Los mejores líderes no son los que se matan trabajando para hacer todo solos sino los que siguen el plan de Dios y consultan con sus consejos.
Antes que me llamaran como Autoridad General, yo trabajaba en la industria automovilística, como lo había hecho mi padre. A través de los años aprendí a apreciar el sonido y el buen funcionamiento de un motor bien ajustado. Es como música para mis oídos escuchar tanto el suave susurro de un motor encendido como el vibrante rugido de un motor a toda marcha. El poder que detonan esos sonidos es más emocionante aún. Nada se compara a sentarse al volante de un buen automóvil cuando todas las partes del motor funcionan bien y en perfecta armonía.
Por el contrario, no hay nada más deprimente que un automóvil no funcione bien. Aunque la pintura esté impecable y el interior sea comodísimo, si el motor no funciona como debe, el auto no cumple con su finalidad. Puede marchar aunque parte de los cilindros falle, pero no corre tan aprisa ni llega tan lejos como si estuviera bien ajustado.
Desdichadamente, algunos barrios de la Iglesia funcionan con unos pocos cilindros, algunos, incluso, con uno solo; el barrio de un cilindro es aquel en el que el obispo soluciona todos los problemas, toma todas las decisiones y se asegura de que se cumplan todas las asignaciones. Y, como un cilindro de auto sobrecargado, pronto se desgasta.
Los obispos ya tienen grandes responsabilidades. Ellos, sólo ellos, tienen ciertas llaves, y son los únicos que pueden realizar ciertas tareas. Pero no se les llama para que lo hagan todo, en todo momento y a todos los miembros. Se les llama para que presidan y guíen y extiendan el amor de Dios a todos Sus hijos. Nuestro Padre Celestial no espera que desempeñen solos todas las tareas.
Lo mismo aplica a nuestros presidentes de estaca, y a los presidentes del cuórumes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares y, por extensión, también a los padres. Todos tenemos mayordomías que requieren mucho tiempo, talento y energía, pero nunca se nos exige que lo hagamos solos. Dios, el Maestro Organizador, ha inspirado la creación de un sistema de comités y consejos. Si se entiende y se aplica, este sistema alivia la carga de todos los líderes y extiende el alcance y el impacto del ministerio de éstos por medio de la ayuda combinada de los demás miembros.
Seis meses atrás, hablé desde este púlpito de la importancia del sistema de consejos de la Iglesia; me referí al gran poder espiritual y la guía inspirada que se pueden derivar de los consejos bien llevados de familia, barrio y estaca. El Espíritu continúa testificándome lo vitales que son los consejos de la Iglesia, cuando se realizan apropiadamente, para cumplir con la misión de la Iglesia.
Por esa razón, traté de ver si nuestros fieles y diligentes obispos habían entendido bien mis palabras pronunciadas en octubre, y durante sesiones de capacitación que he realizado en varias partes desde la última conferencia general he puesto atención especial a los consejos de barrio; como parte de esa capacitación, invité al consejo de barrio; en cada caso, le daba al obispo un problema supuesto de una familia inactiva y le pedía que por medio del consejo del barrio ideara un plan para activarla.
Sin excepción, el obispo se hacía cargo de la situación inmediatamente y decía a los demás: “Este es el problema y esto es lo que pienso que podemos hacer para resolverlo”, después de lo cual daba asignaciones a los miembros del consejo del barrio.
Considero que dieron un buen ejemplo de delegación, pero no utilizaban en lo más mínimo la experiencia y a capacidad de los miembros del consejo para resolver el problema. Al final, le pedía al obispo que tratara otra vez pero entonces le decía que antes de hacer ninguna asignación, recabara ideas de los miembros del consejo; le pedía especialmente que escuchara las sugerencias de las hermanas.
Cuando el obispo les daba la oportunidad a los miembros del consejo de expresar sus opiniones, era como abrir las compuertas del cielo; una ola de inspiración e ideas inundaba súbitamente a los miembros del consejo mientras planeaban la reactivación de la familia en cuestión.
