Un líder es estimulante cuando tiene la fuerza para animarnos y estimularnos a aumentar nuestro compromiso y nuestra actividad.
La misión más importante del que dirige consiste no tanto en impartir conocimiento, como en estimular eficazmente la mente y los sentimientos. El éxito mismo no es acumular información, como quien almacena agua en un pozo; más bien, es semejante al descubrimiento de un manantial.
Se precisa que el director tenga interés en la habilidad para desarrollar y utilizar la iniciativa y la ingeniosidad de la gente. Son estas cualidades que tienden a vencer la inercia básica, esa fuerza que conserva a la gente bajo el dominio de la inactividad.
Uno de los primeros pasos que conduce al éxito es provocar el movimiento. Esto viene como consecuencia de un procedimiento estimulador. La habilidad para estimular e incitar es el arma secreta del progreso mental y espiritual. Cada uno de nosotros ha sido creado a la imagen de Dios, y a cada cual se nos ha conferido un número de los atributos de la divinidad. Uno de éstos es el poder de la inspiración.
Hablamos mucho acerca de nuestro privilegio de recibir “inspiración” de Dios. Por otra parte, no entendemos muy bien nuestra habilidad para “dar” inspiración. Sin embargo, ésta es una de las fuerzas más grandes que Dios ha puesto en las manos humanas. Una de las experiencias más hermosas de la vida es poder asociarnos con aquellos que llamamos “personas inspiradoras”, que son las que tienen la fuerza para incitar y animar nuestros espíritus y estimularnos a aumentar nuestro compromiso y nuestra actividad. La persona inspiradora es aquella que puede “abrir los manantiales del espíritu”. Tal persona pone en marcha los impulsos y despierta deseos, apetitos y ambiciones mejores y más fuertes. No siempre son necesarias las ideas nuevas en este procedimiento de estimular. Puede ser que el estímulo sencillamente comunique más fuerza y mayor actividad a las ideas viejas.
Las verdades antiguas pueden grabarse más profundamente en el pensamiento, y así causar impresiones e influencias mayores. Algunas ideas comunican información; otras transmiten fuerza. La función de la primera es enseñar; de la segunda, mover. La habilidad de algunos de nuestros hombres más destacados ha consistido no sólo en impartir la verdad, sino también en producir la acción. Preguntando, participando en discusiones y examinando, Sócrates pudo hacer que la gente pensara y la condujo a que tomara resoluciones sobre cosas que quizás ya habían sabido, pero respecto de las cuales nada se había hecho.
La habilidad de algunos de nuestros hombres más destacados ha consistido no sólo en impartir la verdad, sino también en producir la acción.
Sócrates podía tomar una idea familiar que ya existía en la mente de una persona y ayudar a darle el significado y movimiento necesarios para convertirla en actividad. Una idea activa de cualidad inferior puede ser de mayor utilidad que una idea superior que sólo existe en la mente. Las ideas inactivas por lo general son de poca utilidad.
Por supuesto, Jesús fue el maestro consumado en el arte de cambiar la vida de la gente por el uso de ideas estimulantes. Ayudó a los publicanos y pecadores a elevarse a la categoría de santos y apóstoles. Este campo de estimular y motivar es probablemente el que ofrece las mayores oportunidades en todo el mundo. Consiste en transmitir importancia y utilidad activa a las ideas que previamente eran inactivas e impotentes. El estímulo da a las ideas, ideales y ambiciones una misión más definitiva y una responsabilidad mayor.
Todos han pasado por la experiencia de tener una idea que ha estado dormida e inactiva en la mente, y luego, por causa de algún estímulo eficaz, esta idea ha adquirido una actividad y utilidad de una madurez y fuerza que su poseedor no había imaginado previamente. Este suceso puede compararse al despertar de un gigante que se halla dormido dentro de nosotros. Hace muchos años aprendí de memoria la sección 4 de Doctrina y Convenios. Pensaba que la entendía perfectamente y que estaba recibiendo de ella todo el bien que contenía.
Algunos años después escuché a una de las Autoridades Generales de la Iglesia hablar a un grupo de misioneros jóvenes sobre esta sección, y repentinamente adquirió una importancia e influencia divina en mi vida que nunca jamás había tenido. Alguien ha preguntado: “¿Qué es esa ley extraña de la mente por medio de la cual una idea, por largo tiempo olvidada, descuidada y aun hollada como piedra inútil, repentinamente se cubre de luz nueva como un diamante fino?” El conocimiento por sí solo puede ser inútil, pero surge la fuerza cuando ese conocimiento se activa, se utiliza y se lleva a la práctica.
