Liberando el corazón y sanando el alma
Liberar el corazón de cargas emocionales y sanar el alma es un proceso transformador que nos permite despejar el camino hacia nuestro potencial.
Hace algún tiempo leí acerca del desafío de sostener un vaso de agua en alto. La idea es que, aunque al principio no parece pesado, el peso pareciera variar dependiendo del tiempo que lo sostengamos. La pregunta es: ¿Por qué llegará un momento en que se volverá insostenible sostener ese vaso que al principio resultaba tan fácil de sostener?
Días atrás, viví una experiencia en la que no tuve que sostener un vaso de agua, pero sí tuve que ir al correo a recoger una caja. Sus dimensiones eran aproximadamente 20 cm x 30 cm x 30 cm, podríamos decir que era pequeña, y la tendría que llevar hasta mi casa, que estaba a unos dos kilómetros del correo. No parece mucho, ¿verdad?
Al principio parecía que no pesaba nada, pero llegado un momento del recorrido, la sensación de liviandad había desaparecido por completo. Las cuadras parecían cada vez más largas, aparecían pozos que antes no había notado, y el sol, por momentos, parecía que estaba cada vez más cerca de mí. Esa pequeña caja, que inicialmente parecía práctica y soportable, poco a poco se fue volviendo algo incómoda y difícil de seguir trasladando.
Lo peor del caso es que las personas que se cruzaban conmigo me miraban, afirmando lo que mi cabecita pensaba: “¡Qué exagerada esta chica! ¿Cómo no va a poder llevar esa caja?”. Lo que ellos no sabían era que yo la venía trayendo por unas cuantas cuadras. Al tomar un descanso en el camino, parecía aliviarse un poco, pero en cuanto reiniciaba la marcha, su peso e incomodidad se multiplicaban.
Hubiese sido más práctico tal vez, haber tomado un micro o pedirle a alguien que me ayudara para ir repartiendo el esfuerzo en el trayecto, pero como bien dice la consabida frase “DE TODO SE APRENDE”, esto me llevó a una reflexión acerca de cosas que nos suceden y las queremos pasar por alto, pero se comienza a gestar algo dentro nuestro que nos impide avanzar y, como sucedió con la caja, nuestra casa parece estar cada vez más lejos.
A veces cargamos con cosas que ya deberíamos haber dejado atrás o simplemente con cosas que ni siquiera son nuestras. Cuando hablo de “cosas”, valga la redundancia, me refiero a todo aquello que alguna vez nos hirió y que dejamos pasar como si no nos hubiera afectado, pero en realidad sí lo hizo más de lo que pensamos. Me refiero a palabras hirientes, actitudes desagradables, exigencias de la sociedad, conflictos familiares, amistades desleales, etc. No se les puede asignar un tamaño o gravedad; las cosas que nos toque atravesar pueden ser grandes o pequeñas. Pero lo cierto es que, mientras más tiempo las llevamos dentro de nosotros sin soltarlas, esas “cosas”, como si adquirieran vida propia, se vuelven más pesadas.
Cuando llegué a casa y pude dejar la caja en su lugar correspondiente, beber un buen vaso de agua fresca me brindó una refrescante sensación de alivio. Lo mismo podemos hacer con esas cargas que venimos arrastrando en nuestro interior desde hace tiempo: dejarlas en su lugar. Solo se necesitan dos palabras o frases para hacerlo: “Te perdono” o “Perdóname”. Solo de pensarlo ya me cuesta escribirlo. No porque no sepa cómo hacerlo, sino porque, ya sea “perdóname” o “te perdono”, no siempre estamos preparados para decirlo.
Vuelvo a decir que debemos colocar ese peso en su lugar correspondiente, lo cual puede involucrar personas, lugares, nombres, momentos, etc. Una vez que podamos darle forma, una forma real, será más fácil y podremos depositar ese “perdón” en el lugar que corresponda, olvidar y sanar.
Cuando decimos “perdón” o “perdóname”, estamos dejando atrás un peso que seguramente se volvía cada vez más insostenible. A su vez, no sería raro que a ese “peso” se agregarán otros, reales o supuestos: “lo que hice”, “lo que me hicieron”, “lo que dirán” y otros, pero cuando, sin esperar nada a cambio, perdonemos o pidamos perdón, será ahí, en ese preciso momento, en que la carga empezará a alivianarse hasta desaparecer.
Si no logramos sacarnos esos pesos, podemos caer en la trampa de la rumiación, quedar enredados en sus consecuencias y darle el poder de manejar nuestras vidas. La demora en no soltar las cargas, pueden llegar a dañar nuestros brazos y manos y agotar nuestras fuerzas dejando entrar en escena el peligroso rencor.
Perdonar y/o pedir perdón requiere que nos desprendamos del orgullo, un peligroso virus que muchas veces no nos deja avanzar en el proceso aliviar nuestras cargas. La mayoría de las veces, solo necesitamos perdonar y/o pedir perdón, sin esperar una acción recíproca de las otras partes. Uno mismo necesita imperiosamente esa acción. En otros casos, la acción será “perdonarnos a nosotros mismos”, algo que a veces nos cuesta demasiado. Y la clave está en confiar en la expiación y su bálsamo sanador.
“Por alguna razón pensamos que la expiación de Cristo se aplica solamente al final de la vida mortal para redimirnos de la Caída, de la muerte espiritual, pero es mucho más que eso. Se trata de un poder en constante vigencia al que podemos recurrir a diario. Cuando estamos siendo atormentados, atribulados o torturados por la culpa o agobiados por las tribulaciones, Él puede sanarnos”.
(Élder Boyd K. Packer, Liahona julio 2001, pág.26)
Me pregunto, ¿Cuánto poder pueden llegar a tener palabras tan simples como el “Perdón” o “Perdóname”?, ¿Qué es lo que sucede en nuestro interior con nuestros pensamientos y sentimientos cuando estas palabras se convierten en acción? Estas palabras nos liberan de un enorme peso, de una gran carga emocional que puede llegar a enfermarnos físicamente.
Perdonar y pedir perdón nos hace crecer en todos los sentidos, cambia nuestra visión del mundo, el crecimiento que logramos no es físico sino espiritual, afecta nuestro entorno, porque si yo cambio el mundo entero cambia conmigo.
¿Todavía seguís con el “vaso de agua” en la mano, o ya encontraste el lugar donde poder depositarlo?
“En esta vida hay bastante aflicción y dolor sin que agreguemos más con nuestra terquedad, amargura y resentimiento. No somos perfectos. La gente que nos rodea no es perfecta. Las personas hacen cosas que molestan, decepcionan y enojan; en esta vida mortal siempre será así. No obstante, debemos librarnos de nuestros resentimientos. Parte del propósito de la vida terrenal es aprender a liberarnos de esas cosas. Ésa es la manera del Señor. Recuerden que el cielo está lleno de aquellos que tienen esto en común: Han sido perdonados y perdonan. Pongan su carga a los pies del Salvador; dejen de juzgar. Permitan que la expiación de Cristo los cambie y les sane el corazón. Ámense el uno al otro; perdónense el uno al otro. Los misericordiosos alcanzarán misericordia.” (Dieter F. Uchtdorf, Liahona mayo 2012, pág. 77)
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