Al presenciar la misma escena vez tras vez durante los últimos seis meses, decidí que no estaría fuera de lugar hablar otra vez de la importancia de los consejos. No es mi intención reprender a los que no hayan tomado en serio lo que dije la última vez, sino que lo hago porque la Iglesia necesita con urgencia que los líderes, especialmente los presidentes de estaca y los obispos, aprovechen y canalicen la fortaleza espiritual por medio de los consejos. Los problemas familiares, del barrio y de la estaca pueden solucionarse de la manera en que el Señor lo ha revelado.
La experiencia me dice que muchas personas se benefician cuando los líderes utilizan sabiamente los comités y los consejos. Adelantan la obra del Señor con mucha más rapidez y la llevan más lejos, como un automóvil que funciona en óptimas condiciones; los miembros de los comités y de los consejos son unidos, y juntos hacen un viaje mucho más agradable por la carretera del servicio de la Iglesia.
Recientemente, un obispo que estaba muy preocupado por la falta de reverencia del barrio expresó esa inquietud a los miembros del consejo del barrio para que le dieran sugerencias. La presidenta de la Primaria, titubeante, levantó la mano:
“Bueno”, dijo ella, “hay una persona que siempre habla mucho en la capilla antes y después de la reunión sacramental y esto distrae a todos”. El obispo no se había dado cuenta de que nadie en particular hiciera tanto ruido en la capilla, pero dijo que hablaría con esa persona y le preguntó quién era.
La hermana respiró profundamente y dijo: “Es usted, obispo. Yo sé que lo hace para acercarse a los miembros, y nos gusta que quiera saludar a todos los que llegan, pero cuando los demás lo ven caminar por toda la capilla y hablar con la gente durante el preludio, piensan que está bien que ellos hagan lo mismo”.
Los demás del consejo estuvieron de acuerdo, y el obispo le agradeció y les pidió sugerencias. Entre todos decidieron que el obispado, incluso el obispo, se sentaría en el estrado cinco minutos antes de la reunión sacramental para dar el ejemplo de reverencia en la capilla. En una reunión posterior en que se volvió a tocar el tema, todo el consejo estuvo de acuerdo en que ese sencillo plan había dado mucho más reverencia en la reunión sacramental.
Otro obispo observó que en las reuniones de testimonios los miembros se estaban acostumbrando, en lugar de dar testimonio de Cristo y de Su Evangelio, a dar discursos, a hablar de sus viajes recientes, a contar experiencias ajenas al evangelio o a hablar de paseos o actividades que habían realizado con la familia; él entendía que eran temas importantes para los hermanos que hablaban, pero no eran testimonios de Cristo y Su evangelio. Entonces preguntó a los del consejo de barrio: “¿Cómo podemos enseñar la importancia de testificar en la reunión sobre Cristo y Su Iglesia restaurada sin ofender a los miembros?”
Después de un momento de algunos comentarios de las hermanas, el consejo sugirió que el obispo enseñara a los miembros lo que es un testimonio, y también lo que no es. Además, el consejo decidió que los cuórumes y las organizaciones auxiliares debían hablar en sus reuniones del propósito de la reunión de testimonios, y que los maestros orientadores y las maestras visitantes (actualmente “hermanos y hermanas ministrantes) repasaran este tema con las familias durante la visita mensual.
El obispo ahora dice: “Nuestras reuniones de testimonios han mejorado mucho. Ahora los miembros expresan su testimonio de Cristo y del amor que Él siente por nosotros y la espiritualidad del barrio ha aumentado muchísimo”.
Una de las preocupaciones mayores de las Autoridades Generales es que algunos conversos nuevos no se mantienen activos y que hay otros miembros que tampoco asisten. Si los consejos de barrio estuvieran funcionando como deben, se hermanaría inmediatamente a todos los nuevos conversos, tendrían maestros orientadores o maestras visitantes y recibirían un llamamiento apropiado pocos días después de bautizados. Los menos activos recibirían llamamientos que les hicieran sentir que los miembros del barrio los aprecian y necesitan.
