Todos los consejos de la Iglesia deben alentar el análisis libre y abierto al deliberar entre sí y al esforzarse por tener una comunicación clara y concisa.
Durante esta conferencia, los hermanos han enseñado desde este púlpito verdades claras y preciosas acerca del Evangelio de Jesucristo. Testifico que hemos escuchado “la voluntad del Señor… la intención del Señor… la palabra del Señor… la voz del Señor y el poder de Dios para salvación” (DyC 68:4). Como el Señor dijo en Su prefacio de Doctrina y Convenios: “Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (DyC 1:38).
Espero recibir la ayuda del Señor porque deseo enseñar un importante principio con el mismo espíritu y claridad con que mis hermanos han enseñado. En la vida preterrenal, Dios realizó un gran concilio para presentar Su glorioso plan relacionado con nuestro bienestar eterno. La Iglesia del Señor está organizada en consejos en todos los niveles, comenzando con el Consejo de la Primera Presidencia y el del Cuórum de los Doce Apóstoles y continuando con los consejos de estaca, barrio, de cuórum, de las organizaciones auxiliares y de familia. El presidente Stephen L. Richards dijo: “La extraordinaria fuerza intelectual de nuestra Iglesia radica en gobernar por medio de consejos… He tenido bastante experiencia para saber lo valiosos que éstos son. No pasa un día en el que no pueda apreciar… la sabiduría de Dios en la creación de consejos para gobernar Su reino. Sin vacilar, les aseguro que, si se reúnen en consejo para deliberar, como se supone que lo hagan, Dios les dará las soluciones a los problemas que enfrentan” (Conference Report, octubre 1953, pág.86).
Como miembro de los Doce, presto servicio en varios consejos y comités de la Iglesia, reuniéndome regularmente con los líderes de las organizaciones auxiliares. Juntos deliberamos, escudriñamos las Escrituras y oramos pidiendo guía, mientras nos esforzamos por aprender la forma en que las organizaciones auxiliares pueden bendecir y fortalecer más eficazmente a los miembros de la Iglesia.
En muchos aspectos, los consejos generales de la Iglesia funcionan de manera muy similar a la de los de estaca y barrio. Todos los consejos de la Iglesia deben alentar el análisis libre y abierto al deliberar entre sí y al esforzarse por tener una comunicación clara y concisa. Los consejos deben analizar los objetivos y los asuntos de interés, siendo el entendimiento mutuo la meta final.
Los consejos de estaca y de barrio son la oportunidad ideal para que los líderes de todas las organizaciones dialoguen y se fortalezcan entre sí. La finalidad principal de las reuniones de consejo de estaca y barrio no debe ser planificar sino coordinar actividades y ejercer mayordomía. En esas reuniones, los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares deben repasar juntos sus responsabilidades y encontrar la forma en que los programas de la Iglesia ayuden a los miembros a vivir el evangelio en sus hogares. Hoy día, tanto las personas solas como las familias necesitan la ayuda inspirada y sabia de la Iglesia para combatir las maldades del mundo.
En una reunión reciente de consejo con las presidencias de las organizaciones auxiliares de las mujeres, las hermanas me dijeron que muy pocas mujeres de la Iglesia expresan interés en poseer el sacerdocio; lo que desean es que las escuchen y valoren y hacer contribuciones significativas a la estaca o el barrio y a sus miembros para servir al Señor y ayudar a llevar a cabo lo misión de la Iglesia.
Por ejemplo, no hace mucho, hablábamos acerca de la dignidad de la juventud para prestar servicio misional. La presidenta Elaine Jack dijo: “Sabe, élder Ballard, si preguntáramos a las hermanas de la Iglesia, ellas quizás tengan algunas buenas sugerencias para preparar a la juventud para salir a una misión. Después de todo, ¡nosotras somos las madres de esos jóvenes!”
Las sugerencias de las hermanas pueden ayudar tanto en lo relacionado con la asistencia al templo como en una variedad de otros asuntos que a los líderes del sacerdocio puede costarles más resolver. Hermanos, asegúrense de contar con la contribución fundamental de las hermanas en sus reuniones de consejo. Insten a todos los miembros del consejo a expresar sus sugerencias e ideas para que la estaca o el barrio funcione más eficazmente en la proclamación del evangelio, el perfeccionamiento de los santos y la redención de los muertos.
Lo ideal sería que todos los miembros del consejo de la Iglesia o de familia expresaran sus preocupaciones y sugirieran soluciones basadas en los principios del evangelio. Creo que la Iglesia y nuestras familias se fortalecerían si los presidentes de estaca y los obispos utilizaran sus reuniones de consejo para encontrar la forma de mejorar la calidad de las reuniones sacramentales, de perfeccionar la reverencia, de centrar nuestra atención en los niños y fortalecer a la juventud; de ayudar a las personas solteras, viudas o divorciadas, incluso a los padres que se encuentran en esa situación; de enseñar y hermanar a los investigadores y a los miembros nuevos; de mejorar la enseñanza del evangelio y muchos otros temas similares.
