Vencer la ignorancia
La ignorancia no sólo nos limita en nuestras posibilidades materiales; a menudo nos conduce por lugares que no deberíamos transitar.
La ignorancia está presente en muchos lugares: la vemos en algunas publicidades, en algunas diversiones, en modas extrañas que dañan el cuerpo. A veces hasta en la educación que parece haber perdido la E mayúscula. Sin embargo, las escrituras dicen con claridad que “es imposible que el hombre se salve en la ignorancia” (DyC131:6). Sería importante analizar detenidamente en qué consiste para que se la relacione con el término “imposible” respecto de la salvación.
¿Qué significa ser ignorante? Ignorante es quien “no tiene conocimiento o noticia de una cosa”. Esto nos conduce a la sección 93 de Doctrina y Convenios, donde se nos informa, en principio, que “la verdad es el conocimiento de las cosas…” (DyC 93:24).
De manera que es ignorante quien no tiene conocimiento de la verdad de las cosas, o las cosas tal como son en realidad. Al decir “cosas”, se hace referencia a un conocimiento, a primera vista, material, o temporal. Si miramos a nuestro entorno podremos observar personas, animales, casas, plantas, colinas y montañas, ríos y mares, planetas o estrellas. Todas esas son “cosas” que implican no solo un conocimiento descriptivo de lo que vemos, sino que tras ellos hay historias que abarcan el total del conocimiento humano y mucho más.
El mismo pasaje sigue diciendo “…como son, como eran y como han de ser”. Es obvio que esta declaración es sumamente amplia; tanto, que nos remonta al origen del conocimiento y nos conduce hacia su más lejano futuro. Ya no sólo es lo que vemos en el “instante” de nuestra existencia terrenal, sino toda la realidad tal como la concibe Dios; un conocimiento tan vasto que da vértigo y que sin embargo algún día deberemos abarcar.
En otra parte del texto canónico también dice que “el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre” (DyC 88:15); y además, que “de la tierra yo, Dios el Señor, hice crecer físicamente todo árbol que es agradable a la vista del hombre; y el hombre podía verlos y también se tornaron en almas vivientes, porque eran espirituales el día en que los creé…” (Moisés 3:9). Esto implica que existe otro conocimiento de distinta característica que aquel de las “cosas materiales”.
Un conocimiento que nos introduce en otro campo tan vasto como aquel: las ciencias de lo espiritual, ya que ciertas cosas “eran espirituales” el día en que fueron creadas. Como somos la dualidad “alma viviente”, un espíritu inmortal en un cuerpo mortal, debemos hacernos cargo de conocer tanto el lado temporal como el espiritual de nuestra existencia porque sin ese conocimiento tenemos un verdadero problema. Sin él no podremos ser salvos.
Ese es el real valor de esforzarnos por vencer la ignorancia. Cada uno de estos campos del conocimiento tiene un punto de importancia literalmente vital en nuestra experiencia.
Sin el estudio de lo “temporal” –ciencias, profesiones, oficios– no estamos en condiciones de enfocarnos en una vida de desarrollo productivo que nos conduzca, entre otras cosas, a ser autosuficientes, tanto para mantenernos a nosotros como para brindar seguridad a nuestra familia.
Sin el estudio de lo “espiritual” –los mandamientos, la vida del Salvador, las palabras de los profetas– nos privamos de realizar convenios sin los cuales las puertas de “la vida eterna” permanecen cerradas, desamparando finalmente a nuestra familia y frustrando nuestras potencialidades.
De los dos tipos de ignorancia a vencer –la falta de educación secular, tanto como la espiritual– la segunda es la más importante porque la exaltación es una cuestión de fidelidad a los convenios concertados. El conocimiento que obtengamos de la doctrina y los principios del evangelio y nuestro compromiso personal de aplicarlo establecerá el rumbo de nuestra vida y las costumbres que adoptemos para que la vida transcurra de una manera aceptable al Señor.
Para quienes se inclinan, en cambio, sólo por lo secular, es necesario recordar simplemente que no existe ningún título académico que nos lleve a la presencia del Padre. Esto significa que debemos enfocarnos en dar tiempo a ambos aspectos de nuestra “dualidad físico-espiritual” porque tales conocimientos, aún siendo distintos, fluyen hacia el mismo objetivo de perfeccionar nuestra vida.
La ignorancia no sólo nos limita en nuestras posibilidades materiales, tal como puede ser el hecho de tener un buen trabajo; a menudo nos conduce por lugares que no deberíamos transitar. Por ejemplo, la elección de buenas amistades o de decisiones adecuadas frente a las encrucijadas, muchas veces dependen del discernimiento que viene a nosotros por medio de la inspiración, para lo cual debemos estar en armonía con los principios y ordenanzas del evangelio y esto, nuevamente, no es posible si no tenemos dicho conocimiento.
Algunas consecuencias de la ignorancia de principios éticos y morales afectan, además, a la sociedad, que muchas veces debe padecer involuntariamente sus efectos violentos. Por el contrario, leemos en las escrituras que “la gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad”, en referencia al conocimiento que ilumina el entendimiento.
De manera que por los resultados negativos que se obtienen, la ignorancia resulta ser una verdadera “plaga” que afecta negativamente la vida de quienes la padecen y de quienes los rodean y no debería haber esfuerzo suficiente para alejarla de nuestro lado y del lado de todos aquellos cuya vida queremos bendecir. El esfuerzo que hagamos por poner en práctica y enseñar principios que alienten las virtudes, el estudio y la industriosidad nos ayudará a nosotros mismos y a otros a estar en armonía con el deseo expreso de “llevar a cabo…la vida eterna del hombre”.
No existe ningún título académico que nos lleve a la presencia del Padre…
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