Cuando los presidentes de estaca y los obispos permiten a los líderes de las organizaciones auxiliares y del sacerdocio, a los que el Señor ha llamado para servir con ellos y ser parte de un equipo, que resuelvan problemas, suceden maravillas; esta participación aumenta la comprensión del grupo y conduce a mejores soluciones. Ustedes, obispos, dotan de energía a los líderes del barrio al darles la oportunidad de hacer sugerencias y de que se los escuche; además, preparan a los líderes del futuro al permitirles participar y aprender. Así pueden sacar mucho peso de sus propios hombros. Las personas que sienten que el problema es también de ellas están más dispuestas a encontrarle solución, aumentando así la posibilidad de tener éxito.
Una vez que los consejos apropiados se organicen y los hermanos y las hermanas tengan plena oportunidad de contribuir, los líderes de estaca y barrio pueden ir más allá del simple mantenimiento de las organizaciones: pueden enfocar sus esfuerzos en buscar la forma de mejorar el mundo en que viven. Los consejos de barrio sin duda pueden tratar asuntos como la delincuencia de las pandillas, la seguridad de los niños, el deterioro de las zonas urbanas o las campañas de limpieza comunitaria. Los obispos podrían preguntar a los consejos de barrio: “¿Qué haremos para mejorar nuestra comunidad?” Pensar y participar en el mejoramiento de la comunidad es apropiado para los Santos de los Últimos Días.
Durante los últimos ocho años y medio he servido como miembro de un consejo de doce hombres que venimos de distintos lugares y que aportamos en el Consejo de los Doce Apóstoles una diversidad de experiencias en la Iglesia y en el mundo. En nuestras reuniones, no esperamos sentados que el presidente Howard W. Hunter nos diga que tenemos que hacer, sino que hablamos abiertamente unos con otros y nos escuchamos con profundo respeto por las habilidades y experiencias que cada uno de nosotros aporta al consejo. Conversamos de una gran variedad de temas, desde la administración de la Iglesia hasta los acontecimientos mundiales, con toda franqueza. A veces tratamos un asunto durante semanas antes de tomar una decisión; no siempre nos ponemos de acuerdo mientras intercambiamos opiniones, pero una vez que se toma la decisión, siempre estamos unidos y resueltos.
Este es el milagro de los consejos de la Iglesia: que nos escuchamos mutuamente y escuchamos al Espíritu. Cuando nos apoyamos unos a otros en los consejos de la Iglesia, empezamos a comprender cómo Dios puede transformar a hombres y mujeres comunes en líderes extraordinarios. Los mejores líderes no son los que se matan trabajando para hacer todo solos; los mejores líderes son los que siguen el plan de Dios y consultan con sus consejos.
“Venid ahora”, dijo el Señor en una de las dispensaciones antiguas por medio del profeta Isaías, “y razonemos juntos” (Isaías 1:18). En esta última dispensación, repitió esta exhortación, diciendo: “…venid… y razonemos juntos para que entendáis” (DyC 50:10).
Recordemos que el consejo básico de la Iglesia es el consejo de la familia. Los padres deben aplicar con diligencia los principios que he expuesto en sus relaciones con sus cónyuges y con sus hijos. Si lo hacemos, tendremos en nuestro hogar el cielo en la tierra.
Hermanos y hermanas, trabajemos juntos como nunca en nuestras mayordomías para encontrar la manera de utilizar con más eficacia el estupendo poder de los consejos. Les pido que piensen lo que dije sobre este tema en octubre del año pasado y en lo que he dicho hoy. Les testifico que, cuando nos consultamos, podemos darle a nuestro ministerio el gran ímpetu del plan revelado por Dios para el liderazgo del evangelio.
Que Dios los bendiga para que se mantengan unidos a fin de fortalecer a la Iglesia y a nuestros miembros.
Los mejores líderes no son los que se matan trabajando para hacer todo solos; los mejores líderes son los que siguen el plan de Dios y consultan con sus consejos.
Mensaje dado en la Conferencia General de abril de 1994, y publicado en la Liahona de julio de 1994, págs. 28-31)
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