Durante la última mitad de este año, en combinación con cada conferencia de estaca, hemos estado llevando a cabo una reunión de capacitación especial, para analizar la moral de la juventud; lo hacemos con la participación de miembros de los consejos de estaca y barrio. Toda pregunta que me dirigieron durante el período de análisis se podría haber tratado en forma mucho más apropiada en una reunión de consejo de barrio; sin embargo, los que hacen las preguntas muy pocas veces piensan que han tenido la oportunidad de hacerlas y de expresar sus preocupaciones y ofrecer sugerencias en esas reuniones de consejo.
En esta época tan peligrosa, necesitamos el esfuerzo colectivo de los oficiales de la Iglesia, hombres y mujeres, ya que es necesario una atención absoluta de parte de todas las personas a las cuales se les ha confiado la labor de velar por el reino. Cada uno de nosotros tiene grandes responsabilidades individuales; sin embargo, es igualmente importante la responsabilidad que compartimos con otros de reunirnos en consejo en un esfuerzo unificado para resolver los problemas y bendecir a todos los miembros de la Iglesia. Cuando hacemos un esfuerzo colectivo, creamos sinergia espiritual, o sea, un incremento en la eficacia como resultado de la cooperación, cuyo resultado es mucho más grande que la suma de sus partes.
El antiguo moralista y fabulista griego Esopo, con el fin de ilustrar la fortaleza del sistema de colaboración, mostró una vara y pidió de entre sus escuchas a un voluntario que pensara que podía romperla; claro está que el voluntario pudo quebrar la vara con mucha facilidad.
Pero después, Esopo fue agregando más varas a la primera, hasta que al voluntario le fue imposible quebrarla todas juntas. La moraleja de la demostración es muy simple: Juntos podemos generar cooperación, lo que nos hace mucho más fuertes que cuando actuamos solos.
La intención de Dios no fue nunca que Sus hijos estuvieran solos en esta vida. Los hijos tienen padres y los padres tienen la Iglesia, con las Escrituras, los profetas y los Apóstoles, y al Espíritu Santo para ayudarles a comprender apropiadamente los principios y obrar de acuerdo con ellos en el cumplimiento de las responsabilidades de la paternidad.
El apóstol Pablo enseñó que el Salvador organizó la Iglesia completa, con Apóstoles, profetas y otros oficiales y maestros, “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe” (Efesios 4:12-13).
Pablo comparó a los miembros de la Iglesia y sus diferentes responsabilidades con el cuerpo:
“Pues tampoco el cuerpo es un sólo miembro, sino muchos…
“Pero ahora Dios ha colocado los miembros, cada uno de ellos, en el cuerpo, como el quiso…
“Pero ahora hay muchos miembros, aunque uno solo es el cuerpo.
“Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros…
“De manera que, si un miembro padece, todos los miembros padecen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Corintios 12:14, 18, 20-21, 26).
Las Escrituras explican claramente que aun cuando nuestros respectivos cargos puedan ser diferentes y cambiar de tanto en tanto, todos los llamamientos son importantes para el funcionamiento de la Iglesia. Necesitamos que los cuórumes del sacerdocio se afiancen y cumplan su autorizada mayordomía de origen divino, de la misma forma que necesitamos que la Sociedad de Socorro, la Primaria, las Mujeres Jóvenes, la Escuela Dominical y los comités de actividades lleven a cabo sus funciones esenciales. Y es indispensable que los oficiales de todas esas organizaciones inspiradas trabajen juntos, ayudándose mutuamente cuando sea necesario para el beneficio individual y de la familia. Esta no es una obra del hombre, ni de la mujer, es una obra absolutamente de Dios, la cual se centra en la expiación de nuestro Señor Jesucristo. Tengo algunas sugerencias específicas que, si se siguen, creo que nos ayudarán a cumplir más eficazmente con nuestras familias y nuestros llamamientos en la Iglesia.
Primero, concentrarse en los principios fundamentales
No hay duda de que durante esta conferencia se nos ha enseñado acerca de los principios fundamentales. Quienes enseñan deben asegurarse de que la doctrina permanezca pura y de que se enseñe; deben enseñar por medio del Espíritu, utilizando las Escrituras y los cursos aprobados; no deben traer a colación ni insistir en tratar temas de especulación o discutibles. Es preciso que estudien las enseñanzas de esta conferencia durante las noches de hogar y en las conversaciones familiares, pues fortalecerán su hogar. En un mundo plagado de pecado, conflictos y confusión, podemos encontrar paz y seguridad al obtener conocimiento y vivir las verdades reveladas del evangelio.
Segundo, concentrarse en la gente.
La coordinación y el planeamiento tienen su razón de ser, pero muchas reuniones de consejo comienzan y terminan allí. En lugar de repetir una letanía de planes e informes de organización, deben pasar la mayoría del tiempo en reuniones de consejo repasando las necesidades individuales de los miembros. Al hacerlo, es preciso recordar que el carácter confidencial de todo lo que se trate es fundamental. Los miembros del consejo deben mantener en estricta confidencia todos los asuntos que se hablen en las reuniones.
