Educarnos en todas las cosas
Como padres, mediante el ejemplo y la guía adecuada a la edad, podemos ayudar a que nuestros hijos adquieran buenas costumbres y cortesía
“Somos lo que hacemos cada día. De modo que la excelencia
no es un acto, sino un hábito”. Aristóteles
En las escrituras el Señor nos invita a ser ‘la luz del mundo’ (Mateo 5:14), nos dice también: ‘Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a la naciones’ (D y C 115:5). Los líderes actuales nos alientan a ser ejemplos en nuestro ámbito cotidiano. No sólo se refiere a compartir el evangelio con otras personas, también debemos ser ejemplo en nuestro proceder diario. Recordamos el consejo del presidente Brigham Young que dice que ‘debemos ser un pueblo de profunda erudición con respecto a las cosas del mundo’ (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia, Brigham Young pág. 207), pero se nos pasa el prestar atención a la educación de las buenas costumbres que hacen al vivir mejor.
Hace un tiempo vino un amigo de mis hijos a almorzar a casa, hijo de buena familia y de buena presencia. Cuando promediaba el segundo plato, tomó una milanesa de carne con la mano de la fuente, para comerla sin pudor frente a mis hijos que con ojos desorbitados esperaban que yo lo retase. Obviamente que no lo reté, pero le dije que no quedaba bien comer con la mano y menos cuando estaba de invitado.
La ternura me invadió al ver que el color de su cara cambiaba a rojo vergüenza, y traté de minimizar el tema. Cuando se fue de casa, lo primero que me dijeron mis hijos fue: “Ahora nos damos cuenta por qué nos decís todos los días ‘coman como personas decentes’, ¡no se puede ir a la misión y comer con la mano!”. Ahí descubrí que mis palabras eran escuchadas.
Uno de los propósitos que tenemos como padres es enseñarles a nuestros hijos a comportarse con buenos modales para que cuando se encuentren lejos del hogar, puedan también ser un ejemplo de educación y comportamiento.
Para algunos trabajos es interesante ver que las entrevistas se suceden de diversas maneras. Siendo éstas filtros de selección, algunas se dan en contextos no convencionales como lo puede ser un almuerzo. Uno podría creer que es una exageración, pero el comportamiento en la mesa para alguien que tendrá un puesto de relevancia, revela mucho de lo que es. Y siendo que representará a una empresa, la impresión que cause debe ser correcta.
Cuando preparamos a nuestros hijos para la vida, ya sea antes de ir a la misión o para que lleven las riendas de su propio hogar, también debemos entender que el ‘refinamiento cultural’ (como se llamaba hace unos años una clase de la Sociedad de Socorro) es importante. El hogar debería ser como un taller de aprendices en donde se aprende trabajando al lado del maestro. Como padres somos los maestros que debemos aprovechar las oportunidades para demostrarles, practicar, entusiasmar y guiar a nuestros hijos en las tareas de una casa.
Las buenas costumbres se aprenden, por lo tanto se enseñan. Y estas no podemos delegarlas en nadie. Es en el hogar en donde como padres, mediante el ejemplo y la indicación adecuada a la edad podemos, sin presión, aprovechar para que nuestros hijos entiendan que hay buenas maneras de actuar.
Un consejo del profeta Brigham Young a los padres, incluía que animaran a sus hijos a estudiar un idioma y las costumbres de diferentes países. Con su visión más amplia, él sabía que los futuros misioneros necesitarían no sólo de otros idiomas para predicar el evangelio en Europa, sino que también necesitarían familiarizarse con sus costumbres y entender sus tradiciones. Lo que en un país puede ser visto como algo desagradable, puede no serlo en otro. Lo mismo sucede con las costumbres en nuestra familia.
El tener buenos hábitos enriquecerá nuestras relaciones familiares y las que desarrollemos con nuestros amigos. Nos lleva a tener siempre la seguridad de que no estamos ofendiendo a otros con nuestro comportamiento, y nos presenta como personas agradables.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Un mejor mañana comienza con la capacitación de una generación mejor. Esto coloca sobre los padres la responsabilidad de llevar a cabo una obra más eficaz en la crianza de sus hijos. El hogar es la cuna de la virtud, en donde se forma el carácter y se establecen los hábitos” (Liahona, feb. 1966). Por lo tanto desde que son pequeños y constantemente debemos tener presente qué hábitos les estamos enseñando a nuestros hijos. Qué hábitos tenemos nosotros como padres, cuáles queremos mejorar y cuáles debemos dejar de lado.
En una oportunidad en que los misioneros vinieron a casa, mi esposo les preguntó si les gustaba la comida servida. Muy simpático, uno de ellos contestó que no podía decir que no le gustaba porque su madre le enseñó a comer cualquier cosas que le pusiera en el plato, sin despreciar, como preparación para su trabajo misional. Por lo tanto su respuesta fue algo así como: ‘es un sabor extraño, pero resulta interesante probar sabores nuevos’. En mi mente aplaudí a esa madre que a miles de kilómetros y con costumbres muy diferentes a las nuestras, enseñaba lo mismo que nosotros a nuestros hijos. Pero la sorpresa llegó cuando al levantar la mesa este misionero comenzó a barrer el comedor y a acomodar las sillas.
Mi esposo le dijo que eso no era necesario pero el élder contestó: ‘¡Es que ya es mi costumbre ayudar después de comer!’ . Ese misionero se convirtió en el ejemplo de mis hijos, no sólo por su buena educación, sino también por el entusiasmo y la bondad que reflejaba en su labor. Así entendemos que educar a los hijos es también desarrollar recursos que contribuirán a su bienestar durante toda la vida. Los buenos hábitos les permitirán no ser esclavos de sus debilidades o flaquezas. Les ayudarán entender otras costumbres, a respetar otras tradiciones que son vividas por personas que en el fondo son iguales a ellos. Le abrirán la puerta al crecimiento de una fuerte hombría o una hermosa femineidad; a las buenas maneras que nos hacen agradables frente a las demás personas.
Los comentarios están cerrados.