La espera en la estación de tren
La espera en la estación de tren da los tiempos para suponer sobre las vidas de aquellos que poco a poco van llenando el escenario del andén.
Bajo el cálido sol de otoño que acaricia mi rostro, me encuentro en la estación de trenes, aguardando pacientemente la hora de partida. Al principio, estoy en soledad, pero gradualmente el escenario se transforma. Una multitud diversa converge con destinos variados y expresiones que narran historias propias. Hay miradas perdidas que buscan respuestas, sonrisas que transmiten calma y preocupaciones palpables que revelan anhelos compartidos.
En medio de esta espera colectiva, una revelación me embarga: todos, sin distinción, estamos aquí por una acción común: esperar. Aunque nuestros caminos se bifurquen al subir al tren, compartimos el anhelo de que este llegue puntual y nos conduzca a nuestro destino, en el tiempo justo para nuestras vidas.
Durante este compás de espera, comienzo a tejer suposiciones acerca de quienes me rodean. Observo vestimentas deportivas y asumo una vida dedicada al ejercicio, aunque pronto considero que tal vez sea solo un atuendo cómodo para el viaje. Las mujeres con niños despiertan en mí la suposición de maternidad, aunque podrían ser guardianas amorosas en otros roles igualmente valiosos.
Mis pensamientos me llevan a reflexionar: ¿Cuántas veces, en la vida, tejemos historias sin preguntar, aun de personas que son de nuestro entorno más cercano? ¿Por qué elegimos suponer en lugar de explorar la verdad con una simple pregunta? La suposición, esa compañera silenciosa de nuestros días, revela nuestra inclinación natural a llenar vacíos con hipótesis y expectativas. Si bien es imprescindible para el avance científico y tecnológico, también puede distanciarnos al crear narrativas paralelas y malos entendidos.
Con frecuencia decidimos vivir entre supuestos que distorsionan la realidad, y olvidamos disfrutar el viaje que ofrece una buena comunicación. Un jefe que habla en voz baja podría estar gestando proyectos confidenciales, y no murmurando en contra nuestra. Un amigo que no responde quizás está inmerso en otros quehaceres y no enojado. Un vecino que no saluda puede ser simplemente tímido, distraído o ajeno a nuestra presencia.
Nuestras mentes, prodigiosas fábricas de narrativas, tienen el poder de crear historias que nutren nuestros temores internos e inseguridades. Las suposiciones llenan huecos con certezas falsas, construyendo realidades que parecen tangibles, pero están moldeadas por experiencias, miedos y emociones momentáneas.
Somos relatos en evolución, con un pasado que moldeó nuestras suposiciones y un futuro que moldeamos con nuestras elecciones. Las suposiciones, derivadas de experiencias previas, nos guían en la interpretación del presente y la anticipación del porvenir.
En síntesis, las suposiciones, el esperar y el tiempo entrelazan su esencia. Las suposiciones, fruto de nuestras vivencias y anhelos, nos ayudan a esbozar realidades futuras y a comprender el presente. El esperar, con su carga de expectativas y emociones, nos proyecta hacia lo que aún no es, mientras el tiempo, ese flujo continuo de vivencias, moldea nuestra percepción del ser y el devenir.
Interesante, ¿no? Vivimos de suposiciones y no nos detenemos a indagar; simplemente damos por hecho para completar esa parte que nos falta, que está ausente en nuestro panorama. ¿Por qué nos es tan fácil suponer, deducir, en lugar de ir al punto y conocer la verdad tal y como es? Ir al punto, nos ahorraría, tiempo, energía, problemas, frustraciones, malos momentos, y varios sentimientos más.
Y al hablar tanto de suposiciones, de la espera y del tiempo… me di cuenta que llegué a destino más rápido de lo que imaginé. ¡Hasta la próxima!
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