El valor de la gratitud

La gratitud revela los valores más preciados de nuestra personalidad y es una fuente inagotable de paz y felicidad duradera.

En lo que va de mi vida, una de las experiencias que tuve fue trabajar algunos sábados en un puesto de venta de diarios y revistas, y te digo la posta, literalmente ves de todo a toda hora. Pero en esa tarde de un lindo y soleado sábado, desde mi lugar, ubicada sentada en uno de los bancos del local, escuché una dulce y tierna voz que llamaba a su padre. La conversación de la que fui testigo fue la siguiente:

El padre iba unos pasos delante de su hijo…
Niño: Pa… papi… papá!
Padre: ¿Qué? ¿Qué hijo?
Niño: ¡Papá vení…!
Padre: ¿Qué sucede hijo? ¡Ya voy!
Niño: Vení, ¿me comprás eso?


De pronto, detrás del niño apareció la madre y el niño se dirige a ella:
Niño: Mamá ¿Me lo compras?
Madre: Qué te voy a comprar, si estamos pidiendo…
Niño: ¿Pero me lo compras?
Madre: Ahora no
Niño: Pero… ¿y después?
Madre: Si, después te lo compro.
Niño: ¡Gracias mami, después, sí, gracias mami!

De esta corta y simple conversación, uno tiene infinidades de temas por los cuales podríamos conversar horas y horas, pero solo me voy a detener en la última oración que dijo el niño:

“¡Gracias mami, después, sí, gracias mami!”

Tal vez me dirás, es solo un niño y es fácil de postergar lo que él quiere, o que se conforma muy fácilmente porque es un pequeño que aún no tiene experiencia ni ha sufrido como para conformarse con el primer no; o tal vez en este caso este niño siendo aun pequeño ha sufrido más de lo que podemos imaginar; también me podrías decir, “¿Fanny, por qué no se lo compraste?, ¿Por qué no se lo regalaste? A un pequeño que estaba pidiendo algo que pertenece a su infancia; o simplemente me dirás que ese niño siendo pequeño agradeció a su madre por su respuesta de esperanza y no de incertidumbre… Aun la madre sabiendo que tal vez no se lo comprara ni hoy ni la semana, tal vez sabe de qué está agradecido su hijo.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado en el mismo lugar que ese pequeño? ¿Un aunque más no sea? Confirmándonos, confiando en esa respuesta que necesitamos y no fue como esperábamos, pero sentimos la certeza que en algún momento llegaría; o ¿tal vez solo somos conformistas al momento de quedarnos con la única respuesta “concreta” que recibimos?

¿Cuántas veces hemos postergado el “gracias” por creernos que nos lo merecemos? Aun si lo merecíamos o no, ¿no tendríamos que agradecer de toda forma por la oportunidad de tenerlo?, porque ese niño tal vez no esperaba esa respuesta y se quedó con las ganas de haber recibido ese juguete, pero la respuesta de su mamá fue esperanzadora y él solo agradeció aún tras la firmeza de esas palabras. Dejó las puertas abiertas para que, en un futuro cercano o lejano, vaya a saber uno, la vida lo sorprendiera y realmente le diera eso que él tanto deseaba.

A veces pareciera que aprendemos más nosotros de los niños que ellos de nosotros. Ellos son tan humildes que nos enseñan que la vida solo es un momento, el ahora y se acaba. Y nosotros adultos, nos enroscamos en broncas, problemas, situaciones, y cuantas cosas más que mejor ni hablar, cuando ellos viven el ahora, sabiendo que si tiene solución, aunque no sea ya, no es problema. ¡Qué gran humildad la de ellos!

Me resulta interesante, cómo es que a veces vivimos haciendo cosas creyendo que nos lo merecemos por haber hecho determinadas otras, y que, como premio, me lo tengo que recibir y no tengo por qué agradecer a nadie porque fue todo mérito propio. O a veces vivimos una vida de quejas, reclamando cada circunstancia por la que pasamos sin ver un poquito más allá del aquí y ahora.

Esta palabra y acción tan corta y rápida, de inevitable manera me lleva a dos actitudes que se pueden desarrollar si es que uno puede accionar siendo agradecido. El dar o no dar las gracias, está profundamente relacionado tanto con la humildad como con el orgullo, pero de maneras opuestas.

La humildad implica reconocer que no somos autosuficientes y que dependemos de los demás en muchos aspectos. Ser agradecido desde la humildad es aceptar que recibimos cosas que no siempre merecemos o que no podríamos haber logrado solos. Este tipo de gratitud reconoce la interdependencia humana y es consciente de las contribuciones que otros han hecho por nosotros.

Por otro lado, el orgullo puede impedir ser agradecido, si lo  interpretamos como autosuficiencia o superioridad. Cuando alguien es demasiado orgulloso, puede sentir que no le debe nada a nadie, que todo lo que tiene es solo resultado de su esfuerzo, y esto le impide reconocer o valorar lo que otros han hecho por él. El orgullo, en este sentido, actúa como un bloqueo de la gratitud.

Ser agradecido es un acto que requiere humildad para reconocer que no lo hacemos todo solos, y que muchos de los regalos que recibimos en la vida dependen de otros. Cuando hablo de regalos, no solo son los materiales, sino también el amor y el apoyo de la familia; la educación; la amistad; el trabajo en equipo; los servicio y bienes que disfrutamos a diario; la generosidad de desconocidos; la inspiración y las ideas; la salud; entre muchas más que podría seguir desarrollando y estarías horas y horas hablando por cada cosa que recibimos y nos daríamos cuenta que tenemos más de lo que nos falta.

