Constantemente debemos recordarnos a nosotros mismos que el asunto principal de la vida es lograr el éxito y las Escrituras nos lo recuerdan
Nuestras escrituras nos sirven de diferentes maneras. Son importantes por motivo de la doctrina e inspiración que contienen, pero también nos sirven como una especie de “libro de instrucciones” para lograr el éxito. Es decir, nos ayudan a funcionar más eficazmente en nuestros varios llamamientos y responsabilidades. Las Escrituras no sólo nos dicen muchas cosas, sino también nos enseñan cómo efectuarlas con mayor eficacia.
El éxito en los asuntos de la Iglesia, igual que el éxito en otros asuntos, se compone de varias cosas, entre ellas, el conocimiento, la actitud, habilidades, hábitos y rasgos de carácter. Podemos desarrollar éstos con mayor rapidez y beneficio cuando se nos orienta debidamente sobre la manera de proceder.
Cuando verdaderamente fijamos nuestra atención en ideas significantes, éstas tienden a reanimarse en nuestras manos e influyen en lo que efectuamos con una fuerza que anteriormente no tenían. Este fenómeno de fuerza ocasiona la pregunta: “¿Qué es esa ley extraña de la mente que causa que una idea, por mucho tiempo descuidada y hollada como piedra inservible, repentinamente brille con nueva luz y se convierta en un diamante refulgente?”
La cuarta sección de Doctrina y Convenios es una de estas significativas “fórmulas de éxito” que posee una fuerza grande para producir resultados, si se entiende y se obedece debidamente. La sección cuatro se compone de siete párrafos o frases, con un total de ciento cincuenta y un palabras. Uno tarda aproximadamente cuarenta y cinco segundos en leerla. Pero contiene una fuerza inmensamente grande en proporción a su tamaño.
Tomemos cada una de estos siete importantes versículos, uno por uno, y veamos qué podemos sacar de ellos para aumentar la eficacia de nuestra obra en el Iglesia.
El primer versículo dice:
1.- “He aquí, una obra maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres.”
Hay peligro de que idea parezca ser tan evidente de por sí y, por consiguiente, algo muy común para nosotros que nos hemos familiarizado íntimamente con la restauración del evangelio. No obstante, en esta gran declaración se encuentra el fundamento mismo de todo el éxito.
El primer principio del evangelio es “fe”, y el primer requerimiento de todo éxito es la fe. Uno tiene que estar convertido antes que pueda efectuar algo que verdaderamente valga la pena. ¿Entendemos verdaderamente el significado del hecho de que el evangelio está otra vez en la tierra, con el poder de llevar a cabo la exaltación de la familia humana?
Cuando este hecho quede firmemente establecido en nuestra mente, nuestro corazón y nuestra vida, todo logro rehace fácil. No sólo debemos sentir y entender la tremenda importancia de las “obras”, sino también hemos de sentir y entender la igualmente tremenda importancia del “obrero”. Algunas veces la gente no puede distinguir entre los dos, y juzgan la importancia de la obra por la clase de vida de los que la están llevando a cabo. Algunas veces se ha dicho que la única Biblia que otras personas leen es la Biblia de nuestras vidas.
Esta primera oración de la sección cuatro encierra otra consecuencia significativa en el sentido de que podemos participar en esta obra maravillosa al grado que queramos. Podemos alcanzar la bendición que deseamos si estamos dispuestos a vivir por ella.
Sin embargo, muchos de nosotros fracasamos en alcanzar nuestras posibilidades máximas, simplemente porque no entendemos verdaderamente la trascendental importancia de esta “obra maravillosa”. Esta es la mayor y última de todas las dispensaciones del evangelio. Las otras dispensaciones han sido destruidas por la apostasía. Pero nosotros hemos sido reservados para tomar parte en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, la dispensación que preparará el camino para la gloriosa segunda venida del Señor. ¿Nos viene al pensamiento otra cosa del mundo que sea más emocionante que esta idea? ¡Cuán vigorosamente deberíamos estar desempeñando nuestra parte en esta obra maravillosa con una correspondientemente maravillosa habilidad y devoción!
El segundo versículo dice:
2.- “ Por tanto, oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza, para que aparezcáis sin culpa ante Dios en el último día.”
Cuando iniciamos una empresa tan importante como la obra de Dios, tanto nuestro Padre Celestial como nosotros mismos debemos tener la seguridad de que nos esforzaremos con toda el alma. Debemos determinar, de una vez por todas, que nuestro servicio será entusiasta, vigoroso, continuo y de la mejor calidad. El éxito no se compone de una devoción fragmentaria ni de un mínimo empeño. El éxito no viene fácilmente al que queda incapacitado por cualquier desánimo o problema pequeño; ni tampoco lo logra aquel que tiene una proporción grande de irresponsabilidad personal.
