Reflexiones y gratitud en tiempo de Pascua
La Pascua es un período para reflexionar, para llenarnos de gratitud, para celebrar y aumentar nuestro compromiso con Jesucristo
Como todos los meses, me encuentro en uno de los supermercados más grandes de la ciudad, haciendo las compras junto a mi hermano menor. Con lista, calculadora, un carrito y miles de personas y góndolas por mirar. Rodeada de distracciones, solo una cosa captó mi atención y mi cuerpo entero. Todo se paralizó frente a un enorme y hermoso huevo de chocolate, y no cualquiera, sino uno de mis favoritos, de aquellos que cortan con tanta dulzura y tienen algún fruto seco.
Perdida entre recuerdos
A raíz de eso, ¡mi hermano me perdió! No fue a propósito; él siguió con la lista de compras sin percatarse de mis minutos de distracción. Pero, ¿Quién no se distraería con semejante belleza? Ese huevo me llevó un poquito a mi niñez, cuando comía los huevitos de chocolate que traían sorpresas adentro. El chocolate era delicioso e inigualable. ¡Qué linda niñez y rica tradición!
Reflexiones de Pascua
Esta distracción y estos deliciosos chocolates me hicieron despertar y darme cuenta de que ya estamos en marzo, a pocos días de la Pascua, una festividad cristiana en la que se celebra la resurrección de Jesús. Él dio su vida por ti, por mí y por todos, pero de forma individual, para demostrarnos que nos comprende y entiende, ya que esos dos términos son diferentes. A través de su sacrificio, hoy tenemos el privilegio de que alguien más allá de nuestras familias y amigos nos entienda. Las personas que nos rodean nos juzgan desde su limitado entendimiento de nuestra vida, pero el Señor puede ver el antes, el ahora y el después de nuestras vidas.
Impacto eterno
El sacrificio de Cristo fue un hecho históricamente comprobado que dejó una huella imborrable en la sociedad. Ocurrió en el año 33 d.C., y cada año, entre marzo y abril, el mundo cristiano recuerda lo que Él hizo por toda la humanidad, independientemente de si crees en Él o no.
Con frecuencia tendemos a olvidar los numerosos actos de amor que Jesús realizó por nosotros, permitiendo que preocupaciones terrenales o el dolor nos ocupen la mente y el corazón.
Enseñanzas y legado
Jesús era el Hijo Unigénito del Padre Celestial. Su madre era María, que estaba desposada con José. Desde temprana edad, se le podía encontrar enseñando a multitudes y cumpliendo las tareas que su Padre le había encomendado. Jesús crecía en todos los aspectos de su vida (Lucas 2:52), dándonos así un ejemplo a seguir: debemos crecer en todos los aspectos de nuestra vida y establecer prioridades.
A la edad de 33 años, Jesús ya había organizado Su iglesia, con un profeta y doce apóstoles con la autoridad del sacerdocio, el poder que da Dios a sus hijos para que puedan servir en Su nombre.
Durante su ministerio, con sus palabras y ejemplo, nos dejó divinamente marcado el camino a transitar, para asegurar nuestro regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial. Nos enseñó en cuanto a la obediencia, el arrepentimiento y el perdón. Nos enseñó a enseñar, como el verdadero Maestro.
Día de reposo y Santa Cena
Nos recalcó la importancia del día de reposo y de la Santa Cena, la ordenanza clave que sigue a cada convenio:
“Participar de la Santa Cena es la siguiente ordenanza que todos necesitamos después de haber sido confirmados como miembros de la Iglesia. La Santa Cena es la siguiente ordenanza necesaria después de recibir la investidura o ser sellado en el templo. Es la siguiente ordenanza que se necesita después de hacer una buena elección y la siguiente ordenanza que se necesita después de hacer una mala elección. La Santa Cena es la próxima ordenanza necesaria cada semana por el resto de nuestras vidas”. (Dale G. Renlund, “La conversión durante toda la vida”, Devocional BYU 14 sep 2009)
Ese es el motivo por el cual es fundamental que asistamos cada domingo a la reunión sacramental y renovemos todos nuestros convenios realizados con Él y el Padre.
Ejemplo de amigo
Remarcó el concepto de la verdadera amistad: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. (Juan 15:13)
Y dejó entendido que Él desea que nosotros también seamos sus amigos, aún al punto de dar la vida por Él, signifique esto entregarle nuestro tiempo, nuestro corazón, nuestra mente o la vida misma. Esa es la clase de amigo que Él es, y a esa clase de amigos debemos aspirar ser.
Cómo alguien que ama, que conoce nuestras debilidades y que ve más allá de lo que nosotros podemos ver, nos advirtió de los peligros que enfrentaríamos. Lejos de reprimirnos, Su intención siempre es de protegernos y ahorrarnos sufrimientos.
