Quería sentir lo mismo que ella

“Qué difícil la tarea de vivir sin tu presencia. Mi consuelo es saber que tendrás una vida eterna. Prometo no descansar hasta ser una mamá digna de volver a Su presencia, así cuando caiga el velo que nos separa en esta tierra, yo pueda abrazarme a ti y vivir juntos en la vida eterna…”

Yesica Gisele quedó impactada por la frase que leía en la placa, en la tumba de su cuñado Mauro. Su suegra, Sonia, la había hecho grabar y colocado al cumplirse un año del fallecimiento de su hijo. En ese momento, la abuela de Yesica estaba muy grave y pensar en su muerte le provocaba un dolor que no podía soportar.

Dentro de la tristeza que embargaba a su suegra, pudo sentir la seguridad que tenía en lo que le decía.
“Era tanto mi dolor, que sentí la urgencia de conocer esa Iglesia, y le pedí que por favor me llevara el siguiente domingo. Quería sentir lo mismo que ella”, agregó.

Sonia, su suegra, había vivido una prueba muy difícil: perder un hijo. Cuando el médico le dijo que a pesar de sus 15 años tenía cáncer y que no viviría mucho tiempo más, se desesperó.
“Sentí una angustia insoportable, enojo y me sentí sola. Aunque Mauro superó los primeros tratamientos, el pronóstico no era bueno; al orar, aunque me negaba a aceptarlo, sentí que iba a morir. Abandoné todo y me dediqué a cuidarlo. Fueron dieciocho meses interminables y cuando ya era evidente que su tiempo se acababa, un día me pidió insistente que lo mirara y al hacerlo, me dijo ‘Prométeme que vas a volver… que vas a seguir en la Iglesia’. Con su muerte quedé desgastada y aunque sabía que tenía que volver, me sentía sin fuerzas para retomar mi actividad. Meses después, dos misioneras llamaron a mi puerta y me preguntaron si allí vivía Mauro. La pregunta me dejó muda y titubeando les dije que sí, pero que había fallecido hacía casi un año. Me contaron que eran nuevas y que habían encontrado un papel en un saco que estaba en la pensión, que tenía el nombre de mi hijo, que había que orar por él y que habían sentido que tenían que visitarme. Supe que tenía que volver”.

Yesica ahora necesitaba saber urgentemente del plan de salvación y le pedía que la llevara a las reuniones del domingo siguiente. Lo hicieron juntas y ella quedó impactada por la reunión sacramental, por los himnos, la Santa Cena y los mensajes. Escuchó a los misioneros.

“Quedó impactada por la reunión sacramental, por los himnos, la Santa Cena y los mensajes. Escuchó a los misioneros…”

Dijo: “¡Fue tanta la emoción que sentí al verlos llegar! Mientras me hablaban de la restauración de la Iglesia y de un joven llamado José Smith, noté su gran espiritualidad, sentí ese amor profundo que todos deberíamos sentir por nuestro prójimo, y al terminar esa primera charla, me consultaron si estaba dispuesta a saber más sobre el plan de Dios para poder bautizarme. Recuerdo como si fuera hoy que mi respuesta fue ‘ya estoy lista’; quería bautizarme”.

Su esposo Eduardo había dejado de asistir a la Iglesia a los 12 años. En setiembre de 2014 se puso de novio con Yesica y en marzo de 2015 decidieron formalizar la relación y vivir como familia, aunque sin casarse legalmente. Esa situación surgió en una de las charlas con los misioneros.

Yesica explica: “Entendí que esta no era la forma en la cual debía actuar, según la ley de castidad, y que debíamos casarnos. Entonces durante semanas los élderes Núñez y Petersen preguntaron a mi marido Eduardo si él estaba dispuesto a casarse. Siempre su respuesta fue que no estaban dadas las situaciones económicas, que quería hacer una fiesta y otras excusas. Una tarde ellos llegaron y le dijeron que solo podía bautizarme si nos casábamos y entonces repitieron la pregunta. Todas las miradas quedaron sobre él, esperando su respuesta. En mi corazón me decía ‘más vale que digas que sí’. Y esta vez aceptó. Conseguir fecha en el registro civil no fue fácil, pero en respuesta a nuestras oraciones, pudimos hacerlo a los 15 días. Fue tanta la emoción que sentimos que todos llorábamos. Nos casamos el 4 de noviembre de 2015”.

Eduardo retornó también a la Iglesia y semanas después fue ordenado presbítero.
El 14 de noviembre de 2015, Yesica fue bautizada y pocos meses después nació su hijo a quien le pusieron como nombre Mauro.
“Desde el momento en que comenzamos a asistir a la Iglesia juntos, nuestra vida cambió y nuestra relación mejoró. Dejamos de discutir y comenzamos a disfrutar más de nuestra familia”, comenta Yesica.
Eduardo fue ordenado Élder en mayo de 2016, hoy es consejero en la presidencia del cuórum de élderes y junto con su esposa esperan ansiosos entrar al templo para sellarse.
En cuanto a sus años de no asistir a la Iglesia reflexiona: “Mi experiencia de estar alejado me hace aconsejar a los jóvenes que no vivan esa experiencia. Hoy me doy cuenta de las cosas importantes que perdí. Quiero que mi hijo se mantenga siempre activo, que sea fiel en el sacerdocio y salga a una misión”.

Si bautizarme fue un deseo grande—dice Yesica– sellarnos en el templo es uno mucho mayor aún. Entendí que puedo tener algo más de lo que tengo aquí en la tierra: una familia eterna, y la quiero”.

Sonia dice sonriente y emocionada: “Ahora que he vuelto, me siento feliz, tranquila, segura y con la certeza de que nos volveremos a encontrar con Mauro. Hasta que tuve mi recomendación, iba al templo y paseaba por los jardines. Pude sentir Su compañía y Su amor, como otras veces lo había sentido, pero mucho más fuerte. Ahora trato de ir todas las semanas al templo. Estoy muy feliz”.

Yesica y Eduardo se sellaron en el Templo de Buenos Aires el 18 de noviembre de 2016.

Nota: Sonia Alvarez, Yesica Gisele de Tomizzi y su esposo Eduardo Tomizzi asisten al barrio Loma Hermosa de estaca Buenos Aires Argentina Caseros.

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