Soy ama de casa y vivo de una manera feliz
El rol de ama de casa de una mujer en la Iglesia tiene una trascendencia eterna que ayuda a su realización personal integral, familiar y en la comunidad.
Hace un tiempo conversando con una amiga observamos que cuando nos preguntaban en la escuela de nuestros hijos a qué nos dedicábamos, si respondíamos ama de casa casi todos reaccionaban de manera similar: “Ah… una simple ama de casa. Estás TODO el día en tu hogar y tenés tiempo disponible para cualquier cosa, ¿no?”
Ama de casa en Wikipedia
Si leemos la definición que nos da Wikipedia entendemos que la gente nos mire como diciendo “Pobrecita esta mujer”.
La famosa enciclopedia libre de la web dice:
“Una ama de casa es considerada en la cultura occidental tradicional como la mujer que tiene como ocupación principal, el trabajo en el hogar con los quehaceres cotidianos tales como el cuidado de los hijos, la limpieza de la casa, la compra de víveres y otros artículos, la preparación de los alimentos, la administración parcial o total del presupuesto familiar, y un largo etcétera (como si estuviéramos desconectadas del mundo).
“Es normalmente un trabajo no remunerado, al menos de manera directa. Del ama de casa se esperan tradicionalmente muchas cosas, pero sobre todo abnegación cuyo significado es literalmente ‘negarse a sí mismas’ en aras de la familia tradicional, especialmente para proteger a los hijos. Así pues, no es sorprendente que el feminismo (yo agregaría ‘muchas personas’) cuestione fuertemente dicho rol tradicional del ama de casa, y busque cambiarlo”.
Con semejante definición quedamos como mujeres que lo único que somos capaces de hacer es limpiar, dar de comer y arreglárnosla con el sueldo de nuestros esposos.
Obligaciones y ocupaciones de las mujeres en la Iglesia
Es un poco difícil explicar las muchas obligaciones y ocupaciones que tenemos como mujeres dentro de la Iglesia. Por empezar, todas pertenecemos a una organización mundial de mujeres. Lo cual a mí me resultó muy efectivo para responder ante los pedidos de colaboración de diferentes organizaciones de caridad: ”Soy miembro de la Sociedad de Socorro de mujeres de Argentina” –respondo muy segura. Y el interlocutor se queda sin palabras. ¿Qué se le puede pedir a una persona que pertenece a una organización con semejante nombre?
Desde los 18 años estamos abocadas al aprendizaje por medio de la acción:
- Cuidamos de nuestras hermanas en la fe aprendiendo a dar una clase: aunque más no sea una parte de la misma o que no sepamos nada de pedagogía, siempre sabemos que somos maestras de Sión. Aprendemos a enseñar mientras somos hermanas ministrantes.
- Cuidamos enfermos: adquirimos conocimientos de primeros auxilios o somos autodidactas guiadas por el espíritu, cuando voluntariamente nos ofrecemos a dar nuestro tiempo por alguna hermana internada.
- Asistimos con resolución a la familia que ha perdido a un ser querido: causando admiración y sorpresa ante otras mujeres cuando con naturalidad pedimos que alguien nos cuide los chicos un rato porque tenemos que ir a vestir a una anciana fallecida.
- Cocinamos con granos: las divertidas tardes en que juntas aprendemos sobre almacenamiento o cocina en épocas de emergencia se convierten en tesoros de conocimiento en épocas de “vacas flacas”.
- Somos capaces de hacernos una pollera: aunque no sepamos nada de costura casi todas tenemos una falda hecha en alguna actividad especial o en alguna mutual.
- Cuidamos nuestro aspecto personal: en realidad nos pasamos “secretos o recetas de belleza” mientras envasamos tomates.
- Aprendemos a cuidar ancianos: la Sociedad de Socorro es el lugar ideal para comenzar a comprender a mujeres que nos llevan la delantera.
- Aprendemos a cultivar las buenas relaciones con nuestras familias y amigas: un taller de tejido es el mejor lugar para intercambiar experiencias familiares y aprender de otras cómo hacer para que nuestra suegra diga de nosotras que somos mejor de lo que se imaginaba!
- Aprendemos a llevar una minuta: algo que parece muy sencillo en una secretaria es lo que más sorprende en una reunión de cooperadora de la escuela. Es que queremos terminarla rápido y sabemos que el orden en una reunión es nuestro mejor aliado.
Trabajar afuera, desafío extra.
De un tiempo a esta parte, afrontar los desafíos familiares implica salir a trabajar y es ahí cuando organizar la dinámica del hogar involucra a todos. Las responsabilidades no son dejadas de lado. Delegamos, enseñamos y volvemos a delegar para que todos hagan su parte. Recuerdo con una sonrisa cuando uno de mis hijos, regresando de la universidad envió un mensaje preguntándome si quería algo de la verdulería y cuando otro se acordó que no teníamos pan y lo compró al regresar de la mutual.
Mujeres multitasking
A esto le tenemos que sumar las más variadas asignaciones, auto-asignaciones y llamamientos que desempeñamos a lo largo de la vida.
- Somos capaces de dirigir un himno sin saber música.
- Damos discursos frente a muchas personas cuando en la escuela temblábamos al dar una lección oral.
- Organizamos actividades de servicio como si fuera algo sencillo.
- No tenemos miedo de dirigir a un grupo de jóvenes en un campamento, convirtiéndonos en especialistas de fogatas sin haber encendido nada más que la hornalla de la cocina!
- Escribimos, dirigimos y actuamos en obras de teatro según nuestra habilidad y “valor”.
- Nos animamos a cantar en un coro aunque nuestra experiencia coral sólo se haya desarrollado cantándole a un bebé.
- Se nos ocurre hacer un audio con la clase de la Escuela Dominical para una hermana que no puede leer, sin importar que nuestros conocimientos de tecnología se limiten a decir: “Hija, bajá la asignación de lectura de la página de la Iglesia”.
El mayor tesoro
Por otro lado, la remuneración económica por nuestro trabajo en el hogar, no es algo que nos preocupe. Como dijo Edwin Markham: “Hay un destino que nos hace hermanos. Ninguno pasa su vida solo. Todo lo que damos en la vida de otros, regresa a la nuestra”.
Nosotras sabemos que esa es la mejor recompensa. Recibir en servicio lo que dimos con amor es mayor que los tesoros en la tierra.
Si, la abnegación es nuestra característica. Nos olvidamos de nosotras mismas para asistir al otro. Pero en realidad no nos olvidamos de nuestra responsabilidad de crecer como personas, como hijas de Dios. Es que dejamos a un lado, por un momento, nuestros intereses o pesares a fin de lograr la fortaleza que necesitamos para superarnos.
Así que con mi amiga decidimos que en la próxima entrevista que tengamos en la escuela de nuestros hijos, vamos a responder de manera diferente a la habitual:
–“¿Ocupación?” –preguntará la maestra
–“Ama de casa y trabajo en la Sociedad de Socorro de City Bell, a tiempo completo” –contestaremos orgullosas.
Artículo publicado en Estilo SUD el 3 de febrero de 2009 y actualizado el 15 de marzo de 2024
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