Es posible despertar y aumentar los ideales y las ambiciones de la gente, así como se puede estimular el apetito físico. Hay una parte de nuestra dieta que nosotros llamamos aperitivo. Como sabemos, el aperitivo es la porción pequeña de bebida o comida que se usa para abrir el apetito. Bien sea que se refiera al conocimiento, a los alimentos o la efectuación, el apetito es el mismo. El diccionario nos dice que el apetito es “la gana de comer o lo que incita a desear una cosa”. La habilidad para dirigir es también mayormente asunto de apetito.
Igual cosa se puede decir de lo que se desea lograr. El que dirige es una “persona estimulante” si sabe como emplear bocados apetitosos de pensamientos y motivos que inician la acción. Este es el que sabe intensificar el deseo y abrir el apetito espiritual. El hambre produce una fuerza muy potente, y se puede usar para vencer las influencias negativas de la timidez o la hurañía.
Jesús dijo: “Bienaventurados los que padecen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). El hambre siempre busca la manera de satisfacerse. El objetivo de Jesús fue de aumentar el hambre espiritual de la gente. El nuestro es usar las ideas, los ejemplos, motivos, etc. para estimular la ejecución de obras.
Algunas de las cosas que usualmente consideramos como estimulantes, realmente son sedantes. El objetivo de un estimulante debe ser:
- Mejorar la calidad de nuestras metas
- Aumentar el incentivo
- Vigorizar
- Provocar el pensamiento
- Incitar la actividad
Mejorar la calidad de nuestras metas
En una de las paredes de la Biblioteca del Congreso de EEUU se halla escrito lo siguiente: “El que no construye hasta llegar a las estrellas construye demasiado bajo”. La mayor parte de la gente padece de metas sin mérito o que carecen de suficiente altura. El objeto por cumplirse, cuando tiene mérito, es en sí un estimulante de mucha potencia. En una ocasión, una de las revistas más populares hizo un estudio entre un número elevado de personas. Se les preguntó cuáles eran sus metas principales en la vida. El noventa y cinco por ciento contestó que no sabía. A estas personas les faltaba la fuerza motriz que necesitaban sus vidas. Sin un propósito firme y estimulante, no es muy probable el éxito. Casi toda la vida es asunto de preparación. Nos preparamos para nuestra obra vital, nos preparamos para el matrimonio, para la vejez, etc. Nuestro objetivo principal debería ser prepararnos para la vida eterna. Pero, ¿de dónde va a venir el poder, si no tenemos un propósito firme ni sabemos si estamos preparándonos o no para cierta cosa? El director capaz puede ayudar a la gente a reconocer los propósitos dignos que por fin señalarán hacia el reino celestial; y no sólo reconocerlos, sino recibir ánimo de ellos.
Aumentar el Incentivo
El incentivo es lo que nos mueve a obrar. Es como un grabado que colocamos dentro de nuestra mente. Es lo que causa que nuestra ambición se ponga en marcha. ¿Qué incentivo posee el evangelio y cuál es la mejor manera de usarlo para beneficiar a la gente? “Sólo pan” no es el incentivo de mayor mérito para una vida digna. Cuando se aumenta el incentivo, se aumentan también las obras. El que es buen director puede ayudar a establecer un estímulo más fuerte y un criterio más favorable hacia las cosas más elevadas. El “oro” o la “diversión”, como incentivo para movernos a obrar son inferiores a “Dios”, “gloria” y “bondad”, que el evangelio pone por metas en nuestros pensamientos. Una manera de aumentar nuestro incentivo es transformarnos nosotros mismos. En lugar de ser gente que “necesita” religión, seamos personas que “quieren” religión. Si nuestro apetito recibe el estímulo necesario, llegamos a “poseer” la religión, porque cuando amamos y deseamos una cosa lo suficiente, no tardamos mucho en tenerla. Desear es lograr; aspirar es efectuar. David expresó esta idea del incentivo cuando dijo: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía.” (Salmo 42:1)
Vigorizar
Qué habilidad tan grande es poder inspirar y fortalecer el “propósito” de la gente, llenar sus mentes de energía, despertar el vigor y entusiasmo en las personas. Una de las palabras más severas que Jesús pronunció contra aquel que había escondido su talento en la tierra fue tacharlo de “negligente”. Esto es lo contrario de vigor. Es una habilidad maravillosa poder estar uno lleno de ánimo hacia las cosas que tienen mérito. San Pablo dijo a Timoteo: “…te aconsejo que despiertes el don de Dios que está en ti.” (2 Timoteo 1:6)
El pensar y obrar vigorosamente despertará nuestros dones y les dará mayor ardor y fervor. El entusiasmo apoya e incita la razón para que sea activa. El estímulo eficaz puede ayudar a producir el celo, que es una actividad vigorosa e infatigable. La conciencia bien adiestrada es también un instrumento que sirve para vigorizar.
