Entiendo que debemos estar organizados en nuestros consejos, pero por favor no demoremos el tiempo del rescate.
En el mes de abril de 2009, el presidente Thomas S. Monson enseñó acerca de un enfoque especial en el cuidado de nuestros hermanos; él habló del RESCATE. Inmediatamente y siguiendo los consejos del profeta, toda la Iglesia se unió a su voz inspirada saliendo a rescatar a nuestros hermanos.
La instrucción fue sencilla, pero a la vez enérgica. Sin importar la situación por la que nuestros hermanos se habían alejado del Evangelio, debíamos rescatarlos para que vuelvan a la mesa del Señor (ver DyC 81:5).
Cuando fue enseñado por el presidente Monson, se utilizó una pintura en donde se apreciaba una fuerte tormenta, un barco saliendo al rescate y una familia esperando en la playa. El verlo causó un impacto muy fuerte en mí, pues me recordó una experiencia personal que me gustaría compartir en esta ocasión.
Hace varios años mi hermano Daniel, que es 4 años menor que yo, se encontraba trabajando en la pesca junto con otros 5 barcos al norte del puerto de Mar del Plata, cuando recibieron un llamado de la Prefectura. Esta les avisó a todos que debían regresar al puerto porque una tormenta muy grande se acercaba a la zona. Inmediatamente todos levantaron sus redes y comenzaron a volver al puerto.
En ese recorrido de regreso, a uno de los barcos se le rompió el motor y no podía volver. Pidieron auxilio y el barco en el que iba mi hermano se ofreció para traerlos a remolque. A medida que se acercaban a puerto, la tormenta se intensificaba más. Fue así que empezaron a pedir auxilio a la Prefectura, ya que no podían seguir remolcando a otro barco y enfrentar el temporal. Inmediatamente la Prefectura, la Asociación de Pescadores y un representante de la Armada se reunieron en consejo para decidir la mejor estrategia de rescate.
Yo no participé de esa reunión, pero otro de mis hermanos que trabajaba en la misma empresa pesquera sí lo hizo. En sus deliberaciones se escuchaban desde los que muy valientemente ya querían salir aún arriesgando su propia seguridad personal, hasta los temerosos que no lo querían hacer; también los protocolos de procedimientos que se debían seguir, y un conflicto entre la Prefectura y la Armada.
Los marineros, en el medio del temporal seguían pidiendo auxilio en forma desesperada, en tanto que los líderes continuaban reunidos tratando de tomar decisiones para salvarlos.
Cuando por fin se organizó el grupo de ayuda, se recibió una desesperada llamada procedente de la radio del barco de mi hermano. La tormenta había cortado la fuerte soga con la que estaba remolcando el barco averiado (ya que se remolca de la misma manera que lo hacemos con un auto), se había perdido el barco de atrás e iban hacer una maniobra para ver si encontraban a algún marinero.
Desde el Puerto trataron de continuar en contacto por radio, pero hubo sólo silencio desde ese momento y sin saber qué maniobra hicieron, ambos barcos se hundieron con sus tripulantes desapareciendo en el mar.
El barco de rescate salió y luego otras embarcaciones más en lo que se trató de una búsqueda en rastrillaje, pero no encontraron nada. Era demasiado tarde.
Muchas familias estábamos en el Puerto tal como en el cuadro del presidente Monson, aguardando alguna información que nos diera esperanzas, pero esta nunca llegó. Nuestros corazones desfallecieron de dolor, sabiendo lo que inevitablemente había sucedido.
Al venir a mi memoria esta experiencia, quiero compartir mi enseñanza en cuanto a este asunto tan delicado, comparándola con la enseñanza que el presidente Monson nos dio.
Entiendo que debemos estar organizados en nuestros consejos, pero por favor no demoremos el tiempo del rescate. A veces transcurren muchas semanas hablando de las familias que se hallan en una situación especial, deliberando acerca de los líderes que tienen la responsabilidad de visitarlos, o acerca de quién tiene que ir primero, si los misioneros o los líderes, o qué adaptación local queremos hacer. Mientras tanto, algunos de nuestros hermanos están pidiendo auxilio, y como enseñó el Elder Neal A. Maxwell, “algunos piden en silencio ya que sus manos están muy cansadas para estar levantadas en alto” (“Absorbida en la voluntad del Padre”, Conferencia General de Octubre de 1995).
Dios nos bendiga para salir rápida y efectivamente a buscar a nuestros hermanos sin demorar la tarea porque en algunos casos puede ser demasiado tarde.
Por favor, no demoremos el tiempo del rescate…
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