Poner al Señor en primer lugar
El Señor eleva la amistad a un rango exaltado, al punto de poner la vida “por sus amigos” lo cual nos lleva a aumentar nuestro compromiso con Él.
¿Cuáles son nuestras motivaciones para asistir cada domingo a la capilla? ¿Vamos porque renovamos nuestros convenios y podemos trabajar dando tiempo y capacidad a la obra del Señor? ¿O vamos porque nos sentimos cómodos con nuestros amigos?
Valoro y aprecio lo social y la amistad que se deriva de ello. Cuando leo que el Señor mismo eleva la amistad a un rango exaltado, al punto de poner la vida “por sus amigos”, sólo me queda honrar en principio y acción esa declaración.
La amistad es una expresión de amor hacia nuestros semejantes, pero el Señor mismo define la cuestión diciendo que quién lo ama es quien guarda Sus mandamientos; entonces está priorizando los convenios por sobre la amistad. Así que por fuerza, hay una escala de valor que prioriza el compromiso. La Exaltación no alcanza a alguien por ser “amigo” sino porque ese “amigo” primero honró “su pacto de amistad”.
Aquí radica el problema, y debilidad, que puedo observar. El punto es que a veces tergiversamos las prioridades anteponiendo nuestros amigos a nuestra fe. La Iglesia es una institución social, pero dista mucho de ser un club social.
Quienes toman a la organización como club son quienes están presentes o se alejan según fluyan las relaciones sociales. Cuando surgen desavenencias o diferencias de opinión, si la prioridad está puesta sólo en lo social entonces los convenios y el Señor mismo pasan a menudo a segundo plano.
Muchas veces escuchamos decir que “mientras esté Fulano de Tal como obispo no voy la capilla”. Es de destacar que un poseedor del sacerdocio puede terminar siendo un buen o un mal líder, pero si creo “realmente” que el Señor llama y releva, entonces cuando me alejo por no estar de acuerdo con el hombre que preside, lo estoy relevando en mi corazón, respecto de mi parecer y sentir. Esto constituye un cuestionamiento al sacerdocio que realizó el llamado con la aprobación y bajo la inspiración del Señor. Estas actitudes generan riesgos que me llevan a perder el Espíritu.
Al mismo camino nos conduce el hecho de ofendernos fácilmente: “estoy ofendido porque Mengano me ignoró”, o también, “nadie me viene a visitar. Si no le intereso a nadie me quedo en casa”, y muchas cosas similares.
En principio, esa puede ser otra cuestión que termine conduciéndome a la inactividad. Estoy tan preocupado por mí mismo que no me detengo a pensar en la cantidad de situaciones que pueden haber llevado a otra persona a no saludarme al cruzarse conmigo en un pasillo. Descuidos, preocupaciones o apuros momentáneos, ¿Cuántas veces nos llevan a mirar sin ver o simplemente a no mirar? E inmediatamente, cuando surge la sensación de disgusto e incomodidad, en lugar de intentar ponernos en “la piel” del otro, caemos en la crítica. En ese instante alejamos una vez más la influencia del Espíritu y la reacción es “me quedo en casa”. De nuevo el Señor y los convenios a segundo plano. ¿No sería mucho mejor, más cristiano, pensar qué le estará pasando o en qué lo puedo ayudar?
También, y en virtud de errores como el chisme, y otras actitudes desubicadas, escuchamos: “en mi casa estoy en paz conmigo y mi conciencia. No tengo por qué soportar ciertas cosas…”. Esa circunstancia a veces va unida a la creencia de que “el Señor al fin entenderá mi situación”. Frente a estas respuestas, he pensado “esa es la paz que antecede al temporal…”, porque entender, el Señor va a entender, ¿pero justificará tal actitud? ¿Por qué dejar de lado Su amistad? ¿Qué responsabilidad le cabe a El sobre las equivocaciones de otra persona? Encerrarnos en el orgullo solo hará que nuestra “paja” crezca hasta ser una “viga” que nos impida ver, incluso, al Señor mismo.
Un club puede ser una institución para conocer gente. Pero en la Iglesia la sociabilidad y la amistad son una consecuencia de la actividad. Una misión de la Iglesia es edificar a los santos por medio de la enseñanza del evangelio y la administración de las ordenanzas. Por lo tanto el Señor debe estar siempre en primer lugar.
Debemos cumplir en función de los convenios contraídos con El y no condicionar esto a lo social para no terminar privándonos, y por nuestro ejemplo personal quizás a nuestras familias, de las bendiciones que derivan de la actividad en la Iglesia.
Tarde o temprano todos pasamos por situaciones desagradables y, de hecho, esto también puede constituir un punto de análisis para ver cuál es nuestro grado de fidelidad.
Tal vez una de las cosas más difíciles de sobrellevar sea la cuestión de las relaciones humanas. Pero si hacemos el esfuerzo de poner las cosas en el orden correcto, esa misma demostración de amor y obediencia por el Señor hará que El nos bendiga con la amplitud de criterio para solucionar los problemas a los que nos podemos enfrentar y dar lugar a que, incluso, ganemos un amigo.
La amistad es una expresión de amor hacia nuestros semejantes, pero el Señor mismo define la cuestión diciendo que quién lo ama es quien guarda Sus mandamientos…
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