Mujeres fieles a sus convenios sin importar su situación matrimonial
Muchas de las mujeres que admiro por su fortaleza espiritual son aquellas que fiel y devotamente siguen a Jesucristo en circunstancias difíciles
“Ningún dolor padecido, ninguna prueba experimentada carece de valor. De cada circunstancia aprendemos algo, contribuye al desarrollo de cualidades tales como la paciencia, la fe, la fortaleza y la humildad. Todo lo que sufrimos y todo lo que soportamos, sobre todo cuando lo hacemos pacientemente, edifica nuestro carácter, nos purifica el corazón, nos magnifica el alma y nos hace más sensibles y más caritativos, más dignos de ser llamados hijos de Dios. y es mediante los pesares y el sufrimiento que adquirimos la instrucción por la cual vinimos acá.”(1)
Muchas de las mujeres que admiro por su fortaleza espiritual, son aquellas que fiel y devotamente aceptan seguir a Jesucristo aún cuando las circunstancias no sean las más cómodas para ellas. Hermanas que cada domingo asisten a la capilla y cumplen con sus asignaciones sin poner excusas que les impidan servir al prójimo, al tiempo que ellas crecen espiritualmente.
Cuando las veo entrar al salón de la Sociedad de Socorro, a horario y sentarse con una sonrisa al lado de una amiga, pienso en lo que pueden haber dejado atrás.
Un esposo que no acepta el evangelio, puede suponer un tropiezo para el desarrollo de un matrimonio. Pero algunas lo ven como una oportunidad de desarrollar talentos que no creían que poseían. ¡Qué mujer va a pensar que, con toda la paciencia que ejerció en la crianza de sus hijos, esta sería una prueba más al momento de convertirse al Evangelio! El amor de años de matrimonio se ve fortalecido al tener una nueva perspectiva de la vida matrimonial. El saber que no tiene que ejercer la coerción para cambiar al cónyuge, la ayudará a ponerse en su lugar y no enojarse cuando al salir cada domingo por la mañana él se lamente diciendo: “¡Justo te vas ahora, que podemos desayunar tranquilos!”
La primera reacción de tirar los libros en la mesa o de enojarnos por el comentario hiriente es cambiada por una sonrisa que promete el pronto regreso. Un regreso que devuelve a una mujer renovada espiritualmente, con mejores metas que las que puede sugerir una revista femenina.
Hay otras buenas mujeres que lamentan con lágrimas en los ojos el que sus esposos decidan no participar más de las actividades de la Iglesia. Con el conocimiento que tienen del Evangelio, puede suceder que sus comentarios sean mucho más hirientes y causen más dolor. Salir de casa, con los hijos preparados para asistir a las reuniones mientras de fondo se escucha el reclamo de compañía o una crítica a la fidelidad, es tan doloroso como la fría indiferencia. Aquella que como una daga traspasa el corazón cuando al regresar se dan cuenta que están ellas solas para almorzar.
¿Qué mueve a estas fieles mujeres a seguir asistiendo a la iglesia? ¿Qué propósito hay en vivir el Evangelio en tales circunstancias?
La certeza del sentimiento que no se puede negar, de la confirmación del Espíritu de que sus complicaciones se tornarán en bendiciones, el saber que realmente el Padre las ama al reconocer las muchas veces en que fueron sostenidas entre sus brazos, elevan su mirada espiritual más alto y fortalecen su alma lo suficiente para ‘perseverar hasta el fin’. Un perseverar que implica cumplir con sus llamamientos, recibir las ordenanzas del templo, mantenerse dignas de asistir al mismo y no resignar su comunicación con el Señor.
El tener un matrimonio en donde uno de los cónyuges no es miembro de la Iglesia o dejó de asistir, pasa a ser una peculiaridad en sus vidas. Muy suelta de cuerpo una hermana me dijo una vez: “Yo estoy completa con el Evangelio, él no quiso aceptarlo y sabe que seré infeliz si dejo de asistir.” Así, cada domingo, su esposo la llevaba en auto a la capilla. Aún cuando el Alzheimer iba minando su mente y quedaba perdida en el pasillo de la capilla porque no recordaba dónde estaba el salón sacramental, su amado esposo la llevaba y la pasaba a buscar asegurándose de que entrara y alguien la ‘cuidara’ hasta el mediodía.