Esta relación me hizo analizar más en profundidad lo que significa cada palabra, de donde provienen y si tienen relación en algún punto. La palabra humildad proviene del latín “humilitas”, que a su vez deriva de “humus”, que significa “tierra” o “suelo”. Esta etimología nos lleva a la idea de “bajar la cabeza” o “estar cerca del suelo”, lo que refleja una actitud de modestia, reconocimiento de las propias limitaciones y estar en una posición más baja en relación con los demás. En esencia, ser humilde es estar “en contacto con la tierra”, es decir, ser realista, modesto y consciente de las propias debilidades.

La palabra orgullo tiene su origen en el término germánico “urgol” o “orgil”, que significa “alto” o “elevado”. También se cree que proviene del latín “superbia”, que está relacionado con estar “por encima” o en una posición elevada. El orgullo, por tanto, refleja una actitud de superioridad o grandeza, a menudo asociada con el sentido de estar por encima de los demás en virtud de logros, cualidades o estatus.

Interesante, ¿no? En ambas definiciones todos podríamos sentirnos identificados, ya que a todos nos atraviesan ambos conceptos, más allá del porcentaje de cada uno de ellos en nosotros mismos. La pregunta que surge entonces es la siguiente: ¿existe algún punto en el que ambos se crucen? ¿O están los dos en una misma línea tratando de ganarle terreno el uno al otro?

Indagando un poco más en estos conceptos es que Dieter F. Uchdorf dijo: “La humildad dirige nuestra atención y amor hacia los demás y hacia los propósitos del Padre Celestial. El orgullo hace lo opuesto. El orgullo saca su energía y su fuerza de los profundos abismos del egoísmo”. (Dieter F. Uchtdorf, Conferencia general octubre 2010, “El orgullo y el sacerdocio”)

Entonces podemos decir que mientras la humildad nos eleva emocional y todos los otros aspectos, el orgullo nos roba fuerza y energía. En ambos conceptos, uno tiene que conseguir un equilibrio entre ellos, porque demasiado orgullo puede enfermarnos en un egoísmo crónico, haciendo dura y triste nuestras vidas. El élder Uchdorf dijo: “El orgullo es un cáncer mortal. Es un pecado de acceso que conduce a una multitud de otras debilidades humanas”. (Dieter F. Uchtdorf, Conferencia general octubre 2010, “El orgullo y el sacerdocio”)

Es muy llamativo, como ambos atributos pueden elevarnos o hundirnos, y la causa de ello es el ser o no agradecido con nuestras circunstancias de vida, con lo que tenemos y con lo que somos. Sin duda eso afecta también en nuestro estado de ánimo, porque en la humildad simplemente me dejaré sorprender por la vida y haciendo mi esfuerzo constante sin competencia alguna; cuando en el orgullo, se vuelve agotador, ya que ser el mejor y creer merecer todo, no solo nos agota físicamente, sino también mental y espiritualmente. Al fin y al cabo nos terminamos quedando solos. 

(Gospel Topics)

Tan importante es dar las gracias que el élder Robert D Hales, nos enseñó: “La gratitud nos brinda la paz que nos ayuda a sobreponernos al dolor de la adversidad y del fracaso; la gratitud diaria significa que expresamos aprecio por lo que tenemos ahora, sin considerar lo que tuvimos en el pasado ni lo que deseamos para el futuro” (Robert D. Hales, “Cómo mostrar gratitud”).

Creo que no existe persona alguna, que no quiera sentir esa paz que calma la herida más profunda que podamos tener, y por medio de la gratitud se puede obtener.

Cuán magnífico es poder ser agradecidos. Todas las partes salen beneficiadas. Pero ojo, que no todo es tan fácil como parece, porque podría ser que el orgullo y la humildad se crucen y hagan un enredo en nosotros.

El élder Uchdorf dijo: “Podemos estar agradecidos por nuestra salud, riquezas, posesiones o posición, pero cuando se nos empieza a ir a la cabeza, cuando nos obsesionamos con nuestra posición social, cuando nos centramos en nuestra propia importancia, poder o reputación; cuando nos concentramos demasiado en nuestra imagen pública y creemos lo que otras personas dicen de nosotros, es entonces que comienza el problema; es entonces  cuando el orgullo empieza a corromper”. (Dieter F. Uchtdorf, Conferencia general octubre 2010, “El orgullo y el sacerdocio”)

Entonces podremos concluir, diciendo que, el orgullo y la humildad, aunque en su origen etimológico y en su significado básico parecen opuestos, pueden cruzarse en el proceso de autorreflexión. Una persona puede sentirse orgullosa de su trabajo o logros sin perder la humildad si reconoce las contribuciones de otros y su lugar en un contexto más amplio. Este equilibrio entre ambos es lo que muchas tradiciones enseñan como un camino hacia el crecimiento personal y espiritual.

Todo esto me llevó a una sola frase: “La humildad es un catalizador vital  para el crecimiento espiritual”. (Predicad Mi Evangelio).

Por último y no menos importante, hago referencia a unas palabras del  presidente Thomas S Monson: “Si la ingratitud se encuentra entre los pecados más graves, entonces la gratitud toma su lugar entre las más nobles de las virtudes”. (Thomas S. Monson, Conferencia General octubre 2010, “El divino don de la gratitud“)

Y con toda esta charla, solo quiero decirte una cosa e invitarte a otra. Primero, GRACIAS por siempre leerme, por tomarte el tiempo de pensar y poder reflexionar sobre el día a día. Y la invitación es que sea por lo que sea que estés pasando, AGRADECE porque no todos pueden aprender lo que hoy aprendiste, ya sea bueno o no.

¡Hasta la próxima!

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