Igual que la primera oración, ésta también encierra una de las grandes llaves del éxito en cualquier empresa: la habilidad de coordinar todas nuestras facultades en un esfuerzo cooperativo. Esto significa un esfuerzo unido por parte del corazón, la mente y la fuerza física. Servir a Dios con todo nuestro corazón significa que nuestra devoción debe concentrarse y enfocarse sobre este objeto particular.
Servirlo con toda nuestra alma es emplear hasta lo último nuestra determinación y fuerza de voluntad. No significa andar por el camino fácil de la irresolución y la morosidad. Servirlo con toda nuestra mente exige una actitud mental fuerte y positiva. Significa estudio, meditación y decisiones firmes y positivas concernientes a cada uno de los problemas en cuestión. Servirlo con toda nuestra fuerza requiere actividad física vigorosa, persistente y continua.
Mediante este procedimiento de consolidación y acción unida, uno puede concentrar todos los elementos de la eficacia personal en un esfuerzo unido y potente. De esta manera logramos una meta para nuestro propósito. Nuestro esfuerzo llega a ser no sólo sumamente concentrado, sino acertadamente orientado. Hablando psicológicamente, tal persona se compone de una sola unidad, más bien que de un atado de impulsos contendientes y desorientados, sostenidos por el no muy apretado nudo de las circunstancias. La personalidad que se ha consolidado en la forma descrita es capaz de una eficiencia y realización máximas.
3.- “De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra;”
Difícilmente se puede imaginar un principio del éxito mayor que éste. Un deseo que consume es la calificación mayor para lograr cualquier éxito. Si nuestro deseo tiene la fuerza suficiente, está segura la realización. Pero si uno no quiere hacerlo, es imposible realizarlo.
El médico juzga la salud física por el apetito de la persona. Dios juzga nuestra devoción por nuestro ‘deseo’ de servir, y lo ha puesto como la calificación principal. Es fácil perder nuestro apetito por las cosas de Dios cuando nos falta el ‘deseo’. Deberíamos llenarnos de emoción con estas doce palabras: `Si tenéis deseos de servir a Dios sois llamados a la obra’. Esto constituye no solamente nuestra oportunidad; es también la prueba grande que cada uno de nosotros tiene que pasar. Tenemos que aprender a tener hambre y sed de justicia. Nuestro deseo mayor es aprender a querer servir a Dios. Debemos desear con mayor intensidad. El deseo es el padre de la iniciativa, la ingeniosidad, ambición y todas las otras virtudes. El deseo es esa cualidad que nos provoca a querer ‘hacer muchas cosas de nuestra propia y libre voluntad’. Todos los demás poderes son inferiores al ‘deseo’.
4.- “Pues he aquí, el campo blanco está ya para la siega; y he aquí, quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí, de modo que no perece, sino que trae salvación a su alma;
Esta es la oración o la frase de la oportunidad. Estamos viviendo en uno de los tiempos de siega más productivos del evangelio en la historia del mundo. No es una época de espigar o de falta reproducción; es la cosecha de grande abundancia.
Comparémosla con las otras dispensaciones. Noé trabajó ciento veinte años y sólo logró convertir a su propia familia. Aun la dispensación que Jesús estableció duró un tiempo relativamente corto, y no mucho después todos los apóstoles habían sido muertos o desterrados y se cumplió la profecía de Isaías: “Porque he aquí, que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad los pueblos…” (Isaías 60:2).
Más en nuestra época tenemos muchos ejemplos de misioneros que han traído a la Iglesia más personas en un solo mes que Noé en toda su vida. ¡Qué tiempo tan magnífico para estar viviendo! Pensemos en las oportunidades que tenemos de estar en el ‘campo’, en esta época de tan abundante cosecha. Dios nos ayude para que no nos falte fuerza.
5.- “Y fe, esperanza, caridad y amor, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, lo califican para la obra.”
Una de las calificaciones más esenciales para el éxito espiritual es tener puesta “nuestra mira en la gloria de Dios” Esto significa concentración, significa enfocar nuestra vista en un solo objeto. Cuando empezamos a ver “doble” o “triple”, nos confundimos, y el resultado natural es el conflicto y el fracaso. Las Escrituras dicen: “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.” (Santiago 1:8) “Ninguno puede servir a dos señores” (Mateo 6:24).
