiares

¿Por qué no pensar un poco en nosotros mismos? De todas las cosas que hicimos en las Navidades de nuestras vidas ¿Cuáles son las que realmente valieron la pena?, ¿Qué es lo que más nos gusta de las tradicionales fiestas de fin de año?, ¿Por qué no pasarla en nuestra casa con aquellos parientes que tengan ganas de venir, sin necesidad de que se sientan en compromiso?

Antes de empezar a fatigarnos y cansarnos o peor, quejarnos, no estaría mal evaluar qué significado tiene la Navidad para nosotros y para nuestra familia. Qué es lo que quiero que mis hijos guarden como recuerdo, aunque la familia que tengo no sea la ideal. Debería pensar cuáles son los sentimientos que deseo cultivar más en esta época del año, cuando algunos siguen de largo una vez más. Tendría que recordar qué cosas me ayudarán a parecerme más al Salvador, alimentando mi espíritu tanto como cuidando mi salud emocional.

Sin necesidad de ponernos nerviosos, ni de amargarnos por los imposibles de arreglar, concentrarnos en nuestros deseos sinceros de sentir el amor de Nuestro Padre Celestial, podrá ayudarnos a volver nuestros corazones hacia nuestra familia. Sin rencores ni incomodidades. Sin ofendernos, sin ofender.
El elegir nuevas tradiciones navideñas podrá renovar nuestros deseos de querer estar en familia, con nuestros seres queridos, o con nuestros amigos de toda la vida. Aquellos que elegimos como hermanos de tantas experiencias compartidas viviendo el evangelio, fortaleciéndonos, y cuidándonos en la noche oscura.

Tal vez pasarla en casa no sea tan malo como parece. Después de todo María y José la pasaron solos, salvo por algunos pastores que fueron a saludarlos y llegaron sin avisar.

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