Una de las reuniones más solemnes y sagradas de la Iglesia es el funeral de un miembro que se ha ido.
Por el elder Boyd K. Packer en conferencia general de octubre de 1988
Un vecino me contó una vez que hace muchos años, en la época en que él era misionero, iba con su compañero un día por la cresta de una montaña cuando vieron a un grupo de gente reunida cerca de una cabaña que había en la falda del cerro. Los vecinos se habían reunido para un funeral; un niñito se había ahogado y sus padres mandaron buscar a un predicador para que hablara. El ministro, que recorría a caballo la región, raramente visitaba a aquellas familias aisladas. Pero, si surgían problemas, ellos lo mandaban buscar. Iban a enterrar al pequeño en una tumba que habían abierto cerca de la cabana. Los élderes se quedaron detrás de todos, mientras el ministro se aprestaba a comenzar su sermón para los dolientes.
Si los padres esperaban recibir algún consuelo de aquel religioso, les aguardaba una ingrata sorpresa. El los reprendió porque el niño no había sido bautizado, y les dijo crudamente que su hijito estaba perdido en un tormento sin fin y que ellos tenían la culpa.
Una vez que cubrieron la tumba y después que los vecinos se fueron, los élderes se acercaron a los apesadumbrados padres. “Somos siervos del Señor”, le dijeron a la madre, que sollozaba, “y tenemos un mensaje para ustedes”.
Mientras los afligidos esposos escuchaban, los élderes les explicaron el plan de redención citando esto del Libro de Mormón: “Los niños pequeños no necesitan el arrepentimiento, ni tampoco el bautismo” (Moroni 8:11). Y después les expresaron su testimonio de la restauración del evangelio.
Me inspira lástima aquel predicador ambulante, porque hizo lo mejor que pudo con la luz y el conocimiento que poseía. Pero hay mucho más de lo que él tenía para dar. ¡Cuán grande es el consuelo que nos da la verdad en tiempos de pesar!
Puesto que la muerte siempre nos acompaña, el conocimiento de lo esencial que es ese paso en el plan de salvación es de un valor inmenso y práctico. Cada uno de nosotros debe saber cómo y por qué tuvo su origen.
La muerte vino al mundo en el momento de la Caída. Me resulta más fácil comprender esa palabra, Caída, en las Escrituras si la relaciono tanto con un lugar como con una condición. Caer quiere decir descender a un lugar más bajo.
La caída del hombre fue un cambio de la presencia de Dios a la vida mortal en la tierra. Tuvo, que sufrir ese cambio a un lugar más bajo como consecuencia de haber desobedecido una ley.
Caída también puede describir un cambio en la condición. Por ejemplo, la fama o la prominencia de una persona puede caer. Esta palabra describe lo que pasó cuando Adán y Eva fueron expulsados del Jardín; sus cuerpos sufrieron una transformación.
Los cuerpos de carne y huesos se convirtieron en cuerpos temporales. Temporal es lo mismo que temporario. Las Escrituras dicen: “Porque la vida de toda carne, es su sangre…” (Levítico 17:14; véase también Deuteronomio 12:23; Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 241,456.)
El presidente Kimball explicó lo siguiente: “La sangre, el elemento que da vida a nuestro cuerpo, reemplazó a la substancia más refinada que circulaba por los cuerpos de ellos hasta ese momento. Así, ellos y nosotros nos volvimos mortales, sujetos a la enfermedad, el dolor, e incluso la desintegración física a la que llamamos muerte” (Ensign, sept. 1978, págs. 5-6).
Después del cambio de la Caída, los cuerpos de carne y huesos con sangre (al contrario de nuestro cuerpo espiritual) no podían perdurar. La sangre trajo consigo un límite para la vida; fue como si se hubiera puesto un reloj y se hubiera marcado una hora. A partir de entonces, todo se movió inexorablemente hacia la muerte. Repito, temporal quiere decir temporario.
La muerte es la realidad de la vida. Cuando se presentan ciertas condiciones debido a la edad, una enfermedad o un accidente, el espíritu se separa del cuerpo. La muerte puede ser trágica cuando el que muere es alguien de quien depende la felicidad de otras personas, pues muchos mueren demasiado jóvenes. Otras veces es lenta en llegar a quien la espera ansioso por reunirse con los seres queridos que se han ido antes. Algunos pasan dulcemente del sueño a la otra vida, mientras que otros tienen que soportar un largo sufrimiento. También sabemos que la muerte puede ser terrible y violenta.
Amenazar con quitar la vida, o quitarla, es ofender a Dios porque El “lo ha prohibido. . . desde el principio del hombre” (Éter 8:19).
Tengo la convicción de que en el mundo espiritual, antes del nacimiento, esperamos ansiosos el momento de entrar en la vida mortal. También creo que estábamos dispuestos a aceptar cualquier condición que se nos presentara en esta vida; quizás supiéramos que la naturaleza impondría límites a la mente, el cuerpo y la vida misma. Estoy seguro de que, de todos modos, esperamos ansiosamente nuestro turno.