Es fácil servir a Dios si lo hacemos con propósito íntegro, todo el tiempo, en cualquier circunstancia. Cuando hacemos las cosas buenas parte del tiempo y las cosas malas la otra parte, es entonces que tropezamos con dificultades. Emerson dijo: “La virtud grande de la vida es la concentración.” No hay conflicto si somos constantes. Debemos llegar a un acuerdo en nuestras mentes sobre lo que es de valor y la dirección en que vamos a caminar, y entonces, concentrar todos nuestro esfuerzos a este fin. No podemos montar dos caballos en la misma carrera. Todos los que lo han intentado han descubierto que tarde o temprano los caballos corren por los lados opuestos del árbol. Pero siempre se puede confiar en que una sencillez de propósito devoto obrará un milagro de realizaciones.
6.- “Tened presente la fe, la virtud, el conocimiento, la templanza, la paciencia, la bondad fraternal, piedad, caridad, humildad, diligencia”.
Hay en la naturaleza aproximadamente cien elementos, incluso el hidrógeno, nitrógeno, carbón, oxígeno, hierro, etc. Estos son los materiales de construcción de la naturaleza. Con éstos, mediante las combinaciones y proporciones correctas, la naturaleza puede formar cualquiera de las cosas materiales del mundo. Alguien ha dicho que en la personalidad humana hay cincuenta y un elementos. Algunos de éstos son la bondad, fe, conocimiento, virtud, piedad, caridad, diligencia y todas las virtudes que el Señor nos insta a que tengamos presente. Cuando éstas se hallan en la personalidad humana, en la correcta proporción y combinación, el resultado es lo que alguien ha llamado “un espléndido ser humano”. La obra maestra de la creación, y a la vez la fuerza más grande del mundo, es un hijo de Dios en su estado perfecto.
7.- “Pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá. Amén”.
Así, con esa facilidad podemos recibir todas nuestras bendiciones. Todo lo que necesitamos hacer es tomarlas. Todos los beneficios del evangelio son nuestros con tan sólo pedir, y la única condición es que los procuremos a tiempo. Desgraciadamente, por lo general no estimamos nuestras bendiciones hasta que las perdemos. Vamos a suponer que tuviésemos que comprar nuestras bendiciones a un precio que nosotros mismos gustosamente pagaríamos para recobrarlas una vez que estuviesen perdidas. ¿Cuál sería un precio justo por ‘el arrepentimiento’, si uno no pudiera arrepentirse? ¿Cuánto valdría el poder vivir para siempre en el reino celestial, si hubiésemos sido consignados a vivir en otro lugar? ¿Cuánto estaríamos dispuestos a pagar por volver a tener familias a tener a nuestras familias, si estuviesen perdidas eternamente? Procuremos establecer un precio justo por el sacerdocio, o el carácter piadoso, o el progreso eterno. ¿Qué valor le pondríamos a un cuerpo celestial, a una mente celestial, a una personalidad celestial, a la oportunidad de vivir para siempre en una tierra celestial con amigos y seres queridos celestiales?
Se han proveído para nosotros estas cosas y miles más. Y, ¿Cuánto nos cuestan? La manera de obtenerlas es sencillísima: “Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá”.
¡Qué oportunidad tan maravillosa! ¡Qué ideas tan trascendentales están comprendidas en cada una de estas siete oraciones breves! ¡Qué riqueza y poder espirituales pueden ser nuestros, si vivimos de acuerdo con sus preceptos!
Tratemos de imaginar la transformación que se efectuaría en nuestra eficacia personal, si tan solamente creyésemos y practicásemos estos cuarenta y cinco segundos de ideas sobre el éxito, que el Señor nos da en la sección cuatro de Doctrina y Convenios.
Constantemente debemos recordarnos a nosotros mismos que el asunto principal de la vida es lograr el éxito. No se nos ha puesto aquí para que desperdiciemos nuestras vidas en el fracaso. No podemos vivir en el estado mortal más que una vez, y esta vida es sumamente breve. Pero si somos estériles e improductivos en nuestra mayordomía terrenal, tendremos toda la eternidad para recordar y lamentarnos. La gran tragedia de mundo no es el destrozo que producen las guerras; es que los seres humanos, vosotros y yo, llevemos vidas tan lejos de nivel de nuestras posibilidades.
Por tanto, el Señor nos ha dado estas siete ideas esenciales para garantizar nuestro éxito. Debemos grabarlas en nuestras mentes y corazones y músculos, como si el Señor mismo las hubiese escrito para nuestro beneficio individual, y como Él escribió sobre la Liahona para guiar a Lehi en el desierto. La sección cuatro es la importante aguja que nos indica el camino. Si la seguimos, nos conducirá a una maravillosa actuación de nuestra parte en la obra del Señor.
Artículo publicado en la Liahona de mayo de 1958 - Por el élder Sterling W. Sill (1903 – 1994)
Los comentarios están cerrados.