El poder de la palabra
Por el presidente Ezra Taft Benson - 4 de abril de 1986
Por muy diligentes que seamos en otros aspectos, ciertas bendiciones las encontraremos solamente escudriñando la palabra del Señor.
Mis queridos hermanos, ¡qué hermoso espectáculo es ver a este grupo de líderes del sacerdocio y saber a cuántos miles de santos servís y la gran dedicación y fidelidad que tenéis! No existe otro grupo en el mundo de hoy día que se reúna con el mismo propósito que tiene este grupo, ni ninguna otra asociación, ya sea política, religiosa o militar, que tenga el poder que tenéis vosotros aquí esta noche.
Vivimos en un período de grandes dificultades; vivimos en la época de la cual el Señor habló cuando dijo: “La paz será quitada de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio” (DyC 1:35). Vivimos en aquel día que previó Juan el Revelador, cuando “el dragón se enfureció contra la mujer; y se fue a hacer la guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12:17).
El dragón es Satanás; la mujer representa la Iglesia de Jesucristo. Satanás está haciendo la guerra a los miembros de la Iglesia que tienen un testimonio y que están tratando de cumplir los mandamientos, y aun cuando muchos de nuestros miembros permanecen fieles y firmes, algunos están vacilantes. Algunos caen. Algunos están haciendo cumplir la profecía de Juan de que en la guerra contra Satanás, algunos santos serían vencidos (Véase Apocalipsis 13:7).
El profeta Lehi también vio nuestros días en su gran sueño visionario del árbol de la vida. Vio a mucha gente que vagaba ciega entre los vapores de tinieblas, que simbolizan las tentaciones del diablo. (Véase 1 Nefi 12:17). Vio que algunos cayeron en los “senderos prohibidos”, otros se ahogaron en aguas inmundas, y hubo aún otros que se perdieron en “senderos extraños” (Véase 1 Nefi 8:18, 28, 32).
Cuando leemos sobre la forma en que se expanden las drogas, o leemos sobre la perniciosa inundación de pornografía e inmoralidad, ¿alguno de nosotros duda de que esos son los senderos prohibidos y los ríos de inmundicia que describió Lehi? No todos aquellos que vio perecer Lehi pertenecían al mundo; algunos habían llegado a participar del fruto, o, en otras palabras, algunos de los miembros de la Iglesia hoy día están entre aquellas almas que Lehi vio que se perdían.
El apóstol Pablo también vio nuestros días. Los describió como una época en que abundarían cosas tales como blasfemia, falta de honradez, crueldad, falta de afecto natural, orgullo y placer (Véase 2 Timoteo 3:1-7). También advirtió que “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13).
Tan siniestras predicciones de los profetas de la antigüedad serían razón de temor y desaliento si esos mismos profetas no hubieran ofrecido al mismo tiempo la solución. En su inspirado consejo podemos encontrar la respuesta a la crisis espiritual de nuestra era.
En su sueño, Lehi vio una barra de hierro que conducía por los vapores de oscuridad, y que si la gente se aferraba a esa barra, podía evitar los ríos de la inmundicia, permanecer lejos de los senderos prohibidos, y dejar de caminar en los senderos extraños que conducen a la destrucción. Más tarde su hijo Nefi explicó claramente el simbolismo de la barra de hierro. Cuando Lamán y Lemuel preguntaron: “¿Qué significa la barra de hierro?”, Nefi contestó “que era la palabra de Dios; y –noten esta promesa– que quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario para cegarlos y llevarlos hasta la destrucción” (1 Nefi 15:23-24).
La palabra de Dios no solamente nos guiará hacia el fruto que es más deseable que todos los demás, sino que en la palabra de Dios y por medio de ella podemos encontrar el poder para frustrar la obra de Satanás y de sus emisarios.
El mensaje de Pablo es el mismo que el de Lehi. Después de describir la terrible iniquidad de los tiempos futuros –¡futuros para él, pero presentes para nosotros!– dijo lo siguiente a Timoteo:
“Pero persiste tú en lo que has aprendido…
“desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación” (2 Timoteo 3:14-15).
Mis queridos hermanos, ésta es una respuesta a los grandes desafíos de nuestra época. La palabra de Dios, según se encuentra en las Escrituras, en las palabras de los profetas vivientes y en la revelación personal, tienen el poder de fortalecer a los santos y armarlos con el Espíritu para que puedan resistir la iniquidad, aferrarse a lo bueno y encontrar felicidad en la vida.
A vosotros, líderes del sacerdocio, os decimos: buscad el consejo profético de Lehi y de Pablo y de otros como ellos. En ese consejo encontraréis las soluciones a las dificultades que enfrentáis para mantener seguros a vuestros rebaños frente a los “lobos rapaces” que los rodean (Véase Mateo 7:15, Hechos 20:29).
