¿Quién dijo que madre hay una sola?
Muchas son las mujeres que nos ayudaron a transitar la infancia y la juventud como si fueran nuestras madres y que estarán siempre unidas a nuestra vida.
Cuando comenzamos a enumerar las características que definen a una madre, encontramos que son tantas las facetas que la conforman, que es una tarea bastante difícil de realizar sin dejar de lado a ninguna mujer. Es que tomamos conciencia que si bien nosotros somos el producto de la enseñanza, paciencia, amor, ternura y disciplina de la madre que nos dio a luz, también recibimos la luz de aquellas mujeres que actuaron como si fueran nuestras madres.
El don de la maternidad no está reservado sólo a mujeres que tienen hijos con dolores de parto o las que con dolor los han buscado en juzgados, hospitales o casas de niños solos.
Son madres las que deciden tomar para sí a quienes tienen los corazones rotos, los que se encuentran perdidos en el camino, sin dirección o rumbo. Y necesitan una voz de alerta, una guía amorosa que los ayude a entender el propósito de sus vidas. Las muchas mujeres que en nuestra infancia y juventud supieron dar la palabra necesaria, ofrecer la sonrisa justo ese día que llorábamos un desengaño amoroso, y tender la mano para sostenernos en medio de la tormenta.
Son madres las que perciben, con la sensibilidad que sólo las mujeres poseen, cuándo alguien necesita un abrazo o un par de oídos para desahogar las penas. Las que sienten que deben hacer ese llamado telefónico y preguntar cómo salieron en un examen, o cómo les fue en el médico.
Son madres las que sin tener hijos, siempre tuvieron en sus corazones a aquellos alumnos de seminario. A quienes les escribieron metódicamente, mientras estaban en la misión. O a quienes acompañaron al templo por primera vez y les regalaron un álbum de fotografías para sus bodas.
También lo son las mujeres que de lejos disfrutan el progreso de los hijos de sus amigas, sintiéndose parte del mismo al recordar las veces que los cuidaron, las que oraron por ellos al estar enfermos, o las ocasiones que lloraron junto a sus madres por la aflicción sufrida.
Son madres las tías presentes en todos los acontecimientos familiares. Las recolectoras de anécdotas divertidas para los sobrinos. Las que oran por los hijos de sus hermanos, llamándolos por sus nombres, pidiendo específicamente lo que ellos necesitan. Las que hacen los regalos más disparatados como “burbujeros” que llenan de jabón los pisos de las casas, o “mascotas adorables” que sus hermanas o cuñadas mirarán con cara de espanto de sólo pensar lo que se les viene encima.
Las tías que nunca olvidarán de llamar para cumpleaños y eventos especiales y que no podrán creer lo inteligentes que son todos sus sobrinos. Lo cual contarán a sus compañeros de trabajo como logros espectaculares, aunque sean traviesos como todos los chicos, pero a sus ojos, son los más destacados del planeta. Las que tienen la heladera o el escritorio lleno de dibujitos de ella misma con cada uno de ellos y fotos de sus autores, niños con caras sucias o haciendo muecas.
También son madres las tías que elegimos en nuestras vidas. Esas amigas de la familia que participan emocionadísimas de una noche de hogar. Las que compraron la primer ropita de bebé, el cuarto anillo de HLJ (¡se pierden con mucha facilidad!).
Quienes se sienten honradas al ser elegidas para dar la oración en el bautismo del hijo de sus amigos de juventud. Las que asombradas ven como una parte de sus vidas también viaja a tierras lejanas para servir al Señor. Las que más fervientemente oran para aliviar el dolor, la angustia o la tristeza.
Son madres las maestras que vieron nuestro potencial y trabajaron denodadamente para que nosotros tuviéramos esa misma visión. Las que despertaron en nosotros la vocación o el deseo de ser mejores. Las que nunca olvidan que fuimos sus alumnos. Las que guardan nuestras cartitas con dibujos o nuestras notas de agradecimiento, como los tesoros más preciados.
Es madre la vecina que nos atendió en su casa cuando mamá no estaba, cuando estar solos nos asustaba un poco o cuando la tragedia golpeaba nuestra puerta. La que nos daba los primeros higos de su higuera a nosotros antes que a los suyos. La que era nuestro cómplice y tenía una llave de nuestra casa para socorrernos cuando nos la olvidábamos.
Pienso en las muchas mujeres que sin tener hijos propios igualmente actuaron como madres sustitutas en momentos en que una mamá no estaba cerca. Las distancias nunca impidieron que las madres dejen de orar o sentir que debían orar por sus hijos. Pero fueron otras mujeres las que ocuparon su lugar como si ellas mismas estuvieran allí. Tenían el don en sus corazones, la divinidad de la maternidad en sus almas. Sabían cómo ayudar y cumplieron su papel con extraños como si fueran sus propios hijos.
Quien nos trajo al mundo es nuestra madre por siempre, la que estará unida a nosotros por la eternidad. Quienes nos ayudaron a transitar la infancia y la juventud, son las madres que elegimos sin darnos cuenta. Las que estarán siempre unidas a nuestra vida porque así lo deseamos.
...también recibimos la luz de aquellas mujeres que actuaron como si fueran nuestras madres.
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