Ser maestro en tiempos difíciles
Ser maestra en la Primaria es un desafío en esta época en que se bombardean los principios morales y los problemas agobian a las familias.
Al recordar mis años de Primaria, como alumna, hace muchos años, la mayor (y mejor) travesura que nos animábamos a tener era escondernos en el entretecho de la capilla y espiar a las personas desde allí. Durante mucho tiempo ninguna maestra descubrió el secreto. Pero sí el hermano Nicola Cechinni, quien era el que mantenía limpia la capilla, pues para subir a los techos debíamos pasar por el cuarto de limpieza. Y siempre algo terminaba en el piso. Sus palabras en cocoliche (mezcla de italiano y español) no fueron de reproche, ni tampoco demasiado fuertes, pero sí lo suficientemente firmes para darnos a entender el peligro que implicaba subir a los techos. Las maestras que tan preocupadas buscaban a sus alumnos dijeron algo que en realidad no recuerdo. Debe ser porque, como siempre, el amor prevalecía en sus palabras.
Pero la actualidad nos muestra dificultades diferentes que deben enfrentar los niños y como consecuencia su conducta muchas veces cambia travesuras infantiles por serios problemas de convivencia.
Ser maestra en mi juventud
Entre mis llamamientos de juventud, el ser maestra de HLJ a los 17 años fue un gran desafío. Cuando en mi vida personal estaba preocupada más por mis amigos y los jóvenes de mi edad, el trabajar con niños le dio un vuelco a mi perspectiva de amor y servicio al prójimo. Una situación en especial marcó el sendero que luego transitaría mil veces a lo largo de mi vida.
Mis clases, que con tanto esfuerzo y dedicación preparaba, muchas veces se veían malogradas por la mala conducta de uno de los niños. Cambiaba de títeres, usaba cuentos para armar, láminas, jugábamos con las canciones, pero nada parecía conformar a ese pequeño travieso que desafiaba todas mis propuestas. La frustración comenzó a llenar mi mente, la decepción daba lugar al malhumor. Llegué a pensar que lo mejor que podría sucederme era que la familia de ese nene se mudara de barrio.
Como maestra debía dar algo
Después de agotar mis pocas buenas ideas, hablé con la presidenta de la Primaria de mi barrio, tal vez esperando una solución mágica. Mi idea era separar al niño y que tuviera una clase para él sólo.
La hermana escuchó mi propuesta y después me contesto: “Este chico viene a la Primaria para llevarse algo bueno a la casa. Vos sos su maestra y él está acá porque vos tenés algo para darle. Él no es TU desafío, pero VOS sos quien recibirá la inspiración para ayudarlo. ¿Oraste lo suficiente al respecto?”. Después me comentó algo muy breve sobre su situación familiar.
“Vos sos su maestra y él está acá porque vos tenés algo para darle…”
La oración, un recurso clave para el maestro
Durante más de un mes oré cada día para saber qué hacer cada semana por ese niño. Mis clases cambiaron, porque mi perspectiva del problema cambió. Ya no estaba frente a un niño problemático sino con pequeños que a su manera reaccionaban frente a la realidad que les había tocado vivir. Si yo pensaba que el Señor sabía que él podía superar esa situación, entonces mis clases tenían que ayudarlo a encontrar el sendero que llevara paz a su pequeña alma.
Desafíos como maestra
Con el transcurso de los años trabajar en la Primaria se convirtió en un desafío más interesante cada vez. Diversos problemas familiares se veían reflejados en la conducta de los niños. Las angustias por desalojos, mudanzas, separaciones, enfermedades, divorcios o maltrato, pasaron a un plano protagonista en la vida de muchas familias. Pero ello no implica que uno deba cargar las tintas para angustiar a la familia o al niño mismo.
Las palabras de mi Presidenta resonaron más de una vez frente a niños o jóvenes con problemas de relación. Más allá de la educación formal que uno pueda tener, la herramienta que siempre funcionó fue la oración personal dedicada, durante muchas noches, por muchas semanas.
Hacerles sentir el amor de Jesucristo
La Primaria debe ser el lugar en donde los niños encuentren y sientan el profundo amor que el Salvador siente por ellos, independientemente de sus inhabilidades sociales o sus problemas emocionales.
Cuando el Salvador estaba enseñando a sus contemporáneos vivió una situación muy particular con los niños que estaban allí: “Y le presentaban niños para que los tocase, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Y viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: “Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía” (Marcos 10:13-16).