Sabemos que estáis sumamente preocupados por los miembros de vuestros barrios y estacas y que dedicáis gran parte de vuestro tiempo y esfuerzo en su favor. Es mucho lo que pedimos de vosotros que habéis sido elegidos para ser líderes; es grande la carga que ponemos sobre vuestros hombros. Se os ha pedido hacer funcionar los programas de la Iglesia, entrevistar y aconsejar a los miembros, preocuparos de los asuntos financieros de las estacas y barrios, administrar los proyectos de bienestar, construir edificios y participar de una serie de otras actividades que requieren de vuestro tiempo.
Aun cuando ninguna de esas actividades se puede pasar por alto, no son lo más importante que podéis hacer por las personas a quienes servís. En años recientes os hemos aconsejado una y otra vez que ciertas actividades traen mayores recompensas espirituales que otras. En el año 1970 el presidente Harold B. Lee dijo a los Representantes Regionales:
“Estamos convencidos de que nuestros miembros están hambrientos del evangelio puro con sus verdades… Parece haber algunos que han olvidado que las armas poderosas que el Señor nos ha dado para combatir todo lo que es inicuo son sus propias declaraciones, las doctrinas llanas y simples de la salvación como se encuentran en las Escrituras” (Seminario de Representantes Regionales del 1 de octubre de 1970, pág.6).
En un mensaje de la Primera Presidencia en 1976, el Presidente Spencer W. Kimball dijo:
“Estoy convencido de que cada uno de nosotros, en algún período de nuestra vida, tiene que descubrir las Escrituras por sí mismo, y no solamente una vez sino que redescubrirlas muchas veces…
“El Señor no bromea cuando nos da estas cosas, porque ‘a quien se le haya dado mucho, mucho se demandará de él’ (Lucas 12:48).
Disfrutar de esas bendiciones pone sobre nuestros hombros una gran responsabilidad. Debemos estudiar las Escrituras de acuerdo con el mandamiento del Señor (véase 3 Nefi 23:1-5), y permitir que sus enseñanzas gobiernen nuestra vida” (Liahona setiembre de 1976, págs. 2-3).
En abril de 1982, el élder Bruce R. McConkie habló a los Representantes Regionales sobre la importancia primordial que tienen las Escrituras en nuestra obra. Dijo: “Estamos tan absorbidos en los programas, en las estadísticas, en las propiedades, en la riqueza y en lograr metas que harán resplandecer la excelencia de nuestro trabajo, que hemos ‘omitido el verdadero valor de la ley’… Por habilidosos que sean los hombres en asuntos administrativos, por elocuentes que sean en expresar sus puntos de vista, por ilustrados que sean en las cosas del mundo, se les negará el suave susurro del Espíritu que pudo haberles pertenecido, a menos que paguen el precio de estudiar, meditar y orar acerca de las Escrituras” (Seminario Representantes Regionales del 2 de abril de 1982, págs. 1-2).
Ese mismo día, el élder Boyd K. Packer se dirigió a los presidentes de estaca y a los Representantes Regionales. Les dijo: “Los edificios y presupuestos, los informes, programas y procedimientos son muy importantes, pero ellos por sí mismos no llevan la nutrición espiritual esencial y no lograrán lo que el Señor nos ha asignado a hacer… Las cosas correctas, aquellas con el verdadero alimento espiritual, se centran en las Escrituras” (Seminario de Representantes Regionales del 2 de abril de 1982, págs. 1-2).
A la voz de estos sabios e inspirados hermanos, sumo la mía y os digo que una de las cosas más importantes que podéis hacer como líderes del sacerdocio es compenetraros en las Escrituras. Escudriñadlas cuidadosamente. Alimentaos con la palabra de Cristo. Aprended la doctrina. Dominad los principios que se encuentran en ellas. Pocas son las cosas que producen mayor ganancia a vuestros llamamientos. Hay muchos pocos medios más por los cuales podéis obtener mayor inspiración mientras servís.
Pero esto por sí solo, aunque de gran valor, no es suficiente. Debéis dirigir vuestros esfuerzos y actividades a estimular un estudio más serio de las Escrituras entre los miembros de la Iglesia. A menudo hacemos grandes esfuerzos tratando de aumentar los niveles de actividad en nuestras estacas; trabajamos diligentemente por aumentar la asistencia a las reuniones sacramentales; tratamos de obtener un mejor porcentaje de nuestros jóvenes que van a una misión; luchamos por mejorar la cantidad de casamientos en el templo. Todos éstos son esfuerzos valiosos e importantes para el crecimiento del reino, pero cuando los miembros en forma individual y como familias se compenetran en la lectura de las Escrituras en forma regular y constante, esos otros resultados llegarán en forma automática. Los testimonios aumentarán, la dedicación se fortalecerá, las familias progresarán, la revelación personal abundará.
El profeta José Smith dijo que “el Libro de Mormón era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión; y que un hombre se acerca más a Dios por seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro”. (Enseñanzas del profeta José Smith, pág. 233-234) ¿No es esto lo que deseamos para los miembros de nuestros barrios y estacas? ¿No estamos deseosos de que se acerquen más a Dios? Entonces alentémoslos de todas las formas posibles para que se impregnen con este maravilloso testamento de Cristo para los últimos días.
