Irresponsabilidad: Excusas, inacción y fracaso
El término está descripto por la Real Academia de la lengua española como “falta de responsabilidad” y está unido a los sinónimos “imprudencia, informalidad, insensatez, insolvencia e incompetencia”.
Una de las características más notables de quién padece esta “afección del ánimo” es que generalmente no se hace cargo de su situación ya que siempre transfiere su problema hacia otro lado, viéndose a sí mismo como una especie de víctima de las circunstancias o buscando la oportunidad de aprovecharse de otros.
La persona encuadrada en esta descripción se llama irresponsable, y es descrita como “quién actúa sin medir las consecuencias” en cuanto a sus actos y a las situaciones que éstos generan. Así llenan de excusas su hacer diario escudándose en ellas al justificarse y desentenderse de las consecuencias por no cumplir, total o parcialmente, los compromisos adquiridos.
La excusa más común escuchada en mi experiencia de vida pasa por el transporte que siempre falla cuando él o ella lo necesita, sin tener en cuenta, por ejemplo, la falta de previsión de levantarse más temprano. Y así se escucha: “Yo me levanto con el tiempo justo; si después hay problemas con el viaje no es mi tema”. A mi entender eso no los excusa ni el clima extremo de calor o frío, las vida familiar, el cansancio, etc.., como si quienes están en las antípodas de esa actitud no tuvieran los mismos problemas.
Todas estas cosas, conducen al irresponsable a un mayor o menor grado de inacción frente a los compromisos, lo cual tiene consecuencias directas en el entorno dentro del que se mueve, ya que implica que otros se hagan cargo de lo que él no ha hecho, resultando no solo en una falta de compañerismo -estudiantil, laboral o societario- sino que en la reiteración de las circunstancias, se verifica la certeza de la frase “mejor es ser digno de confianza que ser amado…”. La irresponsabilidad implica la pérdida de la credibilidad -ya que llega a ser “vox populi” que con fulano o fulana no se puede contar- y también que otros lleguen a considerar la actitud como una falta de respeto con el consiguiente deterioro de las relaciones humanas.
Otro problema que esto acarrea es la pérdida de tiempo y de oportunidades en el desarrollo personal, porque en el estudio, el trabajo o en las relaciones no solo se valora la destreza y el conocimiento sino la responsabilidad con que se cumplen las asignaciones. Y cuando la falta de compromiso es reiterada se pierde el año de estudios, el trabajo, poniendo en riesgo al entorno familiar, los ascensos o las amistades.
Algunos de los sinónimos asociados el término “irresponsable” son “irreflexivo, insensato, imprudente e inconsciente”, y en todos los casos indican un camino en declive que en el futuro solo deparará el fracaso y la pérdida de expectativas.
Si bien la descripción tipo “wikipedia” que antecede tiene la intensión de ser aplicada, en general, a todo ámbito en el que estemos involucrados, la realidad es que no se me escapa la necesidad de enfocarla específicamente a los convenios que hemos realizado, que abarcan el aspecto más importante de nuestras expectativas eternas.
¿Qué se espera de quienes han tomado sobre sí el nombre de Cristo?: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Si bien ese es un grado de perfección que difícilmente alcanzaremos durante nuestra existencia terrenal, es aquí donde comienza el camino dentro del cual no tiene cabida ninguno de los términos mencionados. Por el contrario, esa “perfección” implica ser cabales en lo que hacemos, sea en nuestro hogar, durante los momentos de esparcimiento, en el trabajo o la iglesia: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Pero tenga la paciencia su obra perfecta, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Santiago 1:2-4)
Uno de los asuntos de más difícil comprensión para muchos miembros, es que al haber hecho convenios hemos cedido nuestro albedrío en relación a ellos, y que ya no es cuestión de pensar qué voy a hacer al respecto, sino hacer lo que el Señor espera de mi, porque ese es el compromiso asumido con Él, frente a quién la actitud descrita arriba no es aceptable. Esto me recuerda la frase de un niño de primaria: “no quiero, pero lo tengo que hacer”, muy similar en sentido a las palabras del Señor “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.”
Ciertamente que pasamos cada día por problemas de todo tipo que nos desalientan y son una piedra en el zapato. Y tan cierto como eso es que a veces es muy difícil sostener el paso en medio del huracán de la vida. Pero tengo la convicción que solo se nos reprochará el habernos escudado en dichos problemas para justificarnos por no haber hecho lo que sabemos que es correcto.
Las personas pueden ser engañadas, y de hecho muchas veces lo son, por otros o por sí mismas. Pero una manera de saber claramente cual es nuestra realidad, más allá de las excusas, es recordar constantemente que los registros con los que seremos juzgados no son los que de nosotros lleve un obispo, o una presidencia o un maestro, sino los que escribimos en el corazón de nuestras actitudes; ese “reflejo” de quienes somos y de quienes podemos llegar a ser se nos presenta como un punto de referencia, la oportunidad de iniciar un sendero que nos lleve a decidir darnos menos excusas, ser, mediante nuestro esfuerzo, más activos y estar menos expuestos al fracaso de decir, cuando ya no haya remedio, “si tan solo hubiera…”
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