Un punto entre el pasado y la eternidad
La vida de la mayoría de todos nosotros es una complicada amalgama de gozo y de pesar, de placer y de dolor, de lo bueno y de lo malo.
Nuestro Padre Celestial comprende plenamente las circunstancias que todos pasamos en la Tierra. Al haber permitido esas condiciones y al proporcionar el albedrío, la vida es como un laboratorio para el progreso humano.
Por otra parte, Él mismo debió pasar por todas las situaciones y los sentimientos por los que nosotros pasamos, porque, tal como enseñó el profeta José Smith: “Dios una vez fue como nosotros ahora” y “habitó sobre una tierra” (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 427-428).
Mirando el pasado, puedo ver a María y a Hipólito, mis padres, quienes tuvieron 4 hijos, siendo yo la mayor de las mujeres. Pero la alegría del hogar fue Ricardo, el más pequeño. De joven fue monaguillo en la iglesia católica y asistía a una escuela industrial, con un futuro prometedor. A mis padres les costaba mucho enviarlo a estudiar, pero valía la pena el sacrificio ya que se esforzaban mucho por salir adelante. Un día de julio de 1979, yendo a la escuela, un colectivo lo atropelló y murió de manera casi instantánea.
¡Qué tremendo dolor para la familia! Era un hijo para mí al que yo cuidaba, ya que mis padres trabajaban. Nunca olvidaré las lágrimas de Hipólito. Fue la primera vez que lo vi llorar. Luego, debido a que no podían pagar una funeraria, debimos velarlo en la casa donde nació.
Cuando entré al comedor, su cuerpo estaba sobre la mesa. No podía entender porque estaba tan frío. Tocaba sus manos y deseaba darle calor, lo besaba y no aceptaba lo que estaba pasando. Era la primera vez, a mis 17 años, que asistía a un funeral.
A pesar del tiempo, el dolor no sanaba; buscaba en el rostro de cada niño a Ricardo y me desesperaba. Entonces conocí la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y tuve la visión clara de que podría volver a verlo. ¡Qué gozo tan grande fue el que recibí! Me ocupé que se realizaran el bautismo vicario y las demás ordenanzas por él. Recuerdo haberlo visto en sueños con una hermosa sonrisa.
En 1999 falleció mi padre trágicamente al incendiarse la habitación donde él dormía. El impacto fue muy grande para mí, ya que era mi mejor ejemplo como trabajador, honesto y cariñoso. Un padre ejemplar.
En 2018 falleció mi madre, a los 84 años, víctima de un cáncer, y pude estar con ella hasta el final, abrazarla y darle un beso.
En medio de la tristeza por la pérdida temporal, sabía que ahora tenía la oportunidad de hacer mi parte para que nuestra familia fuese eterna y, sin dudarlo, comencé con los planes.
Este 8 de marzo de 2019, mi hija, quien vive en España, nos visitó y junto con mis otros hijos, sus familias y mi querida amiga Amelia, pudimos participar de las ordenanzas sagradas que nos unen como familias por la eternidad. Sentimos en nuestros corazones la felicidad de mis padres y mi hermano Ricardo; fue una sensación dulce y especial.
¡Había llegado el día por fin! Sentí que era el comienzo de una larga felicidad y con más entusiasmo continuaremos la investigación genealógica y sirviendo en la obra del templo. Nunca podremos olvidar lo que ese día vivimos personalmente y como familia en la Casa del Señor.
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