Respeta nuestro albedrío, y si bien no puede evitarnos las consecuencias del pecado, nos dio los pasos para volver al camino por medio del arrepentimiento.
Nunca nos dejará solos
Él sabía que su vida terrenal terminaba, pero aclaró que nunca estaríamos solos, a menos que esa fuera nuestra decisión. El Espíritu Santo podría ser nuestro compañero constante, inseparable (Doctrina y Convenios 121:45-46). La oración personal para comunicarnos en cualquier momento, a cualquier hora y sin feriados. Y, tal vez lo más importante, la oportunidad de visitarlo todas las veces que deseemos en Su Casa.
Getsemaní y crucifixión
Jesús padeció en dos lugares específicos. En el jardín de Getsemaní fue que al orar al Padre sufrió tanto que sangró por cada uno de sus poros.
“No sabemos, no podemos decir, ni ninguna mente mortal puede concebir la plena importancia de lo que Cristo hizo en Getsemaní” (Bruce R. McConkie, “El poder purificador de Getsemaní”)
No puedo imaginar cuán intenso ha sido ese dolor como para producir ese tipo de sangrado. Ante una simple raspadura soy sensible y aunque hay momentos en que intento ser fuerte y simulo que nada me duele, si estoy sola, ¡uf! mi primera reacción es quejarme un tiempo y expresar el dolor o la molestia.
En Getsemaní, Jesús venció la muerte espiritual. Pagó de antemano por nuestros pecados con la única condición de que nos arrepintamos y lo sigamos. No necesitamos explicar, argumentar ni justificarnos por haber pecado. ¡Él ya lo sabe! Solo desea un arrepentimiento sincero, respaldado por nuestro cambio y compromiso genuino con Él, de seguirlo. Está en nosotros aceptar ese regalo o no.
“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten;
“mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo;
“padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar”(Doctrina y Convenios 19:16-18).
El otro lugar donde padeció fue en la cruz, cuando lo clavaron y colgaron, pero su dolor comenzó antes, cuando le rasgaron las vestiduras y lo azotaron, y le colocaron una corona de espinas. Lo golpearon, escupieron y humillaron en todo el proceso hasta que Él, cumpliendo con todo lo que el Padre le había dicho, perdonó a quienes lo habían crucificado porque “no saben lo que hacen” (Lucas 23:34) y voluntariamente entregó su vida.
En Pascua celebramos Su resurrección
No terminaba con eso su vida; solo era un paso más en Su misión divina y otra demostración más de Su amor por nosotros y por Su Padre. Visitó el mundo de los espíritus y organizó la predicación del Evangelio entre ellos y resucitó, venciendo la muerte física para toda la humanidad.
“Nuestro Padre sabía que, debido a la naturaleza de la vida mortal, seríamos tentados, pecaríamos y no seríamos perfectos. Así que, para que tuviéramos toda oportunidad de éxito, Él proporcionó a un Salvador que sufriría y moriría por nosotros, y no solo expiaría nuestros pecados, sino que, como parte de esa Expiación, también vencería la muerte física a la que estaríamos sujetos debido a la caída de Adán”.
(Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia – Thomas S. Monson, pág. 8).
Nosotros, Jesucristo y un compromiso
Estamos a días de la Pascua, fecha en que recordamos especialmente todo ese sacrificio, y es gracias a Él que podemos sentirnos un poco más acompañados en nuestros días.
Me hizo pensar que todos tendremos nuestro propio Getsemaní en algún momento, en el que nos sentiremos solos y que muchas veces hasta desearemos que se nos pase de “esa amarga copa”. Quizás tenga que ver con los sentimientos o tal vez con lo material. Lo cierto es que todos y cada uno de nosotros deberemos en algún momento, pisar esas brasas que solo de pensar nos causa miedo.
“La expiación del Salvador no es sólo infinita en su esfera, sino también personal en su alcance; que no solo nos puede llevar de vuelta a la presencia de Dios, sino que también nos habilitará para llegar a ser como Él, lo cual es el objetivo supremo de la expiación de Cristo”.
(Tad R. Callister, Conferencia General abril 2019 “La expiación de Jesucristo”)
Es importante recordar que Él nos entiende aún en eso, desde el principio al fin, y sabe cómo fortalecernos, consolarnos y sanarnos. La gloria viene después de haber resistido y, contra todo pronóstico, mantener nuestro compromiso de seguirlo.
Tal vez sintamos que estamos un poco alejados o que hay cosas que arreglar. Es justamente el momento para acercarnos y recibir Su abrazo, Su amor y consejo. Será la mejor decisión de nuestra vida. ¡Él vive y sigue atento a nuestros pasos!
La Pascua es un período para reflexionar, para llenarnos de gratitud y para celebrar. Es un tiempo para conectarnos con el profundo significado espiritual de esta celebración, sin perder de vista las pequeñas tradiciones que también aportan alegría a nuestras vidas (¡o sea, los huevos de chocolate!).
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