Reflexiones después de la adversidad
Durante esos días sentí que estaba frente a una nueva oportunidad para demostrar que era capaz de hacer aquellas cosas que Él me mandare.
Al mes de haber regresado de servir en el Templo de Bogotá, Colombia, y tratando de reiniciar nuestra vida cotidiana, un domingo por la mañana de junio de 2016 me desperté con un fuerte dolor de oído. Los calmantes no hicieron ningún efecto y permanecí así, muy dolorido, durante el resto del día. Por la noche me acosté tiritando de frío y de ahí no recuerdo nada más.
Cuando desperté, me encontraba internado en la sala de cuidados intensivos de un hospital de la ciudad de Córdoba, con un cuadro de meningitis. Según me contaron mi esposa, hijas, yerno y nieto, al llevarme al hospital estaba duro, como muerto; los pronósticos de los médicos eran reservados y no daban mucha información.
El excelente, diligente y profesional trabajo de especialistas en infecciones determinó que tipo de bacteria era la que me estaba afectando y qué antibiótico era el más adecuado para combatirla. No obstante, la incertidumbre en cuanto a mi recuperación era incierto y dependía enteramente de cómo mi organismo reaccionaría al tratamiento. Todos entendimos la complicación y que habría varias semanas de internación.
Luego de una bendición del sacerdocio efectuada por un siervo de Dios, el Señor extendió su poderosa mano sobre mi maltrecha persona y ejerció Su omnipotente poder. Mi recuperación asombró a los médicos, los tiempos de internación hospitalaria fueron muy inferiores a los pronosticados y, al cabo de pocos días, recibí el alta médica.
Durante esos días de incertidumbre medité, reflexioné y sentí que si se me permitía continuar mi vida terrenal, era una nueva oportunidad de ser probado, para demostrar que era capaz de hacer aquellas cosas que Él me mandare. Aprendí en mi lecho de enfermo que el Señor va más allá de lo cotidiano y lo superficial. Él desea que nos consagremos y que nuestro compromiso sea total. Todavía tenía muchas cosas para mejorar en mi vida, para dar de mi tiempo y talentos.
Hoy, a casi un año de aquel casi trágico hecho, me encuentro sobre este mundo sirviendo al Señor, con el compromiso personal de hacer lo mejor que esté en mí, como una pequeña manera de retribuirle las muchas y ricas bendiciones de Sus tiernas misericordias.
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