No cuesta demasiado imaginar la escena. Muchas personas estaban haciéndole preguntas al Salvador rodeado de sus discípulos. Frente al gentío, ellos se retiraron a una casa, pero igualmente algunas personas los siguieron, y llevaron a sus hijos con ellos. La imagen de los niños dando vueltas es similar a lo que sucede en algunas reuniones en donde algunos ‘deambuladores’ (niños de alrededor de 2 años) caminan por los pasillos del salón sacramental. O a la de una maestra que dando su clase debe cuidar algún valiente que quiera salir por la ventana.
Los niños en primer lugar para el Maestro
También puedo ver a quienes con mala cara intentaban sacar a los chicos del medio. Estaba hablando Jesucristo, era muy importante escuchar sus palabras y sus explicaciones sobre cómo llegar al reino de los cielos. Puedo ver a algunos padres que acercaban a sus hijos para que tocasen a Jesús, tal vez pensando que su influencia podría ser suficiente para curar sus enfermedades, o sanar sus pequeñas almas afligidas, o plantar la semilla de la fe por medio de una experiencia espiritual. Mateo nos aclara que deseaban que el Salvador los bendijese.
Los padres llevaron deliberadamente a sus hijos, sin embargo quienes habían sido elegidos para ser sus siervos, les impedían acercarse y los sermoneaban al respecto. ¿No es casi lo mismo que mi joven mente pensó al proponer que el alumno revoltoso tuviera una clase para él sólo?
La actitud de Jesucristo fue muy clara, Marcos cuenta que Él se indignó por esa actitud. Molesto por la falta de condescendencia, les enseñó que los niños eran tan importantes en su reino como cualquier otra persona. Y les enseñó sobre una cualidad muy difícil de desarrollar en nuestras vidas, la empatía, al decirles que debían recibir sus enseñanzas como lo hacían los niños. Los invitó a ponerse en el lugar de esos pequeños para que la visión del reino celestial se traslade a la tierra. Con su actitud Jesucristo pasó a los hechos y tomó a cada uno en sus brazos y puso sus propias manos sobre la cabeza de ellos.
La maestra sostiene y fortalece a los niños
¡Cuántas veces tomamos literalmente a los niños en nuestros brazos para que ellos sientan nuestro amor! Sin embargo Él puso las manos sobre sus cabecitas despeinadas de tanto jugar para darles la bendición que ellos necesitaban. El tomar a otros en nuestras manos no es más que el ‘sostener y fortalecer’. Bendecir, sería para nosotros, orar por ellos para que nuestro Padre en los cielos nos ayude a ser portadores de amor, o consuelo, o guía, o seguridad, o firme convicción de que son sus hijos.
Nuestras mentes adultas tienden a indagar en las causas de los problemas para hacer responsables a otros (en este a caso a padres o familiares adultos). Buscamos responsables para no asumir que nuestros métodos no fueron suficientes o porque simplemente agotamos nuestras fuerzas. Mi presidenta de la Primaria me dio un pantallazo de una complicada situación familiar. Nunca supe a ciencia cierta cuál era el problema de fondo. Podía imaginarlo, pero no era demasiado importante saberlo. Sí lo era el entender que ese niño sufría y tenía angustia.
Cambio de visión como maestra
De ahí en adelante, mi llamamiento en la Primaria adquirió otro color. Los desafíos dejaron de ser problemas irresolubles. La mala conducta dejó de ser ‘el problema’ y mi visión como maestra cambió al reconocer que yo debía hacerle sentir felicidad a ese niño al asistir a su clase de HLJ.
Muchos niños fueron luego como este primero. Muchas historias más trágicas complicaron las vidas de pequeños que con el esfuerzo de sus padres o hermanos mayores, iban cada domingo a la capilla. Aún con dificultades personales o familiares seguían yendo a Iglesia. Eso es motivo para que con nuestros miedos o limitaciones nos entreguemos al Padre en oración para actuar siguiendo su inspiración.
Ahí empezaremos a disfrutar con creces el ser maestros de niños que descubren por sí mismos sus responsabilidades, sus límites, sus potenciales, sus posibilidades y principalmente su lugar en el Plan de Salvación. De ellos es el reino de los cielos, y nuestra función es mostrarles la mejor manera de transitarlo, aunque nos den alguna patada o le peguen a sus compañeros.
Más allá de la educación formal que uno pueda tener, la herramienta que siempre funcionó fue la oración personal dedicada, durante muchas noches, por muchas semanas.
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