El Jardín que le da sentido a mi vida
Hace un tiempo recibí un mail con una serie de reflexiones que me hicieron pensar en el lugar que ocupa la vida del Salvador en mi vida.
Hace un tiempo recibí un mail con una presentación que incluía una serie de reflexiones. Algunas de ellas me llevaron a pensar en el lugar que ocupa el sacrificio del Salvador en mi vida. No sé quién lo escribió, pero adaptándolo a mis circunstancias, entendí que muchas personas estamos preocupadas por entender el insondable padecimiento del Getsemaní.
Si alguna vez te sentiste así o te sientes así recuerda a un amigo
Si por casualidad perdiste la motivación para el trabajo y te pesan las obligaciones….
Si perdiste el estímulo para seguir luchando y te has abandonado….
Si perdiste una serie de amigos y te abruma la soledad….
Si alimentas las mejores intenciones y aun así te critican….
Si tus objetivos parecen cada vez más distantes y desfallece el ánimo….
Si buscas la mano de otro y no la encuentras….
Si levantas los ojos al cielo y no encuentras respuesta….
Si quieres mar abierto y encallas en la arena el navío de tus sueños….
Si la fe te parece charlatanería inútil y nada de lo eterno te despierta resonancias….
Si tanto lloraste que no descubres estrellas en lo alto….
Si hasta la esperanza te falto como sostén y arrastras tu cuerpo laderas abajo….
Si deseas ser íntegro, fuerte, equilibrado,….
Sólo piensa en el ejemplo de nuestro hermano mayor Jesucristo, en Getsemaní.
Para la mente finita la agonía de Cristo en el Jardín es insondable, tanto en lo que respecta a intensidad como a causa. Para Él la muerte era el paso preliminar de Su resurrección y Su triunfante regreso.
No fue el dolor físico ni la angustia mental solamente lo que le hizo padecer tan intenso tormento que produjo una emanación de sangre de cada poro; sino la agonía espiritual del alma que sólo Dios era capaz de conocer.
Ningún otro hombre, no importa cuán poderosa hubiera sido su fuerza de resistencia física o mental, podría haber padecido en tal forma, porque su organismo humano hubiera sucumbido, y un síncope le habría causado la pérdida de conocimiento y ocasionado la muerte en esa hora de angustia. Cristo resistió y venció todos los horrores que Satanás pudo infligirle; este combate supremo con los poderes malignos sobrepujó y eclipsó la terrible lucha comprendida en las tentaciones que sobrevinieron al Señor inmediatamente después de su bautismo.
En alguna forma efectiva y terriblemente real, aun incomprensible para nuestra mente, el Salvador tomó sobre sí la carga de los pecados de todo el género humano desde Adán hasta el fin del mundo.
En Doctrina y Convenios 19:16-19 dice: ”Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten; mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo; padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar. Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres”.
Los demás acontecimientos trágicos de la noche y los crueles sufrimientos que lo esperaban al día siguiente –-todo lo cual alcanzaría el punto culminante en el espantoso tormento de la cruz–- no excederían la amarga congoja que victoriosamente había resistido.
En mis años de vida no puedo dejar de ver lo débil que soy ante algunas situaciones que nombra este poema, pero a pesar de la soledad he descubierto que gracias a esa situación me encuentro en mejor diálogo con mi amado Padre Celestial y puedo descubrir la verdadera intención de los hechos de la vida por la cual vamos caminando que aun no he descubierto. Muchos porqués no he descubierto, pero si para qué. Sólo pienso en El, un ser perfecto, sintiendo lo que yo siento y descubro su rostro a través de la sonrisa de un niño que saluda sin conocerme, de un anciano que espera que suba al colectivo para luego hacerlo él, cuando el diariero me espera y llamándome por mi nombre me saluda. Entonces me doy cuenta cuánto vale la pena estar aquí en esta tierra y desear ser feliz.
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