El progreso eterno: estudiar y aprender toda la vida
Cada uno de acuerdo a sus capacidades siempre está en condiciones de seguir aprendiendo y nunca debemos perder el deseo de superarnos.
“Así será el conocimiento de la sabiduría para tu alma; si la hallas, entonces habrá un porvenir, y tu esperanza no será frustrada.” (Proverbios 24:14)
Cuando escuchamos la frase ‘el saber no ocupa lugar’ pensamos en los libros que andan dando vuelta por la casa, en la computadora llena de archivos, en los cuadernos de la escuela que alguno se resiste a tirar y en la enorme cantidad de papeles que se acumulan en la universidad.
El conocimiento adquirido en estudios académicos, cursos, talleres, clases, hasta en programas de TV, en realidad no ocupan más que un porcentaje no muy grande de nuestras conexiones cerebrales.
Siempre estar aprendiendo
No es de sorprender que muchos médicos y terapeutas aconsejen con tanto énfasis que no debemos dejar de aprender para evitar algo así como una artrosis neuronal, esa que nos afloja la memoria, nos endurece los mecanismos de resolución de problemas, enlentece nuestras palabras y acota nuestra mirada optimista de la vida.
No es nada raro entonces darnos cuenta que las palabras de los profetas de la antigüedad, también hacen referencia a la actividad (física o intelectual) como una manera de mantenerse despierto espiritual y emocionalmente.
El consejo de Alma a su hijo Shiblón es más que elocuente: ‘procura evitar la ociosidad’ (Alma 38:12). ‘No seamos perezosos’ le dijo a Helamán. (Alma 37:46) Y a Coriantón le enseñó nuevamente todo lo que había escuchado antes, le aclaró y le dio más conocimiento sobre las dudas que habían surgido en su vida y después lo mandó a trabajar. (Alma 39-42)
Adquirir conocimiento y aplicarlo sería la fórmula para mantener la mente ocupada en cosas que edifiquen nuestra vida y construyan mejores puentes con las demás personas. Todo conocimiento adquirido se torna así en una herramienta para nuestro progreso personal.
Uno se maravilla al descubrir a personas que ya están para sentarse en el jardín del frente de la casa, tomando cursos de computación, clases de baile o estudiando un idioma. Me sorprendí al ver a personas de más de 50 años que estudian italiano y francés para comprender lo que leen en los registros genealógicos. Ni hablar de los jóvenes que descubrí estudiando ruso con el mismo fin y otros fines, que supongo ellos aún no han descubierto.
Cuando escuché a la madre de un amigo expresar su deseo de aprender computación, mi primer pensamiento fue ‘¡a esta edad ponerse delante de una computadora!’. Con los meses quedé muda al enterarme la cantidad de nombres que ella había indexado en el FamilySearch Indexing.
No hay una edad, ni un límite físico para aprender y estudiar.
Cada uno de acuerdo a sus capacidades siempre está en condiciones de seguir aprendiendo. El asunto es que uno no pierda el deseo de superarse a sí mismo. Muchos de los jóvenes que fracasan en sus trabajos, comenzaron deambulando entre libros, buscando excusas para no tomar las riendas de su responsabilidad.
No es necesario ser universitario para tener éxito en la vida. Es necesario crecer en lo que uno haya elegido como medio de sustento. Aprender a desarrollar un negocio familiar podría incluir leer sobre marketing. El ser empleado en una farmacia podría motivarnos a leer sobre la interacción medicamentosa y saber y estar alerta a situaciones en las que se requiera nuestro sentido común.
Cuando la malaria económica tocó la puerta de casa, empecé a coser haciendo arreglos de ropa y confeccionando cortinas entre las madres de la escuela a la que asistían mis hijos. Una querida hermana de la iglesia que era modista me ayudaba con su experiencia enseñándome técnicas y trucos de costura. Pero es su consejo el que quedó grabado mejor: ‘Si vas a coser, estudiá el manual de la máquina de coser. Armala y desarmala para saber arreglarla vos misma’. Así me encontré muchas veces leyendo el manual de la máquina de coser, buscando en Internet cómo arreglar el lavarropas, cómo cambiar el enchufe de la plancha… Bueno, muchas veces terminó mi esposo el trabajo, otras el electricista, pero aprendí que era capaz de aprender lo que para mí era indescifrable.
Fuerzas del cuerpo y facultades del alma
Mormón nos cuenta que el rey Benjamín estuvo ‘trabajando con todas las fuerzas de su cuerpo y las facultades de su alma entera’ para lograr ‘la paz en el país’ (Palabras de Mormón 18). Tal vez lo nuestro no sea lograr la paz del país sino la de nuestra casa. Entonces todo el conocimiento adquirido por el estudio y la experiencia podrá ser aplicado para nuestro beneficio y el de la familia.
Aprender mucho
Es interesante ver que cuando a Emma Smith se le llamó a compilar los himnos, el Señor le aclaró que aún cuando hubiese recibido el Espíritu Santo ella debía esforzarse para potenciar su don y magnificar su llamamiento, como esposa, madre y mujer de Sión:
‘Porque pondrá sus manos sobre ti, y recibirás el Espíritu Santo; y dedicarás tu tiempo a escribir, y a aprender mucho’ (DyC 25:8)
¡No le dijo descansá en cuanto puedas! La mejor manera de mantener eficiencia en nuestras asignaciones es no dejar de aprender. Es sentirnos insatisfechos, con una insatisfacción que promueva la actividad mental, que nos invite a buscar y a desarrollar aspectos dormidos de nuestro intelecto.
Aunque nuestro trabajo implique la tecnología, no está mal incursionar por textos sobre salud o pedagogía (NO los ensayos baratos de Internet, ni las revistas de pseudo-investigación científica). Si lo nuestro va por el arte o las habilidades físicas o manuales, estaría interesante desarrollar otras destrezas.
No sé en qué circunstancias el Predicador de Eclesiastés se encontraba, cuando sostuvo lo siguiente:
‘Porque escudo es la sabiduría y escudo es el dinero, pero la ventaja del conocimiento es que la sabiduría da vida a sus poseedores.’ (Eclesiastés 7:12)
Conocimiento, autosuficiencia y sabiduría
Queda claro que ser autosuficientes económicamente, será para nosotros como un escudo (hoy diríamos que somos solventes e independientes con capacidad de ahorro). Pero la gran ventaja de aquel que estudia sin importar la edad, o condición física y económica, es que ese conocimiento será sabiduría en el momento de necesidad emocional, espiritual o afectiva. Y esa sabiduría le dará vida, es decir le hará la vida mejor, más placentera y productiva, más optimista.
Recuerdo a mi primera compañera de maestras visitantes, la hermana Pura Losinno, de 80 años en ese entonces, quien me dijo: ‘Yo leo todo aunque después me lo olvide, porque sé que ese conocimiento se levantará conmigo en la resurrección. Y ahí voy a saberlo todo.’
‘Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección; y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por medio de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero.’ (DyC 130:18-19)
Si la abuela Pura, como la llamábamos, seguía estudiando no puedo quedarme atrás sin seguir su ejemplo. Aunque lo mío no sea la computación sigo intentando aprender los programas de armado de páginas web. Claro que siempre tengo un amigo que me saca las papas del fuego o a mi esposo que aprende leyendo y tomando cursos on line.
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