Nostalgia y perspectivas frente al fuego
En medio de la danza de las llamas, el crepitar del fuego despierta reflexiones sobre el fin de un año, las experiencias vividas y las expectativas para el futuro.
Observando las llamas de un fuego vivaz que arde en un espacio solitario de mi casa, escucho el crepitar de la grasa cayendo sobre las brasas como si fueran un millar de grillos cantando a la luna. Mágicamente me transporto a un mundo lleno de preguntas en busca de respuestas que a veces resultan esquivas. La primera que asalta mi cabeza es la pregunta más frecuente de todas: “¿Qué sucedió?”, y enseguida surge otra pregunta, casi explicando el misterio de la primera: “¿En qué momento llegamos a este instante presente, dejando un año atrás?”
Hace tiempo me dijeron que, pasando los 15 años de vida, todo comenzaría a correr rápidamente y la vida se pasaría en un abrir y cerrar de ojos. Hoy, sentada y observando las llamas del fogón, me doy cuenta de cuánta razón tenían. Han pasado 10 años desde ese comentario y, aunque no me he dado cuenta del paso del tiempo, al recordar esa frase, aún me sigue asombrando.
Con la llegada de estas fiestas tradicionales, todos andan alborotados y a las corridas, yendo de allí para allá e intentando complacer a todos. Buscan que todo salga bien, recordar cada detalle planeado y completar la lista escrita para que las largas filas hayan valido la pena. Esperan que las cartas que se enviaron sean respondidas y que alguien les devuelva una sonrisa.
Para cumplir con las expectativas de todos, habrán recurrido a muchas cosas, incluso romper ese chanchito que costó tanto llenar y que alguna vez pensamos que podría ser la base de nuestra fortuna y todo sucumbió en lo que fue un mes de locos.
Pero no siempre esta época es una fiesta para todos, o no la viven con tanta intensidad. Charlando con una persona muy cercana a mi círculo social, me dijo que al acercarse estas fiestas es cuando él comienza a cuestionarse qué rumbo tomó este año en su vida. Aunque ya pasó y no puede volver para atrás, sí puede hacer una autoevaluación y ajustar aquellas tuercas que quedaron flojas. Puede seguir desarrollando todo aquello que descubrió, ya sean talentos, amistades, rutinas, o cualquier cosa que lo hizo feliz, tanto a él como a su entorno.
Durante estos 365 días, cada uno de nosotros ha experimentado situaciones positivas y negativas que han influenciado el tipo de vida con el que llegamos al final del año. Hubo sorpresas que nos llenaron de alegría y felicidad, emociones que perduraron por meses e incluso años. También hubo acontecimientos inesperados que marcaron nuestro rumbo, así como momentos sencillos pero significativos que se convirtieron en preciosas anécdotas y recuerdos que siempre podemos evocar para dibujar una sonrisa.
Además, hemos interactuado con diversas personas de diferentes maneras: 1) Aquellas que llegaron a nuestra vida, 2) las que se marcharon, 3) las que decidimos alejar, 4) las que nos alejaron, 5) las que vimos en una sola ocasión pero dejaron una huella en nosotros con su mirada, y 6) aquellas cuyas miradas no recordamos, pero que sí recuerdan la nuestra.
En definitiva, están aquellos que percibimos y aquellos que pasan desapercibidos, aquellos para quienes existimos y aquellos que no nos registran.
Podría escribir un capítulo sobre otros eventos fantásticos, como los viajes que llenaron nuestras galerías de fotos y la memoria del celular. Viajes que, al cerrar los ojos, podemos escuchar risas y carcajadas que nos hacían doler la panza y nos ponían los pómulos colorados. También, muchas experiencias de aprendizaje que no buscábamos, pero que nos fueron dadas porque la vida así lo dispuso, para poder avanzar de nivel en esta travesía llamada existencia.
Me pregunto, ¿en qué estante colocaré algunas negligencias cometidas o aquellos temas que me negué a abordar y no permití que nadie supiera? ¿Dónde guardaré los sueños que no pude alcanzar, aquellos que eran mis metas a corto plazo? ¿Dónde encontraré el primer peldaño de la escalera que me llevará al sueño que tengo pendiente de cumplir, al cual le he prolongado el plazo? ¿Dónde ubicaré mis miedos para que no sean visibles para todos?
Al fin y al cabo, resulta que la vida es causa y efecto, y al final siempre llega una etapa, por distintos motivos, en la que surgen planteamientos y replanteamientos. La Navidad, debido a su carácter espiritual y al ambiente festivo que la rodea, se convierte en un día de celebración y, por qué no, en un día con un poco de locura, esa locura que nos hace gastar dinero a manos llenas como si no hubiera un mañana y nos hace coincidir con el dicho “la plata va y viene”.
Diciembre, desde hace años, genera una gran movilización en nuestras mentes. A estas alturas del año, algunos están cansados o agotados, el cuerpo y la mente dicen “basta”. El árbol de Navidad se convierte en un símbolo de “cerrado por vacaciones”, ponemos nuestra vida standby y con gusto soñamos despiertos con los regalos que vamos a recibir.
Pero para nosotros, miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tiene un significado especial. A pesar de que sabemos que nació en abril, aun así lo conmemoramos en diciembre para unirnos al resto del mundo cristiano, y además, nunca está de más recordar el nacimiento de Jesucristo. Al recordarlo, Él tiene el poder de reunir a la familia y tocar nuestros corazones. Estar juntos (padres, hijos, hermanos, tíos, esposas, esposos, abuelos) nos permite alimentar el alma con el recuerdo de ese nacimiento, lleno de humildad, que nos llena de sentimientos de gratitud, amor, esperanza (Moroni 10:20), perdón, ilusión y alegría, y a veces también, por qué no, tristeza y nostalgia por personas que ya no están.
Todo esto, en medio de recuerdos de cosas que nos han sucedido y de las que quizás creemos que no pudimos hacer nada. De repente, siento que una lágrima recorre mi mejilla, y es entonces cuando miro a la parrilla y me doy cuenta de que ¡tengo que dar vuelta la carne!
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