Los funerales
Una de las reuniones más solemnes y sagradas de la Iglesia es el funeral de un miembro que se ha ido. Es un momento de demostraciones de cariño y apoyo, en que las familias se unen en un espíritu de tierno respeto los unos por los otros; es una ocasión de contemplar solemnemente las doctrinas del evangelio y los propósitos del ministerio del Señor Jesucristo.
A menos que esté prohibido por la ley, se nos aconseja sepultar a nuestros muertos. En la ordenanza del bautismo, así como en otras doctrinas de la Iglesia, hay importantes referencias simbólicas a la sepultura. En donde la ley exige otros métodos, la forma de disponer de los restos no anula el poder de la resurrección. A veces, por un accidente o por la guerra, se pierden los cuerpos. De todas maneras, es muy importante efectuar el funeral. Encontramos consuelo en las promesas de las Escrituras con respecto a la total restauración de cuerpo y espíritu.
Un funeral espiritual y confortante es de suma importancia pues ayuda a consolar a los dolientes y suaviza la transición del dolor inconsolable a la realidad de que la vida sigue y debemos continuar adelante. Ya sea que la muerte se espere o que ocurra repentinamente, un funeral inspirado, en el que se enseñen las doctrinas de la Resurrección, de la Mediación de Cristo y de la vida venidera, fortalece a los que deben seguir viviendo. Muchos que no asisten regularmente a la Iglesia van a un funeral; van con el espíritu humilde y receptivo. Qué triste es que se pierda la oportunidad de una conversión porque un funeral no sea lo que debe ser.
La razón por la que hablamos de los funerales
Hay razones para temer que estemos alejándonos del sagrado espíritu de reverencia que debe caracterizar a un funeral. Las Autoridades hemos hablado de esto en reuniones de consejo, y estamos preocupados. He leído lo que las revelaciones nos enseñan sobre la muerte y las instrucciones de las Autoridades Generales con respecto a los funerales.
Quisiera repasar algunos de los consejos, y espero que los obispos presten atención porque la responsabilidad de preparar y dirigir un funeral en la Iglesia descansa sobre el obispado.
Los funerales son reuniones de la Iglesia
Los funerales que se efectúan bajo la dirección del sacerdocio son reuniones de la Iglesia; se han comparado con una reunión sacramental. Citaré de un boletín del sacerdocio: “Se aconseja que, de ahora en adelante, todos los funerales que se efectúen bajo la dirección de los oficiales de la Iglesia sigan el modelo general de la reunión sacramental respecto a la música, los discursos y las oraciones. Se debe utilizar la música al principio del servicio, antes de la primera oración, y quizás también después de ésta, igual que se emplea en nuestras reuniones de los domingos. El final del funeral debe ser también según nuestra costumbre de tener un número musical inmediatamente antes de la última oración. Donde sea posible, se puede emplear un coro para el programa musical. Con respecto a los discursos, debe tenerse en cuenta que los servicios funerales proveen una excelente oportunidad de enseñar las doctrinas básicas de la Iglesia de una manera positiva… El seguir estas indicaciones hará que nuestros servicios estén de acuerdo con el modelo establecido y evitará costumbres que son muy comunes en otros medios.” (Priesthood Bulletin, abril de 1972.)
El obispo siempre debe demostrar cariñoso respeto por los familiares del que ha fallecido y, siempre que los deseos de éstos estén de acuerdo con las normas, debe tratar de complacerlos. A veces un familiar sugiere y hasta insiste en que se haga una innovación en el servicio funerario en consideración a la familia. El obispo puede acceder a la solicitud, dentro de lo razonable. Sin embargo, hay límites en lo que se puede hacer sin alterar la espiritualidad y menoscabar la dignidad del servicio. Además, debemos recordar que los presentes pueden pensar que esa innovación es norma común y emplearla en otros funerales; así, a menos que seamos prudentes, una innovación que se ha permitido una vez, en consideración a una familia en un funeral, puede contemplarse como norma aceptada para todos.
A veces el empresario fúnebre, con el deseo de servir a la familia y desconociendo las doctrinas y normas de la Iglesia, puede cambiar el servicio funerario. Los obispos deben recordar que cuando se efectúa un funeral bajo la dirección del sacerdocio, éste debe conformarse a las instrucciones que la Iglesia ha dado.
En estos asuntos, debemos considerar al obispo como autoridad presidente, y no a la familia o al empresario fúnebre.
En los últimos años se ha notado una tendencia a apartarse del modelo establecido para funerales. En algunos, se mantiene abierto el ataúd para que los miembros pasen a su lado a la conclusión de los servicios. Y, en el momento de cerrar el ataúd o de la dedicación de la tumba en el cementerio, en lugar de la sencilla oración familiar, se han agregado discursos y hasta números musicales. No me refiero a ciertos servicios especiales que a veces se efectúan en el cementerio en lugar de un funeral, sino a las alteraciones en la manera sencilla de llevarlo a cabo. Cuando los miembros de la familia u otras personas sugieran cambios que estén en notorio desacuerdo con lo establecido, el obispo debe persuadirlos con calma a seguir el modelo de costumbre. Este no es rígido, sino que tiene la flexibilidad necesaria para que todo funeral sea apropiado para la persona fallecida.