Debéis ayudar a los santos a darse cuenta de que el estudiar y escudriñar las Escrituras no es una carga impuesta por el Señor, sino que es una bendición y una oportunidad maravillosas. Fijaos en lo que el Señor mismo dice sobre el beneficio de estudiar su palabra. Al gran líder y profeta, Josué, dijo:
“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Josué 1:8).
El Señor no le estaba prometiendo riquezas materiales, ni fama, sino que su vida prosperaría en rectitud y tendría éxito en aquello que es más importante en la vida: la búsqueda de la verdadera felicidad (Véase 2 Nefi 2:25).
¿Tenéis miembros en vuestras estacas cuyas vidas están destrozadas por el pecado o la tragedia, y que están desesperados y sin esperanzas? ¿Habéis deseado encontrar alguna forma de llegar a ellos y curar sus heridas, suavizar los problemas de su alma? Eso fue exactamente lo que el profeta Jacob ofreció al hacer esta importante promesa: “Supongo que han venido hasta aquí para oír la agradable palabra Dios; sí, la palabra que sana el alma herida” (Jacob 2:8).
El mundo está lleno de ideas atractivas que pueden llevar aun a los mejores miembros al error y a la decepción. Los estudiantes universitarios están, a veces, tan llenos de las doctrinas del mundo que empiezan a dudar de las doctrinas del evangelio. ¿Cómo ayudáis vosotros, cómo líderes del sacerdocio, a fortalecer a los miembros en contra de estas enseñanzas falsas? El Salvador dio la respuesta en su gran sermón en el Monte de los Olivos, cuando dijo: “Y el que atesore mi palabra no será engañado” (José Smith – Mateo 37).
Las Escrituras están llenas de promesas similares sobre el valor de la palabra. ¿Tenéis miembros que anhelan tener dirección en sus vidas? El Salmista nos dice: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz a mi camino” (Salmos 119:105), y Nefi nos dice que deleintándonos en las palabras de Cristo “os dirán todas las cosas que debéis hacer” (“ Nefi 32:3).
¿Existen miembros en vuestro redil que están hundidos en el pecado y necesitan regresar? La promesa de Helamán es para ellos: “Sí, vemos que todo aquel que quiera, puede asirse a la palabra de Dios, que es viva y poderosa, que partirá por medio toda la astucia, los lazos y las artimañas del diablo” (Helamán 3:29).
El éxito cuando obran en rectitud, el poder para evitar la decepción y resistir la tentación, la orientación de nuestras vidas, la sanidad del alma son tan sólo unas pocas de las promesas que el Señor les ha dado a aquellos que acuden a su palabra.
¿Promete Dios y no cumple? Ciertamente que si nos dice que estas cosas vendrán si nos asimos a su palabra, las bendiciones pueden ser nuestras. Y si no lo hacemos, las bendiciones se perderán.
Sin embargo, por muy diligentes que seamos en otros aspectos, ciertas bendiciones las encontraremos solamente en las Escrituras, solamente acercándonos a la palabra del Señor y aferrándonos a ella mientras avanzamos en medio de los vapores de obscuridad hacia el árbol de la vida. Y si nos desentendemos se lo que el Señor nos ha dado, podemos perder ese poder y las bendiciones que buscamos. En una advertencia solemne a los santos de los primeros años de la Iglesia, el Señor dijo lo siguiente del Libro de Mormón:
“Y en ocasiones pasadas vuestras mentes se han ofuscado a causa de la incredulidad, y por haber tratado ligeramente las cosas que habéis recibido,
“y esta incredulidad y vanidad han traído la condenación sobre toda la iglesia.
“Y esta condenación pesa sobre los hijos de Sión, sí, todos ellos;
“y permanecerán bajo esta condenación hasta que se arrepientan y recuerden el nuevo convenio, a saber, el Libro de Mormón” (DyC 84:54-57).
Hermanos míos, ¡no tratemos en forma ligera las grandes cosas que hemos recibido de la mano del Señor! Su palabra es uno de los dones más valiosos que nos ha dado. Os exhorto a volver a comprometeros a estudiar las Escrituras. Sumergíos en ellas diariamente para poder tener así el poder del Espíritu como ayuda en vuestros llamamientos. Leedlas con vuestras familias y enseñad a vuestros hijos a amarlas y a atesorarlas. Luego, con un espíritu de oración y en consejo con otros líderes, buscad todas las formas posibles para alentar a los miembros de la Iglesia a seguir vuestro ejemplo.
Si lo hacéis así, os daréis cuenta que, como Alma dijo, “la palabra tiene gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo justo; sí, ha surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les haya acontecido”. Y como Alma dijo, yo también os digo que es “prudente que pongáis a prueba la virtud de la palabra de Dios”. (Véase Alma 31:5)
“Os exhorto a volver a comprometeros a estudiar las Escrituras. Sumergíos en ellas diariamente para poder tener así el poder del Espíritu como ayuda en vuestros llamamientos…”
Nota:
El presidente Benson preparó este mensaje para presentarlo el viernes 4 de abril de 1986, en la reunión de liderazgo del sacerdocio, pero solamente dio una parte. a su solicitud, fue impreso en la Liahona de julio de 1986 el texto completo.
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