En muchos países durante el mes de junio se celebra el Día del Padre. Reuniones familiares, almuerzos y regalos, artesanales o comprados, son el toque especial ese día. Es bastante probable que en los mensajes de las reuniones sacramentales se haga alguna mención a los padres. Resulta curioso que cuando se homenajea a las madres en su día, los mensajes que escuchamos hablan de lo maravillosas que son las madres, de cómo debemos cuidarla y respetarla, del divino papel de la mujer como madre y de todo lo que significa la madre en nuestras vidas.
En cuanto a los padres, en su día usualmente escuchamos de sus responsabilidades, de su deber de cuidar a la esposa y a los hijos, de ser bueno y generoso, de proveer y mantener la familia, y al finalizar la reunión, más de una vez nos sentimos llenos de culpa por todo lo que todavía no somos y/o hicimos. Sin embargo, cualquier sentimiento de injusticia o discriminación desaparece, cuando recibimos el abrazo y beso de nuestra esposa, y de nuestros hijos. Ese día no hay reclamos ni pedidos; sólo agradecimiento.
Un sentimiento doble nos embarga por el hecho de ser hijos y a su vez padres. Es especial poder homenajear y ser homenajeados. Abrazar a nuestro padre tal vez sea una de las sensaciones más gratas para mostrar nuestro agradecimiento. Algo similar sucede al recibir el abrazo de nuestros hijos. Es decir gracias y que nos digan gracias.
Los regalos constituyen una manera de demostrar nuestro agradecimiento y son el medio terrenal para homenajear a las personas que amamos, pero siempre es un dilema elegirlos. Recordar qué regalamos el año anterior, pensar qué necesita, qué le gustará, qué talle, color o medida, qué le regalarán los otros. Decidir entre algo útil o entre algo que le gustará, aunque a nuestros ojos no sea necesario; o entre un regalo personal o uno en conjunto para sumar fuerzas al momento de comprar. Quizá sea algo hecho por nuestras manos que nos requiera mucho más tiempo que el sólo hecho de ir a comprar. Decenas de preguntas que dan vuelta en nuestra mente y son tema de conversación entre hijos y hermanos en esos días en que decidimos homenajear. La verdad es que el regalar es parte del “dar ” y del “agradecer” que nos llena de felicidad y satisfacción. Por supuesto, el recibir, aunque no lo busquemos, también nos hace felices. Es parte importante de una relación de amor continuo y eterno… dar y recibir desinteresadamente.
Puede ser que nuestro padre haya terminado su misión en esta vida y ese abrazo no podamos concretarlo por un tiempo. Sin embargo, el agradecimiento profundo prevalece y nos llena de una felicidad que multiplica recuerdos de distintas épocas. En muchos casos nos cuesta encontrar algo que equivalga al Gracias que sentimos dentro nuestro y que crece a medida que pasa el tiempo. Creo que los sentimientos se las arreglarán para llegar y de hecho, agradecer a nuestro Padre en nuestras oraciones por el padre que tuvimos (y tenemos), tal vez sea la mejor manera de que lleguen. Después de todo, el espíritu de Elías acerca el corazón de los padres a los hijos y de los hijos a los padres, de este lado del velo y también del otro. La obra del Señor es intensa aquí y allá.
El regalo material en este caso se complica; no hay forma de hacerles llegar una corbata o un par de pantuflas o el portalápiz artesanal. Sin embargo, hay muchas cosas más valiosas y eternas que podemos regalar. Por sólo mencionar algunas, quizás la que considero más importante, si es que nuestro padre no tuvo la oportunidad de conocer el evangelio, hacer las ordenanzas en el templo por él y sellarnos como familia. ¿Qué mejor regalo? Es algo que él no puede hacer. Él nos dio la vida terrenal junto con nuestra madre; con estas ordenanzas vicarias nosotros le damos el acceso a la vida eterna. Nada más importante y valioso. Y después podemos continuar con los regalos especiales al hacer lo mismo con nuestros abuelos, bisabuelos y todos nuestros antepasados. ¡Años para hacer regalos!
Pero si esas ordenanzas ya han sido hechas, nuestra fidelidad es el eslabón que las preserva. Esforzarnos por ser cada vez más dignos es otro regalo que podemos dar, con un valor que traspasa lo material y temporal.
Transmitir nuestros recuerdos gratos con él, sus experiencias y enseñanzas de generación en generación es otra manera de agradecer. Para ello debemos registrar, algo que hoy no requiere más que tiempo; no es necesario fundir planchas ni grabarlas. Lápiz y papel abundan, las PC, notebooks y tablets también. Y si nos cuesta escribir, podemos grabar y hasta filmar. Sólo debemos querer hacerlo y dedicar un poco de tiempo. Nuestra descendencia disfruta y se beneficia al conocer las historias y el pensamiento de sus antepasados. Es otro buen regalo y estos regalos son eternos.
“Si a nuestro padre terrenal le debemos muchísimo, a Él
le debemos todo…”
Para cada uno, su padre es el más especial (aunque nunca lleguemos a igualar a las madres), por más que tenga errores y aunque también debería ser el día del padre todo el año, es natural el deseo de concentrar los agradecimientos en un día, y ya sea como hijos o como padres, lo disfrutamos. Siempre es lindo agradecer y recalcar que amamos.
Ahora bien, hay un Padre que todos tenemos y compartimos. Perfecto como ser y en sus acciones. Nunca podremos encontrar un abrazo más valioso y amoroso que el de Él, con la facultad de sanarnos y fortalecernos. De nadie recibiremos más bendiciones. Si a nuestro padre terrenal le debemos muchísimo, a Él le debemos todo. Si bien en cientos de pasajes de las Escrituras insiste en que le pidamos cosas, es de buen hijo agradecer y agradecer en cantidad y calidad.
También en el día del Padre. Él debe estar en nuestra mente y en nuestro corazón. Muchos son los regalos que podemos darle, de esos eternos y valiosos. Quizá el de mayor valor, sea la confirmación de nuestro compromiso de volver a su presencia, de permanecer fieles y perseverar hasta el fin.
Por más ocupados que estemos, no dejemos de acordarnos de nuestros padres, estén presentes o no. Es un día para honrarlos y agradecer, para estar felices juntos. Si no están cerca, también podemos homenajear y agradecer, y estar felices, hijos, padres y Padre. En ese día, sea con nuestro padre terrenal o nuestro Padre Celestial, no hay lugar para pedidos ni reclamos… sólo nos nace un emotivo y gigantesco: ¡Gracias!
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