Provocar el Pensamiento
Provocar viene de la misma raíz que “evocar” e “invocar”. Una de nuestras oportunidades mayores es la facultad de invocar los pensamientos. Nadie es mayor que su habilidad para pensar. Alguien ha dicho que somos como tachuelas. No podemos ir más allá de lo que nos permite la cabeza. A veces nos llenamos a tal grado de juegos, cines y diversiones, que no dejamos lugar para los pensamientos sobre Dios y la vida eterna. Cuando nuestro intelecto espiritual se halla en la pobreza, se manifiesta luego en nuestra conversación vana. Nuestros pensamientos y conversación diarios deben empeñarse en cosas más importantes, en desarrollar anhelos más profundos y abrir apetitos de mayor mérito. Debemos aprender a amar la actividad que tiene que ver con pensamientos religiosos y experiencias espirituales serias.
Incitar la Actividad
Tomás Huxley dijo: “El gran objeto de la vida no es conocimiento, sino acción”. Seremos juzgados no solamente por lo que creamos sino también por lo que hayamos hecho. Salomón dijo: “Ante toda tu posesión adquiere inteligencia” (Proverbios 4:7). Otro modificó un poco estas palabras para que dijeran: “ante toda tu posesión adquiere la diligencia”.
La actividad es la base de toda realización. Se pueden utilizar las aguas corrientes de un arroyo, pero ¿Qué se puede hacer con el agua estancada?
El hombre inactivo a veces padece una especie de muerte espiritual en abonos. Es posible hacer crecer la importante actividad mental y espiritual que conduce a realizaciones más dignas. He aquí un ejemplo del estímulo. En 1923 se hallaba en una prisión de Alemania llamado Adolfo Hitler, que había fracasado en muchas cosas. Pero ahora estaba escribiendo su libro, Mein Kampf (Mi lucha), su plan para convertir a Alemania en la nación principal del mundo. El hecho de que él solo casi trastornó el mundo entero indica que poseía algo. ¿Cómo pudo lograrlo? La respuesta se halla en su libro. Una de las cosas que dijo fue: “El asunto de que Alemania recupere su poderío no consiste en saber cómo fabricar y distribuir armas, sino como producir en la gente el deseo de triunfar, ese espíritu de determinación que produce mil maneras diferentes, cada una de las cuales termina con las armas”.
No se ganan las guerras con tanques o cañones o aeroplanos o aceite, sino con ese espíritu de determinación que se halla dentro de la gente. Y precisamente así es como se salvan las almas, y así es como efectuamos todo lo que vale la pena en el mundo.
Un escritor ha dicho: “Cuando la vida comunica el entusiasmo a aquel que la vive, se convierte en algo genuinamente significativo”.
Pensemos en la siguiente idea y como debería estimularnos: “Y ahora, después de los muchos testimonios que sean dado de él, este es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive! Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios, y oímos la voz testificar que Él es el Unigénito del Padre; que por él, por medio de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas de Dios” (DyC 76:22-24).
Dios ha colocado en nuestras manos el importante poder del estímulo, que es la facultad para iluminar, la fuerza para infundir el entusiasmo, el poder para plantar las semillas de la fe. La fuerza por medio de la cual se produce la acción. Mediante este poder podemos persuadir y convencer, incitar e inspirar. El estímulo es la fuerza para tocar una vida y causar que florezca en algo mayor de lo que era. Este poder está en nuestras manos, y podemos aprender a usarlo para disipar la ignorancia, mejorar la calidad de nuestras metas e incitar la actividad en la mayor empresa que jamás se ha iniciado en la tierra, a saber, la obra de la exaltación humana.
Artículo publicado en la Liahona de marzo de 1959
Los comentarios están cerrados.