Ordenando la casa a la manera de Moisés
Si bien a nosotros no debería llevarnos 40 años lograr ser una familia ordenada, seguir algunas de sus ideas aplicadas a la vida cotidiana puede darnos buenos resultados.
Cuando pensamos en todo lo que un ama de casa debe hacer en su hogar para que éste sea realmente “un pedacito de cielo en la tierra” –como dijo el presidente David O. McKay–, sentimos algo de frustración al ver que nuestra casa se parece más a un campo de batalla después de la batalla de cada día.
Si bien las circunstancias de cada familia varían en cuanto a la cantidad de personas y edades de quienes la integran, todos podemos vivir en “una casa de orden” (DyC 109:8). La cuestión es saber algunas cosas respecto al orden, que pueden ayudarnos a enfocarnos en nuestro deseo de ser más ordenados y de transmitir esa conducta a nuestros hijos.
De la antigüedad podemos ver el ejemplo de Moisés, cómo él aprendió a ordenar su trabajo siguiendo buenos consejos, buscando ayuda, aprendiendo de sus errores y repitiendo millones de veces el propósito y la manera de efectuar ordenanzas y dirigir la vida del pueblo de Israel.
Si bien a nosotros no debería llevarnos 40 años lograr que seamos una familia ordenada, seguir algunas de sus ideas aplicadas a la vida cotidiana puede ayudarnos a sentirnos bien. Ante cada problema surgido, Moisés “postraba su rostro en la tierra”; aún hasta para cosas triviales, él pedía ayuda al Señor.
De otros líderes y profetas recibimos la sugerencia de consultar al Señor en todas las cosas. Meditar lo que queremos enseñar a nuestra familia sería el primer paso.
Casi cada capítulo de Levítico o Números, en el Antiguo Testamento, comienza con la frase: “Y habló Jehová diciendo…”, estableciendo qué era lo que se esperaba del pueblo o lo que éste necesitaba aprender y entender. Entonces hablar con la familia sería el comienzo para establecer las metas sabiendo exactamente qué es lo que queremos lograr. La Noche de Hogar es el momento ideal para organizar el trabajo familiar. Pero también puede serlo la hora del almuerzo o la cena en donde todos están juntos y pueden discutir propuestas e ideas.
Cuando Moisés recibía guía del Señor, él la repetía hasta asegurarse que cada tribu comprendiera qué se esperaba de ellos. Me resultó interesante ver cómo organizó a cada grupo para que viajasen en orden, evitando que se desparramaran y dando instrucciones muy precisas. Pensándolo como madre, era un alivio saber que perder un hijo en semejante multitud era algo poco probable si éste sabía que siempre debía permanecer en determinado grupo de personas.
Entonces asignar tareas para cada integrante de la familia de acuerdo a sus posibilidades motrices, intelectuales, gustos, edades o lo que a nosotros nos parezca mejor, hará que cada uno sepa qué se espera de ellos, sin que se “pierdan” averiguando cómo usar correctamente la aspiradora.
Cuando Moisés estableció el trabajo de cada tribu, a los levitas, por ejemplo, los llamados a trabajar en el tabernáculo, les dio instrucciones específicas en cuanto a cómo debían ejercer su llamamiento. Les enseñó el “hacer”. Como decía mi obispo: “Las madres se quejan de que sus hijos varones no saben barrer, pero ¿se acordaron de enseñarles cómo hacerlo?”, defendiendo a sus jóvenes cuando las madres nos quejamos demasiado!!!!
Enseñar a trabajar a nuestros hijos debe ser algo divertido para todos. Seguramente va a llevar más tiempo del que tenemos programado, pero aunque el trabajo final no sea el deseado la satisfacción de trabajar junto a mamá y de mostrar al resto de la familia lo realizado será suficiente recompensa.
Para que nadie pierda el deseo, ni sienta frustración, el asignar tareas sencillas al principio, que no lleven demasiado tiempo, hará que las tareas cotidianas no se vean tan cansadoras.
Una amiga les enseñó a sus hijos a lavar el baño empezando con lo más fácil, el espejo. Luego fue agregando el lavabo, los pisos, la ducha y por último el inodoro. Para cuando se dieron cuenta los chicos hasta habían aprendido a destapar el desagote. Como saben hacerlo, les resulta común limpiar o mantener limpios los baños de su casa (tienen 5 baños).
Moisés también le enseñó al pueblo que algunas cosas debían hacerse en determinados días. Establecer un horario de “limpieza del hogar” nos ayudará a no creer que debemos estar todo un día limpiando la casa. Unas horas a la mañana, haciendo lo que alcance en ese tiempo, hará que cada día no se vea tan agotador o desalentador. Sabiendo que luego habrá un tiempo para hacer lo que quieran: jugar, ver TV, usar la computadora, leer, etc.
Cuando alguien del pueblo de Israel no hacía las cosas como correspondía, había una consecuencia aclarada de antemano por Moisés. Aquellos que habían manipulado algún animal muerto debían ser purificados. Los que traspasaban la autoridad del profeta eran desterrados y en el peor de los casos apedreados. Obviamente que deberemos contener nuestros deseos de desterrar al que lavando los platos va por el quinto vaso roto, o evitar que nuestro “rito de purificación” incluya confinarlos a su cuarto un buen rato. Pero sí tenemos que ser claros al establecer consecuencias para aquellos que deliberadamente no quieran cumplir con sus asignaciones o que las hagan de mala manera para que tomemos el control de la situación (un viejo truco de hijos: “No me sale bien, entonces mamá lo hará por mí”).
Pero Moisés también les enseñó de manera meticulosa a ser agradecidos. Cada sacrificio, cada ofrenda ofrecida en el tabernáculo iba con instrucciones muy claras, también repetidas hasta el cansancio.
Cuando les hacemos notar al resto de la familia el buen trabajo realizado por alguno de ellos, les daremos la oportunidad de felicitar o agradecer mediante nuestro propio ejemplo primero. Sin caer en la exageración de adular, el agradecer que nuestro hijo de 5 años haya hecho su cama y contárselo al papá cuando llegue de trabajar, surtirá un efecto gratificante en él. Su trabajo también vale.
El tomarnos las cosas con buen humor y ser flexibles también serán el condimento esencial para que nadie se sienta ofendido, ni frustrado. Jugar mientras limpiamos los vidrios es más divertido que pensar en la cantidad de dedos que quedaron en la ventana después de hacerlo.
Una casa de orden es posible. Lleva tiempo, pero seguro que no nos llevará cuarenta años. Aunque nos parezca que nunca vamos a lograr nuestro objetivo. Si Moisés pudo poner algo de orden, nosotros no deberíamos bajar los brazos. Además estamos seguros que el fuego no nos consumirá si perdemos un poco la paciencia cuando encontremos la basura amontonada detrás de la puerta o los juguetes prolijamente pateados debajo de la cama.
El tomarnos las cosas con buen humor y ser flexibles también serán el condimento esencial para que nadie se sienta ofendido, ni frustrado.
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