Tercero, promover una expresión de opiniones libre y abierta.
Esa actitud es esencial si deseamos alcanzar el propósito de los consejos. Los líderes y los padres deben establecer un clima que conduzca a la franqueza, donde toda persona sea importante y toda opinión sea valiosa. El Señor nos amonestó, diciendo: “Hable uno a la vez y escuchen todos lo que él dijere, para que cuando todos hayan hablado, todos sean edificados…” (DyC 88:122). Los líderes deben proporcionar un tiempo adecuado para realizar las reuniones de consejo y recordar que los consejos son para que los líderes escuchen por lo menos en la misma medida que hablan.
Cuarto, recordar que la participación es un privilegio.
Con ese privilegio viene aparejada una responsabilidad: la responsabilidad de trabajar dentro de los límites de la organización, de estar preparados, de dialogar, de defender enérgicamente la posición que ustedes consideren correcta. Pero es igualmente importante la responsabilidad de apoyar y respaldar la decisión final del líder del consejo, aun cuando no estén totalmente de acuerdo con él.
Cuando el líder de un consejo llega a una decisión, los miembros del consejo deben apoyarla de todo corazón.
El presidente David O. McKay contaba acerca de una reunión del Consejo de los Doce Apóstoles en la cual se estaba tratando un asunto de grave importancia. El y los demás Apóstoles estaban firmemente convencidos acerca de cierto curso de acción que se debía tomar y estaban preparados para expresar lo que pensaban en una reunión con la Primera Presidencia. Pero, para su sorpresa, el presidente Joseph F. Smith no les pidió su opinión sobre el asunto, como era su costumbre. Lo que hizo fue levantarse y decir: ‘Esto es lo que el Señor desea’. “A pesar de que no estaba en completa armonía con lo que él había decidido…”, escribió el presidente McKay, “el Presidente de los Doce fue el primero en ponerse de pie y decir: ‘Hermanos, propongo que ésa sea la opinión y la decisión de este consejo’.“‘Apoyo la moción’, dijo otro, y el voto fue unánime. No pasaron ni seis meses para que se demostrara la sabiduría de aquel líder” (Gospel Ideal, SLC: Improvement Era, 1953, pág. 264).
Cuando el líder de un consejo llega a una decisión, los miembros del consejo deben apoyarla de todo corazón.
Quinto, dirigir con amor.
Jesús enseñó que el primero y más grande mandamiento de la ley es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente… el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37, 39). Los líderes del sacerdocio deben dirigir con “persuación… longanimidad… benignidad, mansedumbre… amor sincero… bondad y… conocimiento puro…” (DyC 121:41-42). Esos son los principios que deben guiar nuestras relaciones de prójimos en la Iglesia de Jesucristo.
Los que posean el sacerdocio no deben olvidar nunca que no tienen el derecho de ejercer la autoridad del sacerdocio como un garrote sobre las cabezas de los demás, ya sea dentro del seno familiar o en los llamamientos de la Iglesia.
El sacerdocio es para prestar servicio, no para exigir servidumbre; es compasión, no coacción; es cuidado, no control.
El Señor le dijo a José Smith que “cuando intentamos encubrir nuestros pecados, o satisfacer nuestro orgullo, nuestra vana ambición, o ejercer mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, en cualquier grado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido, y cuando se aparta, se acabó el sacerdocio o autoridad de tal hombre” (DyC 121:37).
En otras palabras, cualquier hombre que diga que tiene poderes especiales del cielo con propósitos personales y egoístas y trate de ejercer el sacerdocio de una forma inicua dentro de la Iglesia o en su casa, sencillamente no comprende esa autoridad. El sacerdocio es para prestar servicio, no para exigir servidumbre; es compasión, no coacción; es cuidado, no control. Quienes piensen de otra forma están actuando fuera de los límites de la autoridad del sacerdocio.
Felizmente, la mayoría de los padres y oficiales del sacerdocio guían con amor, de la misma forma que lo hacen la mayoría de nuestras madres y nuestros líderes de las organizaciones auxiliares. El liderazgo basado en el amor genera un poder increíble; es real y da resultados duraderos en la vida de los hijos de nuestro Padre.
Que el Señor los bendiga, mis hermanos, para que encuentren acuerdos inspirados y unidad al reunirse juntos en los consejos, en el servicio que se prestan el uno al otro. Sólo si lo hacen, pueden la Iglesia y nuestras familias comenzar a acercarse a la plenitud de su potencial de hacer el bien entre los hijos de Dios sobre la tierra.
Sé que Dios vive y que Jesús es el Cristo. Sé que podemos llevar a cabo mejor Su obra por medio de la unidad y el amor al sentarnos en los consejos unos a otros.
El liderazgo basado en el amor genera un poder increíble
Mensaje dado en la Conferencia General de octubre de 1993 y publicado en la Liahona de enero de 1994
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