El fluir del tiempo y nuestra vida cotidiana
El tiempo transcurre de una manera firme e inexorable y varía de una forma imaginaria y relativa, según la situación que estemos atravesando.
Viajando hacia la facultad, pensando mil cosas a la vez, me encontré de pronto con que el colectivo frenaba y tendría que descender. ¿Qué pasó?, ¡Parece que salí recién de casa! ¿Dónde se metió el tiempo? ¿Habré estado muy metida en mi mundo?
Una vez en la facultad, el tiempo que estuve en ella también pasó de manera rápida. ¡Qué cosa! En el mismo lugar, hace no mucho tiempo atrás y habiendo estado la mitad del tiempo que estuve hoy, parecía que las horas no pasaban nunca. ¿Habrá tenido que ver el hecho de que esa vez existía un examen de por medio que tenía que rendir?
El dilema del paso del tiempo no es algo exclusivo de esta época. Existe un relato conocido por todos y especialmente por los cristianos, que se encuentra en la Biblia y se la menciona como la “parábola del hijo pródigo”. Al leerla y analizarla, usualmente nos centramos en el hijo que se marchó y dilapidó su herencia y pasamos por alto algunos aspectos de la historia. ¡Pero, esperá! Ya sé que de seguro no todos conocen esta historia, así que vamos a repasarla brevemente.
La historia cuenta de un padre que tenía dos hijos; el menor de ellos le pide su herencia por adelantado y se marcha para hacer su vida. Tiempo después y luego de malgastar su herencia, regresa arrepentido y el padre, feliz, lo recibe con una fiesta de bienvenida.
La mayoría de las veces, se centra la atención en el hijo que se fue y malgastó todo, pero bueno, no quiero hablar de él, de ese hijo que se fue y pasó por diferentes desafíos que finalmente le hicieron bajar la cabeza. Del padre se habla muy poco, y, poniéndome en su lugar, de seguro no debe haber sido nada fácil para ese hombre la situación. Por un lado, entender qué podría haber llevado a su hijo a tomar esta decisión. Por otro, una vez que se fue, no sabía por donde andaba o qué estaba haciendo.
Normalmente una herencia es algo que pasa a sus familiares cuando el dueño de esas propiedades (ya sean terrenos, automóviles, dinero, etc.), haya fallecido. Pero este hijo, pidió su parte estando el padre vivo. Pensando en sus sentimientos, me vienen palabras como “atónito”, “dolido” y/o ”sorprendido” para describirlos.
Es verdad que pudo haber estado en cierto modo feliz, ya que su hijo estaba decidido a crecer y desarrollarse, pero por otro lado, tal vez adivinada o presentía que la cosa no iba a terminar bien, ya que se fue dejando todo, cosas materiales e inmateriales, que tal vez eran importantes porque eran pequeños recuerdos, que son lo que a la vida le dan valor. ¡Qué desesperación para ese padre pensar que su hijo no valoraba nada!
El padre, aunque respetó el albedrío de su hijo, debe haber sufrido por no tener respuestas a muchas de las actitudes de éste. La independencia de los hijos hace felices a los padres, pero la indiferencia provoca heridas que duelen.
Es probable que el tiempo haya corrido a una velocidad distinta para él. La incertidumbre de lo que pudiera estar sucediendo con su hijo, sumada al dolor por la separación, seguramente ralentizaba la velocidad del paso del tiempo para el padre. En el caso del hijo, esa velocidad debe haber sido distinta en momentos de desenfreno en consumir su herencia a cuando se vio humillado en la ruina por sus malas decisiones.
El tiempo, que independientemente de cualquier ser viviente o circunstancia, transcurre de una manera firme e inexorable varía de una forma imaginaria y relativa, relacionándose estrechamente con la situación que estemos atravesando. Para el hijo tal vez fue algo fugaz, mientras que para el padre seguramente no se acababa nunca.
¿Te ha pasado, como me ha pasado a mi muchas veces, que el tiempo parece no pasar nunca o pasar muy rápido?
El paso del tiempo es un fenómeno curioso, capaz de sujetarse a nuestras percepciones de manera caprichosa. A veces se desliza como un río veloz; otras, se estanca, dejándonos atrapados en un instante interminable. Al igual que el padre en la parábola del hijo pródigo, experimentamos su flujo de forma distinta según las circunstancias que enfrentamos. Es un recordatorio de la importancia de valorar cada momento, de vivir en comunión con aquellos que amamos.
Ojalá que nuestras decisiones no signifiquen nunca una ralentización del paso del tiempo de nuestros seres queridos. Y si vivimos etapas en que los días transcurren en “cámara lenta”, vivirlas juntos ayudará a que todo sea más llevadero.
Escribir este artículo transcurrió de una manera muy rápida, y el tiempo se expande esperando poder compartirlo contigo… ¡Hasta la próxima!
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