Una hermana amiga fue mi ‘faro de verdad’ cuando mis hijos pequeños me volvían loca en la reunión sacramental. Para cada situación problemática que se me presentaba, ella tenía una anécdota que reflejaba alguna posible solución. Con hijos ya casados, ex-misioneros, fieles en sus llamamientos, nunca dejé de sorprenderme por saber que la experiencia de enseñar reverencia el domingo a tres ‘torbellinos’ que nunca se quedaban quietos, la tuvo sola, pues su esposo nunca quiso bautizarse.
El ejemplo de fidelidad de la mujer que vio alejarse lentamente a sus hijos y luego a su esposo de la Iglesia, dio un toque especial en mi vida. Fue la maestra ideal de los niños en la Primaria. Nunca faltaba a las clases. Fue la mejor consejera de la Sociedad de Socorro que pueda tener una presidenta.
Pone la misma dedicación en su llamamiento que cuando, junto a su esposo, era obrera en el templo. Sabe que no puede fallarle al Señor, aunque alguna cosas hayan fallado en sus sueños. Reconoce que el albedrío es parte del plan y no puede enojarse con el Padre Celestial. Las lágrimas derramadas a escondidas se convierten en fortaleza y esperanza.
Hace un tiempo dos buenas amigas fueron juntas al templo. Cada una con circunstancias particulares dejaban en casa un esposo. Sin embargo los dos colectivos y la caminata por la autopista hasta el templo no fueron obstáculo para que disfruten del amor del Salvador que como una medicina cura el alma y fortalece el corazón.
En nuestra vista rápida de domingo, en que vemos sólo la apariencia, a veces juzgamos muy mal a estas hermanas. Aseveramos que su impuntualidad sólo se debe a que son lentas o desordenadas. Asumimos que no asisten a todas las transmisiones de las Conferencias Generales porque salen de paseo. Creemos que sus silencios en las clases se deben a que están de mal humor. Las excluimos de algunas actividades porque ‘seguro que no van a venir…’ Analizamos sus palabras creyendo oír rencor en ellas.
Sin ver que cada domingo dejan todo listo antes de salir de sus casas; que buscan un equilibrio en todas las cosas al seleccionar los momentos en que saben, deben estar con sus familias; que están reconociendo una respuesta a sus oraciones en medio de una cita leída por la maestra de la Escuela Dominical; que les encantaría participar de otras actividades si pueden invitar a sus esposos, aunque ellos no quieran ir; que muchas veces es dolor o triste resignación lo que da música a sus palabras.
Pero el Padre les provee las bendiciones que merecen por su fidelidad. Les da salud emocional y espiritual, o deseos de seguir adelante. El ver la eternidad desde su ángulo las ayuda a entender a otras hermanas que pasan por situaciones similares, o que sienten que está mal ir solas a la capilla. En cierta medida son las más preparadas para hermanar a los miembros nuevos. Ellas saben qué sienten al ir solos a la Iglesia, conocen del miedo de ofender a los seres queridos, o la angustia de que el resto de la familia no vea como ellos la veracidad del evangelio.
La fe que no se puede negar, mueve a estas mujeres. Vivir el Evangelio en tales circunstancias, es la misión que tienen en sus vidas. Son el mejor ejemplo que uno puede ver de perseverancia y longanimidad. De seguir aunque la senda sea dura. Sin perder el buen ánimo, ni la fe, ni la esperanza. Realmente saben que [son] hijas espirituales de Dios amadas por Él, y [su] vida tiene significado, propósito y dirección.(2)
Notas 1- Élder Orson F. Whitney, citado en Improvement Era marzo 1966 2-declaración de la Sociedad de Socorro
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