Discursos de los familiares
Parece que la gente esperara que los familiares más cercanos del muerto hablaran en un funeral. Aunque esto no es indebido, no debe considerarse un requisito. Generalmente, se pide a los miembros de la familia que ofrezcan la oración familiar y dediquen el sepulcro. Pero si hablan, y repito, no es un requisito en un funeral, tienen la misma obligación de hacerlo con reverencia y enseñar los principios del evangelio.
A veces, los familiares hablan de cosas que serían apropiadas en una reunión de familia o una ocasión festiva, pero no en una reunión solemne y sagrada. A pesar de no ser de mal gusto algún toque de buen humor, debe hacerse en forma muy prudente. Siempre se debe tener en cuenta que un funeral debe caracterizarse por su espiritualidad y reverencia.
Hay una declaración en las instrucciones que se refiere a otras reuniones, aparte del funeral mismo. La citaré:
“El obispo.. . debe procurar que los miembros mantengan un espíritu de reverencia, dignidad y solemnidad en los servicios relacionados con los funerales.” (Manual General de Instrucciones, octubre de 1985, sección 2, página 71*)
Lo anterior se debe tener en cuenta si se lleva a cabo un velorio, pero éste no es obligatorio.
Para los funerales, generalmente llegan familiares y amigos de otros lugares; existe la tendencia a saludarse con regocijo y, lamentablemente, a veces con mucho bullicio; algunos se quedan largo tiempo hablando con los deudos sin tener en cuenta que hay otros que esperan para saludarlos. Tanto la falta de reverencia como las demoras indican una carencia de cortesía que va en detrimento de la espiritualidad de la ocasión.
Las conversaciones entre amigos deben realizarse fuera de la sala donde se encuentran los dolientes. Es preciso que los líderes locales nos aconsejen cortésmente al respecto; por cierto que no queremos que se piense que somos una gente irrespetuosa.
Sea que el funeral se lleve a cabo en una capilla, una empresa fúnebre o en otro lugar, se debe establecer ese espíritu de reverencia. Debemos también tener respeto por los sentimientos de los dolientes.
En el momento de la muerte nos encontramos cerca, muy cerca, del mundo de los espíritus. Surgen sentimientos especiales, que son realmente comunicaciones espirituales y que pueden perderse si no existe allí un espíritu de reverencia.
En esos momentos de dolor y despedida se puede sentir esa “paz… que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7) y que las Escrituras prometen. Esta es una experiencia muy íntima. Muchas personas se maravillan de sentir esa paz, y hasta una exaltación espiritual, en un momento de tanto dolor e incertidumbre. Esta inspiración fortalece el testimonio y llegamos a saber, personal e íntimamente, lo que quiso decir el Señor con estas palabras: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18). or lo que sé de mi experiencia, el Consolador obra en momentos de reverencia, silencio y solemnidad. Sería muy triste que nuestra conducta fuera irrespetuosa cuando hay otras personas que desesperadamente procuran encontrar fortaleza espiritual. Las revelaciones nos dicen: “Viviréis juntos en amor, al grado de que lloraréis por los que mueran, y más particularmente por aquellos que no tengan la esperanza de una resurrección gloriosa.” (DyC 42:45.)
Un funeral puede ser triste y feliz cuando la muerte ha venido como un alivio bienhechor. Con todo, son reuniones sagradas y deben caracterizarse por la solemnidad y la reverencia.
El hijo de Alma creía que la muerte era injusta. Pero en su extraordinario discurso sobre el arrepentimiento, el profeta Alma le enseñó a su hijo sobre la muerte, diciendo: “Y he aquí, no era prudente que el hombre fuese rescatado de esta muerte temporal, porque esto destruiría el gran plan de felicidad.” (Alma 42:8.)
Alma no dijo que el dejar de lado la muerte demoraría o alteraría el plan de felicidad, sino que dijo que lo destruiría.
En la vida terrenal, las palabras muerte y felicidad no van juntas, pero en el sentido eterno que tienen son esenciales una para la otra. La muerte es una forma de rescate. Nuestros primeros padres fueron expulsados del Edén para que no comieran del árbol de la vida y vivieran para siempre en sus pecados. La muerte que ellos acarrearon sobre sí y sobre nosotros es nuestra jornada de regreso al hogar.
Hay tres elementos que se combinan en un funeral como no sucede en ninguna otra reunión: la doctrina del evangelio, el espíritu de inspiración y las familias reunidas con sentimientos de amor y consideración los unos por los otros.
Que podamos reintegrar la actitud de reverencia cada vez que nos reunamos para honrar la memoria del que ha pasado a través del velo al lugar donde todos iremos algún día. En esa separación no hay ningún consuelo que se compare con “la paz que sobrepasa todo entendimiento”. Y la reverencia es lo que fomenta esa paz. Que tengamos reverencia, hermanos y hermanas, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
Notas:
* Actualmente en Manual Gral. de Instrucciones sección 29.5
Mensaje dado en la Conferencia General de octubre de 1988
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