Navidad en familia
Tal vez reunir la familia en Navidad a veces nos haga suspirar, pero con muy poco podemos hacer que el brindis sea un momento especial
Al pensar en las fiestas navideñas muchas veces transformamos nuestro rostro en una mueca que va desde la alegría al desasosiego, pasando por la incertidumbre y la resignación, por lo que acompaña a las fiestas: la familia.
De acuerdo con la edad que tengamos o las circunstancias personales, el pensar en una reunión familiar nos hace sentir alegría o resignación por lo que se viene. Los chicos, además de tener en cuenta los regalos de Noche Buena, ven esta fecha como una verdadera fiesta en donde primos de todas partes juegan y especulan con la aparición de Papá Noel.
Cuando la adolescencia irrumpe abruptamente en la vida de una familia, estos se encargan de recordarnos que algunas tradiciones son un poco molestas y empiezan los cuestionamientos:
- “¿Por qué invitar a ese tío de papá, solterón, que cuenta siempre la misma historia de su Navidad haciendo el servicio militar?”
- “Si la tía de mamá siempre pierde los dientes con el turrón, ¿por qué insiste en comerlo?”
- “¿Quién tuvo la idea de invitar a la vecina de la otra cuadra que no para de hablar contando todas sus operaciones?
Cada familia tiene sus particularidades que la convierten en una familia única, y esas particularidades pueden cambiar con los años.
La pérdida del ser querido es difícil de soportar en las primeras navidades de la viuda. Ella quisiera desde lo más íntimo de su corazón que su compañero pudiera compartir la alegría de los hijos y la familia que crece.
Los cónyuges separados viven con una gran tristeza el tener que decidir en dónde pasaran los chicos las fiestas. No valen de nada los acuerdos porque siempre habrá un hueco en el alma, por la frustración de tener que exponer a sus hijos a esa situación.
El abuelo no logra mantener la alegría al pensar en ese hijo que no está cerca, que hace mucho decidió irse, y que deja un amargo sabor al reconocer que otra Navidad estará lejos del hogar. Desde que tengo memoria siempre escuché a mi abuela recitar unos versos después del brindis y decir “que tal vez, ésta sea la última navidad que paso con ustedes”, en medio de la emoción de recordar a los que ya no estaban. Si bien tratamos de disimular que a nosotros también eso nos afecta, es la actitud que tenemos lo que convierte la Navidad en una reunión diferente.
Son realidades que no podemos cambiar, que dependen de circunstancias propias de la vida o del albedrío de otras personas. Pero sí podemos cambiar nuestra postura, nuestro enfoque. No importa con quién nos reunamos.
Tampoco es muy importante la calidad de los regalos que nos ofrecemos. Sólo nuestra visión de la situación hará que cada año nos traiga un sentimiento renovado del espíritu navideño, en donde la gratitud debería ocupar un lugar prominente. La gratitud de reconocer que no hay dolor que el Salvador, nuestro Señor Jesucristo, no pueda calmar.
La joven madre sola, frente a sus hijos no va a dejar de sentir dolor en su corazón. Pero la certeza del nacimiento del Hijo de Dios da un enfoque diferente a esa separación temporal, que le permite seguir cuidando a su familia aquí en la tierra para no separarse nunca más en la eternidad.
Los padres separados pueden sentir que la frustración matrimonial tal vez sea una oportunidad para comenzar de nuevo. El Salvador que perdona y olvida, siempre nos tiende una mano para ayudarnos a volver a intentarlo.
Nunca se puede calmar el dolor del padre por el hijo ausente. El Redentor, en su misericordia, aún escucha sus oraciones y está listo para acudir en su rescate. El tener esa certeza, otorga otro brillo al recuerdo del nacimiento de Jesucristo.
La última Navidad de mi abuela ya pasó y si bien todos la escuchábamos, nuestros hijos reconocieron que se necesitaba a alguien para que diga los versos de la bisabuela este año. ¡Y pensar que creíamos que era un momento aburrido para ellos! No creo que lloremos su ausencia. Nos reiremos recitando sus poesías de la escuela, convirtiéndonos, sin darnos cuenta, en los transmisores de una tradición familiar.
Una actitud de gratitud hacia la familia que nos tocó y armamos como podemos, nos permite ver que nuestra familia es especial. Es única ( ¡por suerte!), pero es la nuestra. Es la familia que tiene una tía que nos llena de anécdotas de navidades de su infancia. Un abuelo que aún recuerda su navidad europea. Un tío que trae al presente la historia del vecino un poco tomado que como Papá Noel repartió los regalos tirándolos al aire.
Es la familia que tiene una suegra que siempre va a hablar de los platos ingleses que se usaban en su casa frente a los nuestros de melamina. Que tiene un pariente que no sabemos muy bien de quién es tío, que nunca trae nada, pero que felicita efusivamente con el vaso en alto, por la cena ofrecida.
Es la familia en donde los primos más grandes le hacen la vida imposible al “tío” Santa Claus ofreciéndole helado en medio de una enorme barba de algodón; en donde el cuñado distraído siempre “mete la pata” y pregunta a la que se separó: “¿Tu esposo está trabajando, hoy?”
Una familia que tiene una abuela que en el momento del brindis recordará la lista de parientes fallecidos, a muchos de los cuales no conocimos, y que cada vez es más larga, ya que incluye a los primos de los tíos de la cuñada de su suegra; que tiene una sobrina que come las 12 uvas a la media noche con un único deseo: encontrar la media naranja (u otra docena de uvas).
Una familia que tiene a la “familia del otro lado” a quién ve sólo en cumpleaños y con quienes habla siempre de lo mismo: el fútbol, los chicos que crecen, el clima, el precio de la comida.
Una familia como la de los demás, pero diferente. Reconocer nuestras particularidades y disfrutarlas no debería ser tan difícil. Cerrar un poco los ojos y los oídos puede ayudarnos a no estar tan pendientes de lo que dicen los demás. Abrir nuestro corazón y tomar las cosas con buen humor, aplacará cualquier entredicho. Tal vez nuestra tradición sea usar platos irrompibles en las fiestas, frente a los ingleses de la suegra. Pero cambiaremos el sentido de sus palabras si le pedimos que nos cuente cómo eran esas fiestas.
A veces los abuelos aprovechan que toda la familia se encuentra reunida para recordar a los que no están y esa es una forma de mantenerlos vivos en nuestros recuerdos y de reafirmar en nuestras mentes los relatos familiares. Los “personajes” que tiene cada familia se convierten en aquellos que le dan un toque especial al festejo. A la hora del turrón todos los chicos mirarán atentamente la dentadura de la tía, para saber si la tiene bien pegada!!
Somos afortunados de tener “algo así como una familia”: incompleta, torcida, extraña, enorme, pequeña, hermosa, desparramada en mil lugares, lejana, cariñosa, rearmada, nueva, de museo arqueológico, divina, única. Todavía tenemos o pertenecemos a una familia, la que deseamos que también esté ligada a nosotros por la eternidad.
Cuando sean las doce y brindemos, seguro se derramarán algunas lágrimas, pero de nosotros dependerá su sabor. Elegir las de la gratitud, las volverá dulces!
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